La Convención del Partido Demócrata de los Estados Unidos, en la que se proclamó a Barak Obama como candidato a la presidencia fue un espectáculo-acontecimiento a nivel global. Un público mundial siguió los discursos, la escenografía y cada uno de los detalles. Por múltiples motivos.
La elección del presidente de la primera potencia militar mundial y la primera economía del mundo, tiene directa relación con nuestras vidas. Queramos o no, lo admitamos o nos neguemos a aceptarlo. Además hay razones de impacto de los medios de comunicación, de capacidad de las redes globales de situar ese acontecimiento a nivel de la agenda y la atención de todos los públicos.
Hubo cambios. Por primera vez en la historia el candidato será un afromericano que le ganó la nominación a una mujer. Tiene 47 años. Y logró un éxito político espectacular y fulminante: imponerse a una figura central y principal del partido: Hilary Clinton. El acto de aceptación de la nominación se realizó por primera vez en un enorme estadio desbordado por más de 70.000 personas. Hay que reconocer que los Estados Unidos son una sociedad llena de movilidad, en particular en la política y a nivel cultural. Hace algunas décadas esa posibilidad hubiera sido un delirio total. Hoy es una realidad. Es el sueño cumplido de Martín Luther King en su famoso discurso.
He seguido la campaña de las primarias y ahora la convención y quiero subrayar algunos aspectos que me parecen centrales: el discurso de Obama logró un cambio muy profundo en la política nacional, atraer a los independientes, a la gente que tradicionalmente no participa en las convocatorias políticas, ni siquiera en las elecciones. Fue con esos electores que ganó las primarias.
¿Cómo lo hizo? Hace tiempo leí un graffiti en una ciudad de América Latina que decía: “basta de realidades queremos promesas”, era un poco irónico y un poco hiper realista. Si el debate político se reduce al bolsillo, a la inseguridad, a las estadísticas y las cosas aparentemente más concretas, se pierde algo fundamental: la visión, la tensión moral y política y la épica de una sociedad. Y nos guste o no los Estados Unidos se han construido con esa épica, ese sueño. Que no es el mismo para todos sus habitantes, pero existe, dentro y fuera de fronteras. Aunque para muchos resulte una pesadilla.
Existe el sueño de las oportunidades, de la libertad, de la movilidad social, del consumo, de la prosperidad, del dominio y la supremacía mundial. Es un batido con dosis diferentes. Pero existe y ha movido montañas y mueve ejércitos interminables de emigrantes. Trosky decía que los Estados Unidos era una fundición donde se estaba forjando el futuro. Y no se lo puede acusar por cierto de haber sido pro-yanqui.
Los gobiernos de Bush destruyeron ese sueño, lo sustituyeron por el miedo, el sentido de un cerco y por una política económica fracasada y destinada a estirar todavía más la pirámide social. El principal mensaje de Barak Obama, su consigna es el “Cambio” es reconstruir el sueño americano, el prestigio internacional arrastrado por el fango. No voy a detenerme en sus límites y posibilidades. Voy a concentrarme en un aspecto, en la necesidad que tienen las sociedad de tener un sueño, metas, una épica de la construcción.
La batalla electoral promete ser apasionante. El resultado no está seguro. Existe una parte de los Estados Unidos aferrada a los sectores neo conservadores en el peor sentido de la palabra. Y además debemos considerar otros hechos.
El primer ministro ruso Wladimir Putin acaba de denunciar que la operación militar georgiana contra Osetia del sur el día de la inauguración de los juegos olímpicos tuvo el apoyo y el asesoramiento del gobierno de los Estados Unidos. Incluso mencionó que había personal de inteligencia norteamericano en la zona especialmente destinado a dar soporte a esa misión. Pero lo más grave es que acusa a Washington de ser el promotor de la tensión mundial, de todo el proceso que se inició a partir de esa intervención militar – que nadie niega – como parte de una operación para favorecer a uno de los candidatos en las elecciones de los Estados Unidos. Seguramente no es Obama el favorecido.
Lo dice el primer ministro de Rusia, alguien que de inteligencia sabe bastante. ¿Es increíble? ¿Es imposible? Ya en las elecciones donde fue reelegido Bush milagrosamente intervino Osama Bin Laden con mensajes que aparecieron justo antes de las elecciones. En el momento preciso, justo y necesario para el actual presidente. ¿Otra casualidad? Notoriamente Bush ganó las elecciones cabalgando el tema de la seguridad. Y esta es su pesadilla: están empantanados hasta el cuello en Irak y Afganistán y la imagen internacional de los Estados Unidos está al nivel más bajo desde la guerra de Viet Nam. O peor.
Ellos con su política de invasión y agresión han contribuido a extender el terrorismo a nivel planetario y a generar las mejores condiciones para que amplios sectores del mundo musulmán reaccionen de la peor manera frente a la prepotencia, al intento de someterlos y avasallarlos. Han sido los promotores de un “choque de civilizaciones”, el peor de los escenarios mundiales. Pero el mejor de los escenarios para las elecciones nacionales en los Estados Unidos.
Ya veremos a John McCain el candidato republicano hamancándose entre separarse de Bush – el presidente que la peor imagen de la historia al final de su mandato – y su vocación belicista y del uso de la fuerza para resolver los conflictos y sobre todo imponer la supremacía americana en el mundo. No es sólo por ideología, es porque representa cabalmente a esos intereses de la sociedad y sobre todo de la economía norteamericana. Es la otra parte de la pesadilla, la que sufren los soldados y las familias de esos soldados norteamericanos, pero sobre todo los civiles de los países agredidos y todos los habitantes del planeta.
Lo que sigue en pie es la afirmación del inicio de esta nota, en la convención demócrata en los discursos de la esposa de Obama, de Hilary Clinton, de Al Gore, del propio Bill Clinton y naturalmente de Barak Obama le dieron un nuevo impulso y contenido al sueño americano, a la mística de una nación muy golpeada en imagen interna y externa. Y las naciones – aún las más poderosas económica y militarmente – no viven sólo de pan, necesitan esa épica, esos sueños, esas promesas. No se trata sólo ni principalmente de bellas palabras o de promesas huecas, se trata de ideas fuerza, de grandes ejes que convoquen a las mejores fuerzas de un país, de una sociedad.
Los uruguayos debemos preguntarnos si nuestro debate político no se alejó demasiado del sueño, del proyecto nacional. Aunque todos los datos económicos y sociales nos den bien, necesitamos un nuevo impulso para esta comunidad espiritual, pequeña en dimensiones, pero con historia y fuerza para proponerse grandes cosas.