cuando los increíbles poderes tecnológicos caigan en manos de muy pocos, y nadie que represente el interés público pueda siquiera comprender las cuestiones;
cuando la gente haya perdido la capacidad de establecer sus propias agendas o cuestionar de una manera sabia a las autoridades;
cuando, abrazados a nuestras bolas de cristal y consultando nerviosamente nuestros horóscopos, con nuestras facultades críticas en declive, e incapaces de distinguir entre lo que nos gusta y lo que es verdad, nos deslicemos de nuevo, casi sin darnos cuenta, hacia la superstición y la oscuridad."
Carl Sagan
´El mundo y sus demonios´ - 1995
Era el último día de la construcción. Se habían completado los 3.180 kilómetros del muro que separaría a Estados Unidos de México y del sur. Antes ya habían construido cientos de kilómetros en los puntos más sensibles. Ahora el cerco era total, 2000 kilómetros nuevecitos.
El último ladrillo, allá arriba, bien alto, lo colocó el presidente Donald Trump. Era una gran diferencia, se festejaba y celebraba tapar el último hueco, no iniciar una obra. En su cara rojiza, con su melena al viento, subido a una plataforma se reflejaba su absoluta y total felicidad. Había cumplido su sueño: el de dividir América. Se podría decir que su máximo sueño. Se sentía un emperador chino completando la Gran Muralla. Desde el espacio, los satélites registrarían con sus ojitos electrónicos la línea negra en el mapa de América. Era su obra para la posteridad.
Nunca, como en ese preciso momento, el norte se había separado del sur. El muro no trataba de ocultar a México solamente, sino toda la larga lista de naciones y de pueblos al sur del Río Bravo. Por eso al muro lo había bautizado el "muro bravo".
Las reforzadas posiciones policiales y de la "Migra" a lo largo del muro eran los únicos puntos de contacto terrestre entre los Estados Unidos y el sur. Aunque dentro de los Estados Unidos la colectividad latina seguía creciendo, pariendo, infiltrándose en todos lados y consolidando el español como la segunda lengua más hablada del país, amenazando al inglés. Aunque en internet y en los sitios oficiales Trump la hubiera prohibido.
Las canciones, las frases, los tacos, los chiles, los asados, las tortillas seguían impertérritas, aunque agitadas en miles de ciudades y pueblos y, sobre todo, en los campos de tomates, de vides, de hortalizas, de naranjas de muchos estados y miles de diversas formas de presencia productiva de los latinos, que no entraron por bondad, sino por necesidad y conveniencia.
A la reina, a la monarca del cruce, los miles de kilómetros del alto muro no la habían afectado mayormente. Al principio, el precio del gramo de droga en las calles de Nueva York, de Chicago y Los Ángeles había cotizado al alza, luego lentamente y a medida que el ingenio del mal, de las bandas y del vicio se fue perfeccionando, volvió casi a los niveles anteriores al muro (AM). La droga y sus santuarios, transportadores, mayoristas, revendedores y vendedores al menudeo ya se había adecuado a los cambios.
En la sede de la DEA en Arlington, Virginia, hubo al principio momentos de sobresalto. Se insinuó la posibilidad que una disminución del tráfico de estupefacientes provenientes del sur pudiera afectar su presupuesto, sus carreras y, sobre todo, el número de agentes y su poder. Duró poco.
El ingenio del vicio, la labor social de aliviar las tensiones y frustraciones de millones de consumidores norteamericanos debía ser satisfecha; y el muro, los mares y el espacio aéreo siguieron soportando los más diversos ingenios para transportar marihuana, cocaína y anfetaminas. Del opio se ocupaban en oriente, allí los muros y las tropas invasoras eran todavía más inútiles.
Trump volvió a proclamar que ahora la obra, que había costado 20.000 millones de dólares, sería pagada por México. Era un vaticinio pérfido, pretender que los propios pecados, los miedos y las estupideces propias deban ser pagadas por los otros. Aunque en medio de tantas burradas (aunque había sido elegido por el partido del elefante y no del burro) la del muro era la más grande, larga, pero en definitiva era otra burrada más. Esta quedaría allí para la historia.
