El debate sobre los efectos ambientales de la ley de riego continúa. Días atrás quedó en evidencia un argumento común en Uruguay: postular que ambientes muy artificiales, como las represas de agua para riego que la nueva ley promueve, podrían ser manejados para asemejarse a las lagunas típicas en los humedales uruguayos.
El mejor ejemplo es un artículo del consultor en temas agropecuarios Eduardo Blasina en El Observador (1). Retrucando a los críticos, incluida la academia, defiende la ley de riego sosteniendo que en esas represas se podrían sembrar árboles nativos que a su vez podrían atraer pájaros, mamíferos, ranas, tortugas y culebras. Blasina además sostiene que la oposición a la ley es sobre todo ideológica y en lugar de ser científica.
Es necesario clarificar esos dichos, y en particular para mostrar que, por el contrario, es la defensa de ese tipo de gestión ambiental la que peca de una débil base científica.
Comparemos por un momento algunos de los represamientos que ya existen en Uruguay, como varios de los que existen en la cuenca arrocera del Este, contra los bañados y humedales propios de esa zona. Son dos ambientes muy diferentes.
Un cuerpo de agua creado por el represamiento es sustancialmente muy distinto de una laguna como las que se encuentran en los bañados o en otros humedales. A fuerza de ser esquemático, debe entenderse que el represamiento crea en un corto tiempo un cuerpo de agua, que oscila de acuerdo al balance de aportes hídricos y los usos agropecuarios. En algunos sitios podrían aparecer algunas plantas propias de humedales, pero serán las de crecimiento más rápido, y que podrían desaparecer cuando se utilice el agua allí atrapada. Y sin duda podrán sumarse algunas aves, reptiles, anfibios o mamíferos, pero son siempre circunstanciales y su sobrevida dependerá de aquellos usos agropecuarios.
En cambio, las lagunas propias de los humedales son mucho más complejas, con una larga historia por detrás. Hay cuerpos permanentes y otros que son de inundación regular u ocasional, con una vegetación mucho más rica y diversa. Allí hay un concierto por ejemplo de pajonales y juncales, con caraguatás y totoras, achiras y espadañas, que en algunos sitios llegan a los dos metros de altura. La vegetación se escala y ordena de acuerdo a los suelos y la humedad, y en varios sitios suma árboles, como sauces, sarandíes o ceibos. Y por ello la diversidad de la fauna es mucho más rica, y que en algunos sitios en el este supera las 150 especies de aves, por ejemplo (2).
Es evidente que nos encontramos ante dos situaciones ecológicas muy distintas. Asumir que una laguna de una represa puede cumplir a cabalidad fines de conservación de la fauna y flora, es como sostener que se pueden proteger las praderas naturales en el jardín de una casa, reproducir un bosque nativo en una maceta, o recrear la vida oceánica en una pecera.
Estas confusiones no son raras en Uruguay, y es conceptualmente similar a otra que tiene muchos años a cuestas: creer que una plantación de pinos y eucaliptos es lo mismo que un bosque (que en Uruguay sería un monte nativo). Basta recorrer una plantación madura de eucaliptos o de pinos para ver el suelo solo con pinocha u hojas de eucaliptos, sin otros árboles, arbustos o yuyos, muy pocos animales, donde apenas se aventuran torcazas o cotorras, o algún que otro bicho que está de paso. Es por lo tanto un sistema ecológico de baja diversidad biológica. Plantar pinos o eucaliptos no asegura la sobrevida de nuestra fauna de los montes, como son galllinetas, felinos, coatís o mano peladas.
Esos entreveros tienen consecuencias importantes en la gestión ambiental. Sirven para tolerar ambientes muy artificializados, asumiendo que son esencialmente lo mismo que los ecosistemas originales. Se pierde de vista que buena parte de la fauna y flora nativa no pueden subsistir sea en un monocultivo de árboles o en una represa agropecuaria, y por ello se termina aceptando otro golpe a nuestra biodiversidad.
Esa visión prevaleció entre muchos defensores de las políticas forestales, y como consecuencia se perdieron varios sitios de muy alta riqueza ecológica propias de montes serranos, por ejemplo en las serranías del Este o en zonas de la escarpa basáltica, así como se destruyeron bosques en galería y bañados en algunos cursos de agua en la cuenca del Río Tacuarembó.
Algunos podrán argumentar que buena parte de esos ambientes de humedales o montes nativos en realidad no son “naturales” o “silvestres” en sentido estricto. Es cierto. Sin embargo, los niveles de alteración son sustancialmente menores, y por lo tanto esos hábitats constituyen algunos de los últimos refugios de nuestra biodiversidad.
En el debate sobre la ley de riego cuando Blasina afirma que las críticas parecen “más un acto reflejo que un producto del razonamiento”, podría retrucarse que es exactamente a la inversa. Es que su plan de usar las lagunas de riego parte de olvidar tanto que la finalidad de esos represamientos es proveer aguas para usos agropecuarios y no es sostener funciones ecológicas, como que su eficiencia se evaluará por indicadores finalmente económicos y no por la vitalidad de las poblaciones de fauna y flora. Y por si fuera poco, cuando en tiempo de sequías se deba usar esa agua, estoy seguro que las necesidades de aquellas aves, tortugas y culebras contarán muy poco. En suma, ese tipo de confusión ecológica está muy lejos de acallar el debate sobre la ley de riego sino que refuerza todas las alertas ambientales que se deben tener frente a ella.
Hay otra evidencia que debe recordarse. Un examen de la experiencia de las últimas décadas con los represamientos de agua y canalizaciones en Rocha muestran que aunque prevalecieron fines productivistas inmediatos, se sucedieron obras legales como ilegales bajo controles estatales débiles o contradictorios, y todo ello alimentó lo que se reconoció como un “caos hídrico”. Sus consecuencias son negativas incluso para algunos productores rurales, y por cierto muy malas para el patrimonio natural de la toda la zona ya que desembocó en la desaparición o alteración de muchos humedales.
Para no caer en ese tipo de confusiones, y en el contexto de los usos agropecuarios, sería muy provechoso examinar la estrategia de gestión ambiental empleada en Estados Unidos conocida como “pérdida neta cero”. Ese instrumento se implementó para proteger a los bañados y humedales en ese país, y apunta a que allí donde se pierdan ambientes naturales, por ejemplo por represas o arroceras, se debe proteger o restaurar una superficie equivalente de humedales. La normativa exige que el balance total final sea de cero pérdidas de ecosistemas de humedales.
Es así que lejos de solucionarse el debate sobre la ley de riego, en estas semanas se están sumando más elementos de preocupación, y persisten varias confusiones que enturbian la gestión ambiental en el país.
Notas
1. En defensa de las represas y el riego, E. Blasina, El Observador, 26 noviembre 2017, https://www.elobservador.com.uy/en-defensa-las-represas-y-el-riego-n1145376
2. Uno de los más claros ejemplos son los relevamientos ecológicos en los Bañados del Este; véase por ejemplo el Plan Director de la Reserva de Biósfera de los Bañados del Este, Probides, 1999, especialmente el capítulo 1 que describe suelos, cuencas, vegetación y fauna.
Fotos: Represa de India Muerta en El Diario del Este; bañado de los Indios: foto de Thierry Rabau, en Flickr.
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