La afirmación del título de esta columna es extremadamente peligrosa, es la mejor justificación para los corruptos y contribuye a instalar en las sociedades la religión de la corrupción como una fatalidad inexorable del poder. Y es falsa.
Lo que cierto es que, como en ninguna otra época, el tema de la corrupción se ha instalado en el mundo. en América Latina, con una constancia y una profundidad extrema, pero también en Europa, en África, en Corea del sur (le costó el cargo a la presidenta hace pocos meses) y podríamos seguir.
En el caso del affaire Temer-Cunha el tamaño de la pedrada (150 millones de dólares) da una idea de las dimensiones de la presa, de lo que quieren ocultar y también los empresarios protagonistas de la "delación premiada", Joesly y Wesley Batista, los dueños de la mayor empresa del mundo en el comercio de carne JBS.
A ello se agregan las acusaciones probadas por grabaciones del pedido de soborno de parte del ex candidato presidencial por el Partido de la Socialdemocracia (de Henrique Cardoso) Aécio Neves, derrotado en las elecciones por Dilma Rousseff. Un terremoto sobre otros terremotos devastadores y, sobre todo, el destape de un sistema completo de corrupción a los más altos niveles del estado, del gobierno y del mundo empresarial.
¿Cuando hablamos de un sistema a que nos referimos? No se trata de una serie de episodios, sino que se desnuda una trama integral que funcionaba ,y funciona todavía, donde las grandes empresas de los más diversas ramas apelaban a las coimas para obtener beneficios del Estado. En Petrobras, en las grandes obras públicas y en otros sectores, por ejemplo, el de la producción de carne. Estamos hablando de una cultura que acepta y promueve ese sistema como algo inexorable para existir y para actuar empresarialmente en Brasil. ¿Cuánto influye eso en el conjunto de la moral administrativa, en la moral social, en las condiciones para que prospere el crimen organizado?
Una grave tentación es hacer un concurso para ver quién es el más corrupto en Brasil y de esa manera justificar el "sistema". Pero lo opuesto, poner todo en la misma bolsa y equiparar un empeachment por manejo presupuestal como el de Dilma Rousseff con la corrupción más desembozada de Michel Temer y Eduardo Cunha, es un otro error que favorece a los corruptos.
Lo sería también si nuestras reacciones frente a la corrupción son de acuerdo a nuestros intereses partidarios e ideológicos. No está mal la corrupción en Brasil y bien la de Venezuela. Las dos son un opio de los pueblos y de las democracias.
Incluso dentro del Brasil, aunque sean más graves y recientes las denuncias contra Temer, no hay que olvidar que fue elegido en una alianza con el PT y que varios de los integrantes de este partido de izquierda están implicados por actuaciones de los mismos jueces y fiscales que acusan a Temer, Cunha y Aécio Neves. En temas de corrupción no puede haber dos varas, porque en definitiva terminamos justificando y explicando todo.
La otra mirada muy peligrosa es la de la descalificación del poder como un agente inexorable de la corrupción. Viendo las noticias, la tentación es muy grande, pero es falsa. Hay que promover normas más severas, instituciones judiciales más rigurosas, prensa más profesional y atenta y, sobre todo, sociedades más vigilantes e informadas para combatir la corrupción y penar a los corruptos.
La política no es sinónimo de corrupción, los partidos políticos no tienen que ser inexorablemente corruptos para poder funcionar y ocupar posiciones de poder. Nadie nace corrupto, se hace, y para hacerse se requiere un clima político, inmoral, cultural de decadencia y de complicidades que incluye a otros sectores de la sociedad, en particular a ciertos empresarios.
Tan equivocado es afirmar que todos los políticos son corruptos, como extenderlo a los empresarios, lo grave de un sistema es que hace prosperar y especializar a los peores en ambos niveles.
No alcanza con derramar ríos de tinta sobre el horror ante la corrupción, hay que enfrentarla con los instrumentos que nos brinda la democracia y la moral republicana. Es una batalla de las instituciones, de las leyes, de la transparencia y de la cultura dominante. Se gana o se pierde en su integridad, con la corrupción no hay empate.
El lodazal de este escándalo tiene que ver con la Operación Greenfield, que fue la que determinó la delación premiada de los Batista, los gigantescos empresarios de la carne.
Este escándalo se inició con la operación policial desatada por la Policía Federal en setiembre del 2016 investigando el desvío y la gestión temeraria y fraudulenta de fondos de pensión, bancos públicos y estatales estimados en por lo menos ocho billones de reales.
La bolsa de San Pablo se desplomó el jueves pasado cuando se conoció la noticia, el dólar se disparó y Brasil da un nuevo paso hacia atrás. Estamos en un cambio de época y se desnudan los monstruos y sus sacerdotes. La peor opción es que siga Temer, cuando todas las pruebas en su contra y de su entorno de corruptos son abrumadoras.
Pero peor aún es que, si no frenamos esta ola de corrupción, el peligro es mucho mayor: es que las más diversas mafias ocupen partes fundamentales del poder en muchas partes del mundo, y de América Latina en especial.