Estoy en Italia. Es difícil reconocer en la situación actual de los partidos políticos, en las grandes organizaciones sociales, sindicales y culturales con fuerte influencia de la izquierda, algo que las relaciones con un pasado reciente.
Cambiaron, mudaron de nombres, le cambiaron el significado a sus propias palabras y se jugaron. ¿Hacia dónde? Creo que ni ellos lo saben.
Europa está en medio de una doble crisis. Una profunda crisis económica y financiera, de la cual Grecia, luego España y Portugal son los puntos más visibles, pero que afecta a todo el bloque. Como dijo el presidente de la UE Barroso, la crisis se devoró 10 años de crecimiento. En pocas palabras retrocedieron una década.
La otra crisis es de liderazgo, de capacidad de fijar objetivos que aún dentro del sistema convoquen a las sociedades, a los gobiernos a algo más que a salvarse quien pueda y a organizar los cadáveres ilustres del estado del bienestar.
Hay varias preguntas que sobrevuelan el continente. ¿Quién o quiénes son los responsables del desastre? ¿Quién debe pagar las consecuencias?
Esta última pregunta ya está teniendo una respuesta contundente: no serán los bancos, el sistema financiero que participó del festín impúdico organizado en Wall Street, con algunos maquillajes los costos se perfilan pesados para los trabajadores, los jubilados, los pequeños y medianos productores e incluso algunos sectores industriales.
Aquí la paradoja de las paradojas es que mientras el gobierno de derecha de Berlusconi prepara una “maniobra” fiscal por 24 mil millones de euros, el histriónico líder es el conductor del gobierno, el ajustador de cuentas y el opositor, que dice que no hará una “carnicería social”. Genial.
Es el responsable de una gigantesca redistribución del rédito a favor de los sectores más poderosos durante sus varios gobiernos, pero en este momento no asume responsabilidades en primera persona. Delega.
¿Y la izquierda? Comenta. Le pide responsabilidades para poder ellos asumir las responsabilidades por el ajuste fiscal. Sus críticas no superan la cascara de la piel de la crisis y sus causas estructurales. Es que la izquierda misma está sumergida en una crisis de identidad, de liderazgo, de ideas.
El senador eterno Giulio Andreotti, sentenció hace varias décadas que el poder desgasta…al que no lo tiene. En ese momento la Democracia Cristiana en Italia gobernaba ininterrumpidamente desde hacía cuatro décadas.
Fue una frase pasada a la historia política italiana. Ahora vista desde nuestra experiencia distante y uruguaya, yo diría que el poder desgasta también al que lo tiene. En especial en la izquierda.
Si la izquierda no desarrolla su propia cultura del poder, sus vacunas y antídotos para protegerse de ciertos virus del poder, su gangrena puede ser realmente devastadora. La principal de ellas es hacer del poder la referencia casi total de su propia identidad.
Esto vale para partidos y para los propios individuos. Las frotaciones del poder no son abstractas, tienen que ver con personas, buenas y trabajadoras personas, compañeros que militaron y se esforzaron que un día fueron llamados a ocupar un lugar o un lugarcito en el poder y a partir de allí modificaron sus referencias fundamentales.
Aquí en Italia ese virus causó estragos. Cuando se perdía el gobierno de una Región o de un Comune o Provincia había emigraciones masivas de un lugar a otro. Ni que hablar a nivel del gobierno nacional.
Este es un país particular, tiene 10 veces más “autos blu” es decir autos oficiales que Alemania. Para dar una idea del nivel de hipertrofia que puede alcanzar el poder. Hay sin duda muchos autos de “derecha” pero muchos, muchos heredados de centro y de izquierda. Frente a la historia y a la buena política puede ser una banalidad, pero el poder también se construye de banalidades, de pequeños privilegios que lo separan de la gente.
Debe haber muchas maneras de combatir los virus del poder, pero uno bastante infalible es tener una fuerza política que funcione, que discuta, que elabore, que trace estrategias de izquierda, que se atreva a cuestionar su propio poder. Que haga autorcríticas auténticas y profundas, que no se detengan en las responsabilidades de nadie., Sobre todo en las responsabilidades del propio poder.
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