Estamos exactamente en el medio del periodo previsto entre la primera y la segunda vuelta electoral en Brasil y realizar un análisis sobre el resultado es tan complejo y saturado de información que la pregunta latente es: ¿por dónde empezar?
Podría empezar por la incredulidad que nos genera que un candidato con posturas que defienden la tortura, atacan a las minorías (ya se comprueba una escalada de violencia y muertes) y desprecian al sistema democrático como tal, haya obtenido el 46% de los votos en primera vuelta. Cuán alarmante serán sus declaraciones que hasta la política francesa de extrema derecha Marine Le Pen llegó a afirmar que "él dice cosas realmente desagradables" y no representa a la extrema derecha.
O seguir por el ejercicio de autocrítica -genuino pero reduccionista- que plantea el profesor de filosofía brasileño Gustavo Bertoche Guimarães que se viralizó en redes sociales. En él se plantea una hipótesis tan llena de verdades sobre la actuación de la izquierda en el poder durante los últimos 13 años, como incompleta por subestimar los cambios sociales, económicos y humanos en los que está inserto no sólo Brasil sino la región y el mundo.
Quizá una arista más del análisis podría ser el momento político, regional y mundial, que muestra a la derecha arribando al poder en tan distintos y diversos lugares como Estados Unidos, Argentina, Chile, Hungría, Italia y ahora ganando, por la mayor diferencia registrada en una elección brasileña desde 2002, la primera vuelta en el territorio más grande y poblado del continente.
De éste último se desprende otro elemento de análisis no menor que es la alarmante banalización del término "fascismo" que se ha utilizado en los últimos años para "marcar" a casi todos quienes tienen posturas discrepantes con el progresismo.
A partir de aquí también podríamos profundizar en la cada vez más acentuada grieta político-social entre posiciones políticas de uno y otro lado del arco ideológico regional.
El punto obvio de escrutinio debería ser la honda crisis institucional, económica y social (con la inseguridad como principal preocupación ciudadana) que atraviesa Brasil luego de 3 períodos de gobierno del Partido de los Trabajadores, un impeachment, la asunción y gestión del presidente más impopular de la historia, un ex presidente preso y el complejísimo entramado de corrupción que implica a la casi totalidad del sistema partidario.
Pero lo más novedoso, por lo menos para la región, es la irrupción acá entre nosotros, de un tipo de campaña que pone a las redes sociales, las fake news y la posverdad en el centro de la estrategia electoral. Acaparando gran parte de la conversación y verificando la transmedialidad pero desde la lógica inversa: imponiendo la agenda desde las redes hacia los medios, desde las mentiras o escenas sacadas de contexto hacia la inevitable amplificación y chequeo de estas temáticas por parte de los medios tradicionales, únicos actores con potencia como para echar aunque sea un poco de luz en tanta oscuridad. Más allá de eso es pertinente entender una táctica que estuvo centrada en un valor, no menor: candidato limpio en términos de corrupción. Las personas preferían votar a Bolsonaro (con todas sus posiciones tan extremas como claras y contundentes) antes que a un corrupto.
En esos medios, Bolsonaro tuvo una participación 26 veces menor a la de su contendiente en segunda vuelta (500.00 dólares contra 13 millones de Haddad) mientras que dominó y sigue dominando, según estudios de la Sala de Democracia Digital de la Fundación Getúlio Vargas, la conversación en Twitter, la interacción en Facebook y sobre todo la imposición de los temas de agenda muchas veces impulsada desde mensajes, memes, audios y videos que circulan frenéticamente a través de Whatsapp.
Esta conversación está cargada de acusaciones, noticias falsas y tergiversación y ha llevado al candidato del Partido de los Trabajadores, a los gestores de las redes del ex presidente Lula Da Silva y a todo el sistema político tradicional a dar vuelta sistemáticamente alrededor de desmentidos, chequeo de noticias y contraataques que tildan a Bolsonaro de mentiroso, fraudulento y manipulador. Pero lo mantienen siempre en el centro de la conversación. La campaña de Haddad fue y es más reactiva que propositiva y se encuentra encerrada en dar explicaciones o respuestas a las propuestas de su adversario.
Brasil hoy tiene 147 millones de votantes y 120 millones de personas que utilizan a diario Whatsapp. Según datos del Instituto Datafolha el 90% lo hace más de 30 veces al día y dos tercios de los electores brasileños (66%) consumen y comparten noticias y vídeos sobre política a través de la red social, que es además la más popular por encima de Facebook, Twitter e Instagram.
Mientras el mundo intenta zanjar la herida de la utilización de cuentas falsas, circulación de fake news e intromisión extranjera en las elecciones de 2016 en Estados Unidos con Facebook y Twitter como grandes protagonistas, hoy la circulación de este tipo de contenido se ha mudado a las plataformas de comunicación cerradas, directas y cifradas como Whatsapp, renovando el desafío.
Twitter acaba de publicar un conjunto completo de datos de tweets (data set) de las granjas de trolls rusas e iraníes implicadas en las elecciones estadounidenses: 9 millones de tweets rusos, 1 millón de tweets iraníes. Hace semanas investigadores de la Knight Foundation, la Universidad de Stanford y la Universidad de Nueva York descubrieron que el engagement en las noticias falsas en Twitter en realidad ha aumentado desde las elecciones de 2016*1. Mientras otro estudio de las mismas universidades demuestra que Facebook sí esta avanzando en el combate de las fake news gracias a cambios de algoritmo que limitan la circulación de información de dudosa procedencia: "el engagement en estas noticias se redujo drásticamente en un 50 por ciento entre las elecciones de 2016 y julio de 2018."
Todo esto nos revela que las redes están todavía a ciegas en lo que refiere a la circulación de noticias falsas a través de sus cuentas. Twitter retrocede, Facebook avanza pero Whatsapp que es de su propiedad está influyendo incluso más que lo sucedido en Estados Unidos con intromisión rusa, cuentas iraníes y Cambridge Analitycs incluidos.
La política tradicional no sabe qué hacer con ello ni en la respuesta comunicacional, ni en el manejo de este tipo de crisis y mucho menos en la legislación que, haciendo hincapié en la regulación de medios tradicionales en procesos eleccionarios, abre aún más espacios de oscuridad en redes y plataformas digitales.
Todo esto no tiene una ubicación ideológica, la que sufre es la democracia. Y tomando a Brasil como foto del momento retumba y vuelve siempre la pregunta de por dónde empezar.
Por Julián Kanarek
*1: Disinformation, ‘Fake News' and influence campaigns on Twitter: https://www.knightfoundation.org/reports/disinformation-fake-news-and-influence-campaigns-on-twitter