En Italia, el centro del catolicismo y durante un papado particularmente cerrado a cal y canto a cualquier matiz asistí al debate sobre la ley sobre el aborto. Finalmente el parlamento aprobó en 1978 la ley número 174 que despenalizó la interrupción voluntaria del embarazo (IVG) e introdujo programas de educación sexual y reproductiva. La ley fue refrendada en 1981 por un referéndum popular.
La implementación de ese cambio cultural y legal tan profundo fue muy compleja y en algunos casos traumática. La cohabitación de los profesionales médicos que se negaban por razones de conciencia (religiosa o profesional) y las responsabilidades asumidas por el Estado, fue muy dura.
Eso fue hace casi 30 años y la ley sigue vigente, a pesar de que cada tanto surgen impulsos desde los sectores conservadores y desde la iglesia católica para anularla, sus resultados han sido todos positivos, no aumentó en absoluto el número de abortos y las muertes por esta causa han prácticamente desaparecido.
Según las estimaciones mas recientes en Italia se han reducido en un 70% los abortos clandestinos y predomina una clara tendencia descendente en las cifras relativas a la interrupción del embarazo legal: 230.000 casos en 1983 frente a 129.000 registrados el año pasado.
En Italia con una población de 59.400.000 habitantes, esto representa un aborto cada 430 habitantes, mientras que en el Uruguay las estimaciones anuales la sitúan en un aborto cada 103 habitantes. ¡Cuatro veces menos que en nuestro país! (33.000 abortos y una población de 3.400.000)
Es un tema que por mis propias experiencias de vida y en particular familiares lo he pensado mucho y afirmo categóricamente que estoy en contra del aborto, como estoy seguro que lo están el 99% de los uruguayos y las uruguayas. Es siempre una situación traumática, que somete a las mujeres, a las parejas y a las familias a decisiones terribles.
Son momentos muy dolorosos porque están en juego - en lo más hondo de nuestras almas - cosas muy profundas, valores y sentimientos, algunos con nombres y rostros que se nos vienen encima y nos angustian. Es una decisión terrible porque en ese momento sabemos que hay muchas familias y mujeres que por sobre todas las cosas anhelarían tener una hija o un hijo.
Creo que son pocos los seres humanos que alguna vez en su vida no se han enfrentado a ese terrible dilema. Yo ahora estoy en contra del aborto con un convencimiento profundo y sentido y por ello mismo, todavía más que antes apoyo la despenalización del aborto. Lo apoyo como ley y como concepto democrático y como respeto a las humanas cuestiones que están en juego.
No se puede imponer por el castigo o su amenaza convicciones sobre un tema como este. Cada ser humano, en primer lugar cada mujer debe poder elegir libremente, con todo el apoyo, toda la comprensión y la asistencia necesaria del Estado.
Hay que educar, hay que subrayar el valor de la vida y sus profundos e insondables misterios, y también sobre las mundanas y concretas formas de salud reproductiva y para ello hay que liberarlas de la amenaza y el castigo como argumento final. Es contraproducente y terrible. Hay que confiar en la gente.
Apoyo la ley de despenalización del aborto porque en Uruguay hay 33 mil abortos anuales a pesar de la ley vigente desde 1938 y ello representa una enorme hipocresía social. Cada mujer en profunda soledad, sin apoyo ni consideración del Estado decide y actúa de acuerdo a sus posibilidades. Unas – las menos – lo hacen en la clandestinidad, enriqueciendo a algunos profesionales y clínicas con condiciones aceptables de higiene y de seguridad, la mayoría retrocede al medioevo y se interna en prácticas oscuras y peligrosas, sin ninguna garantía, poniendo en peligro todo: su vida, su salud, sus posibilidades reproductivas y su libertad.
Las sociedades que son capaces de convivir con esos subterráneos oscuros y peligrosos, que aceptan ese nivel de hipocresía están enfermas, gravemente enfermas. Hace casi 70 años que el aborto está penado por la ley y todos sabemos que se sigue practicando y en forma creciente. Un reciente estudio publicado en Búsqueda muestra que el 90% de los casos en los que estudios previos al parto diagnosticaron que nacería un bebe con síndrome de Down u otras malformaciones graves, las mujeres se practicaron el aborto. Eso implica de manera terminante que entre ese 90% había muchas mujeres que declaran estar en contra de la despenalización genérica, pero que llegada la hora violaron sus convicciones y la ley. Es una señal abrumadora.
La ley no promueve el aborto, al contrario, promueve las mejores condiciones para que las mujeres y las parejas puedan decidir libremente, no obliga a los médicos a actuar en contra de sus convicciones – no podría hacerlo – y es bastante restrictiva y limitada en cuanto a los tiempos y las condiciones para realizarse un aborto.
La sociedad uruguaya debe pronunciarse y para ello debe discutir a fondo sobre este tema con todo respeto por las diversas posiciones. Debemos opinar no a través de una encuesta de opinión pública, sino en un plebiscito. Es una forma de sincerarse, de mirarse a si misma en temas muy trascendentes y de ejercer sus derechos. Pero tenemos que definir obligatoriamente esta materia pendiente a la brevedad, entre todos.