El trancazo de automóviles generado en la Ruta Interbalnearia durante la noche del domingo afectó a miles de automovilistas, cubrió no menos de 30 kilómetros y duró varias horas. Razones suficientes como para mover a la reflexión sobre las posibilidades que tiene el país de seguir desarrollando el turismo estival con la actual infraestructura. El colapso de la Interbalnearia fue sólo el corolario de lo que se vivió en la mayor parte de la costa de Maldonado y Rocha durante el pasado fin de semana.

Podrá decirse que las quejas son desproporcionadas frente al éxito que está teniendo la temporada turística y a lo duro que le resulta a nuestros visitantes la vida en sus propias rutas y ciudades. La argumentación tiene cierta racionalidad pero deja asomar uno de nuestros peores defectos, que es compararnos con los que están peor.

El recurso puede hacer maravillas por nuestra autoestima pero está minando nuestra capacidad de soñar con ser mejores. Es decir, de ponernos en el camino de la prosperidad, de la verdadera lucha contra la pobreza. Como el continente americano tiene rutas más lentas, ciudades más violentas, políticos más corruptos, aire más poluído y estudiantes menos avispados con las tablas y el abecedario, creemos que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Los uruguayos celebramos que nuestro país sea la más rápida de las tortugas pero tenemos berretines de correr los 100 metros llanos. Sin entrenarnos debidamente ni abandonar los ravioles, claro está.

Luego del suplicio por el que pasaron miles de clientes de la industria turística nacional el domingo de noche, algunas autoridades ensayaron el viejo recurso de culpar a la víctima. ¿Cómo es que no salieron antes si Caminera les había avisado? ¿Qué pretendían; que se paralizara el tránsito de quienes quería cruzar la ruta en los balnearios de la Costa de Oro? ¿Por qué no compraron más temprano el pan si sabían que se agotaba? Se le está pidiendo a un turista que coma el asado con galletitas porque el panadero no previó adecuadamente cuánto aumentó el consumo, y lo que es peor, se pretende que una familia se pierda un día de sus vacaciones sólo porque Uruguay no construyó cuatro tréboles para canalizar el tránsito local. También se justifica la falta de tréboles diciendo que los problemas graves se generan sólo tres o cuatro días al año. Es como que el golero pretenda explicar por qué se quedó parado en el penal diciendo que se pasó tirando durante el resto del partido.

Hasta la llegada de la cadena Conrad a Punta del Este, la hotelería era básicamente familiar, es decir, tenía más de familia que de industria y languidecía junto al balneario diez de los doce meses del año. Para buena parte de la población, la instalación de un hotel cinco estrellas con su casino era, simplemente, una inversión que no se justificaba. Era algo tan innecesario como el trébol que no existe en La Floresta o Parque del Plata.

Algunos uruguayos creen que pensamos y actuamos así porque somos subdesarrollados. No es cierto. Somos subdesarrollados porque pensamos y actuamos así.