Es muy frecuente que cuando se piensa en sitios que son naturales, repletos de fauna y flora silvestre, se nombre a la Amazonia y otras regiones sudamericanas. En nuestro continente predominarían las áreas silvestres, dicen que los siguen esa idea. Piensan en los bosques tropicales, en el Chaco, los bañados del Pantanal, o las cumbres con nevados y glaciales de la cordillera de los Andes. La imagen de esos paisajes alimentan la ilusión de ser un continente repleto de áreas que no están alteradas por el ser humano.
Esa postura tiene unas consecuencias muy importantes al justificar las políticas de desarrollo. En efecto, se razona que si buena parte del territorio es natural, entonces se puede seguir aprovechando la naturaleza. No importa si se talan los bosques en un sitio, o si las petroleras contaminan el agua y el suelo en otra zona, ya que siempre habría mucha “más” naturaleza disponible. De la misma manera, se considera que los verdaderos problemas ambientales estarían en los países en el norte industrializado, y no aquí en sudamerica.
Es el sueño de “El Dorado” del tiempo colonial: tierras repletas de riquezas que debían ser conquistadas. Ese mito brinda una justificación para seguir siendo exportadores de recursos naturales a pesar de todos los impactos ecológicos.
Esa es una postura totalmente equivocada. Es un mito que ya no puede sostenerse a medida que avanzamos en el siglo XXI. Muy por el contrario, casi todo el continente sudamericano está modificado por los humanos, y varias regiones ecológicas hace mucho tiempo que dejaron de ser silvestres.
En la Amazonia, posiblemente el ejemplo emblemático de esa naturaleza silvestre, en realidad sufre de la sostenida tala de bosques y el avance de la agricultura, la ganadería, la construcción de represas, la extracción de petróleo o minerales. Si las condiciones siguen su curso actual se estima que aproximadamente la mitad de esa selva tropical estará perdida o alterada hacia el año 2050.
La enorme región ecológica del Cerrado, en el centro de Brasil, sufre un proceso similar. En este caso se estima que la mitad de su superficie ya está antropizada, sobre todo por la agricultura y la ganadería. Allí está la frontera de avance de la soja, y se repiten problemas análogos a los que se viven en Uruguay con ese cultivo. Lo mismo ocurre con otra gran región ecológica brasileña, las Caatingas del nordeste.
En el Chaco, la deforestación y la agricultura penetra sobre los ambientes naturales desde todos sus flancos, sea en Argentina, como en Paraguay y Bolivia.
En todas esas grandes regiones se repite un cambio ecológico a gran escala que ya ocurrió a fines del siglo XIX y principios del siglo XX: una transformación ambiental total. Esto sucedió en las praderas y savanas del sur de Brasil, en Uruguay y en las pampas de Argentina. La ganadería y agricultura modificaron sustancialmente los ambientes originales, y lo que hoy se consideran, por ejemplo, “campos naturales”, en verdad son el resultado de más de un siglo de intervenciones, ingreso de especies exóticas y desaparición de fauna y flora nativa, residuos de químicos, etc.
De la misma manera, en el continente ya se perdió su segunda selva tropical, la “mata Atlántica”. Era un enorme bosque que se extendía se norte a sur sobre la costa brasileña, y que en algunos sitios se adentraba centenas de kilométros hacia adentro. Más del 90% de ese bosque se ha desvanecido, y sólo quedan algunas “islas”. En ese caso el proceso fue desencadenado por el avance de la ganadería y la agricultura, sobre todo del café.
Por todo esto, la imagen popular de América del Sur como un continente esencialmente natural y con grandes reservas ecológicas, es infundada. En muchas regiones se ha cruzado un umbral de modificaciones donde es difícil plantear restauraciones ambientales en corta escala de tiempo (como las praderas y savanas). Nuestra condición de antropización se parece cada vez más a la que se observa en Norteamérica o Europa.
Esto se ilustra en la imagen en este artículo, donde los tonos de rojo expresan la proporción de influencia humana como la transformación de la tierra, expansión urbana, etc. Puede verse que América del Sur aparece repleta de tonos rojos de distintas intensidad en forma similar a lo que ocurre en América del Norte.
Seguir insistiendo en que América del Sur, y dentro de ella Uruguay, es una fuente inagotable de recursos naturales para sostener las exportaciones de materias primas, desconoce estos límites ecológicos. Persistir en que no hay serios impactos ecológicos, asumiendo que tenemos grandes ríos o enormes áreas silvestres que todo lo amortiguan, es desconocer toda esta evidencia.
Muy por el contrario, ya hemos artificializado la naturaleza que nos rodeaba, y por ello se vuelve necesario salir de este tipo de desarrollo basado en una apropiación masiva de nuestro patrimonio ecológico.
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Más informaciones sobre este proceso en el reporte en video Eco-Claves en
https://www.youtube.com/watch?v=QKygrNDd5hw
La imagen está basada en un estudio de P. Kareiva y colab., Science 316: 1866-1869, 2007.
El mito de la naturaleza silvestre
Una y otra vez se repite que en América del Sur predominan las áreas silvestres, y que la pérdida de la Naturaleza es un problema del norte industrializado, pero no en nuestro sur. Eso es un mito, y Uruguay es un ejemplo de la artificialización del ambiente.
19.06.2017 12:49
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