De sus ardientes discursos, las largas y cargadas firmas de los decretos iniciales, Trump había caído lentamente hacia la telaraña que lo tenía atrapado en la Casa Blanca, rodeado como ningún otro presidente de los Estados Unidos por miles de agentes del Servicio Secreto. Previsores. Por eso en esa sencilla ceremonia de colocar el último ladrillo del muro no había público, solo un pequeño ejército de hombres y mujeres uniformados; con trajes negros y una escarapela en la solapa, con verdes uniformes de la "migra" y algunos militares de la comitiva. Decenas de helicópteros sobrevolaban la zona del lado norteamericano.
Se esperaba una enorme concentración de mexicanos para protestar. Decidieron que era totalmente inútil y lo dejaron solo con sus guardaespaldas, sus limusinas súper blindadas y algunos de sus elegantes familiares, atormentados por el clima hostil de la frontera.
El consumo de aerosoles y pinturas se había incrementado en México de manera exponencial, el resultado se podía ver todo a lo largo de los tres mil kilómetros. Era la mayor colección de grafitis y de murales de todo el mundo. Algunas frases eran irreproducibles otras eran verdaderos poemas. Los murales eran impresionantes, siguiendo la tradición mejicana de una creatividad colorida y muy bella. Trump había firmado el decreto numero un millón cobrando un canon para los usuarios pictóricos del muro.
Se habían editados libros, producido películas y documentales con la segunda muralla más larga del mundo. Los chinos seguían liderando.
Cabe consignar que el último ladrillo era totalmente simbólico, porque el muro había sido construido con unos enormes bloques de cemento liso, plano, uniforme. Ya había experiencia en el muro de Palestina construido por Israel.
La incesante calesita de la economía circulaba a velocidad endemoniada. Al principio las industrias automovilísticas lideraron el optimismo y el alza en el índice Down John. Luego, cuando sus autos construidos en algunos rincones de los EE.UU. no lograron venderse en casi ningún lado, ni siquiera en los propios EE.UU., comenzaron a interrogarse sobre el viejo Henry Ford y sobre la globalización con añoranza.
Grandes empresas de producción, promoción y venta de productos de consumo masivo, como una firma de zapatillas deportivas, simplemente tuvieron que cerrar. No soportaron el impacto de sus nuevos costos.
El otro que comenzó a tener ciertas preocupaciones fue el complejo industrial militar, del que se había ocupado muchos años antes el presidente-general Dwight D. Eisenhower. No lograban colocar como antes su enorme producción de artefactos militares y la competencia rusa y europea los había desplazado a un lejano tercer lugar en la lista. Los chinos seguían creciendo.
Desde su despacho que ya no era más ovalado, porque había resuelto que también en ello debía introducir cambios e hizo construir agudas esquinas, Trump no tenía preocupaciones. La corte que lo rodeaba utilizaba la misma técnica que tanto resultado le había dado a Donald en su campaña electoral, le mentían. A Donald el presidente, no el pato.
La catedral mundial y absoluta de la posverdad se había instalado en la Casa Blanca y todos los días sus sacerdotes le construían al presidente un relato perfecto de la marcha del mundo - que en realidad le importaba muy poco - y de los Estados Unidos. Y él hablaba todas las semanas por televisión. Conferencia de prensa cada día menos.
Le habían ocultado al presidente el lamentable incidente de que los mexicanos ya habían encontrado el sistema de cruzar el muro por arriba con sus camionetas. Es que el ingenio del sur no tiene límites.
Muchos norteamericanos, luego de haber organizado las mayores manifestaciones de mujeres, de hombres, de hombres y mujeres, de la comunidad afro y de todas las minorías habidas y por haber, ahora resignados contaban los días para el final del período. Es que cuatro años pueden ser muy largos.
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