En efecto, hasta mediados del año próximo el tema excluyente en el escenario político estará pautado por la definición de quienes serán los candidatos presidenciales en aquellos partidos que tienen diferencias políticas o ideológicas suficientes como para que se produzca una competencia electoral.
Cada partido, en sus estructuras primero y ante el electorado después, deberá dirimir su lucha interna para elegir a aquel candidato que los representará en la disputa por la Presidencia a fines del año próximo.
En tales circunstancias, las encuestas de opinión comienzan a ocupar un lugar de privilegio en los análisis y en la evaluación de las posibilidades de éxito o fracaso que los diferentes aspirantes políticos poseen. La discusión sobre quién será el más adecuado o el más exitoso dentro de cada partido para ganar la Presidencia se está convirtiendo en un tema central de los analistas, y amenaza convertirse también en un componente principal de la toma de decisiones en cada uno de los partidos políticos.
Es lógico que la valoración sobre las oportunidades de éxito o fracaso de cada aspirante tenga peso apreciable en las definiciones políticas de los diferentes partidos. Pero si la apreciación de estas circunstancias se convierte en la referencia absoluta para la toma de decisiones de los partidos, la esencia de la política se altera y desnaturaliza.
En efecto, la competencia electoral tiene como razón de fondo, primordial e indiscutible, la pugna por ideas, principios y convicciones. Por más avances que se produzcan en el terreno del marketing y de la comunicación política, por más que existan cada vez mayores posibilidades de obtener información sobre las diferentes posibilidades de cada candidato. Nada puede sustituir la principal razón de ser de la política que es la disputa por valores, principios y convicciones.
Si la política fuera simplemente un juego de selección de candidatos en función de la valoración de las oportunidades de éxito, nunca habría surgido, por ejemplo, Barack Obama en la política norteamericana. Ni siquiera se habría postulado como candidato.
Nadie puede dudar de que cualquier encuesta que se hubiera hecho un par de años atrás habría descartado categóricamente toda posibilidad de ganar la Presidencia para un candidato que tuviera las características de Obama. Un candidato negro con ascendencia musulmana y africana, nacido en Hawai, sin antecedentes de gestión de gobierno, joven y con una trayectoria de apenas tres años como Senador.
Sin embargo Barack Obama ganó la nominación presidencial demócrata y en cuatro semanas es muy probable se convierta en Presidente de los Estados Unidos, y si no lo logra habrá estado muy cerca de hacerlo. El ejemplo contrario es el de Hillary Clinton, candidata del stablishment, con todo el respaldo financiero, larga trayectoria y referente oficial de su partido que, sin embargo, termina derrotada ante el candidato menos pensado.
Este y tantos otros ejemplos de la política moderna, prueban que las convicciones, las ideas y los valores siguen siendo el verdadero motor de las democracias y que los meros cálculos y evaluación de posibilidades, en la medida que se conviertan en criterios rectores, no alcanzan para sintonizar con los ciudadanos.
Por eso es que siguen existiendo múltiples opciones políticas y candidatos que buscan, simplemente, representar adecuadamente el sentir de diferentes sectores ciudadanos. El juego político democrático no se agota en el triunfo, sino en su capacidad de representar en forma auténtica las diferentes sensibilidades ciudadanas.
El mundo ha avanzado sobre las ancas de aquellos que fueron capaces de revertir tendencias y transformar quimeras en realidades. No avanza sobre los cálculos fríos de posibilidades, porque el valor principal de la política sigue estando en su capacidad para hacer realidad los sueños y búsquedas de la gente.