Los 33 mineros y los tres rescatistas están a salvo. ¿Qué adjetivo exultante, lacrimógeno, emocionante, fervoroso se puede agregar a lo que se ha dicho por todas las televisoras del mundo, diarios, revistas, radios, portales, Faceebok y Twitter? Se agotaron en todos los idiomas.
La bandera de Chile nunca fue tan conocida en el orbe. Esa sacrificada y peligrosa profesión de escarbar la roca y la tierra para arrancarle sus riquezas: los mineros, nunca ocuparon un sitial tan alto. El presidente de Chile Sebastián Piñera tuvo sin duda una de las mayores tribunas planetarias para emitir su mensaje poco después de las 0 horas locales del miércoles 13 de octubre del año 2010. Fue ante una platea de más de mil millones de personas y con tema libre, sin las limitaciones de inaugurar los juegos olímpicos o el mundial de fútbol. Hasta se dio el lujo -dudosamente diplomático y de buen gusto - de hablar de la guerra del Pacífico desde un púlpito tan universal.
Las religiones, los santos y vírgenes, la providencia en todas sus variantes fueron convocados en aquel desierto abrasador de día y helado de noche. El olvidado desierto de Atacama.
Todas las cosas humanas nos invitan al balance, a pesar, a sumar, restar y sacar cada uno nuestras conclusiones.
Técnicamente todo fue impecable. Lo que importa en definitiva es el resultado final, hicieron la perforación de más de 600 metros en mucho menor tiempo de lo estimado, encamisaron el trecho inicial del pozo, construyeron una estructura de elevación y una cabina apropiada y, toda la logística funcionó muy bien. Los chilenos tiene experiencia y pusieron los recursos humanos y materiales bien planificados, bien dirigidos y obtuvieron un gran triunfo. Muy bien por ellos.
¿Quiénes son ellos? En primer lugar fueron los propios mineros, su temple, su capacidad de organización y de resistencia, luego fue el gobierno, que puso toda la carne en el asador, presidente, primera dama y ministros incluídos en la boca del pozo de la salvación. No importa de qué signo son, lo hicieron muy bien. Además estuvieron las instituciones públicas y empresas privadas que intervinieron en la operación. Y la cooperación internacional.
¿Y el gran hermano? Tenemos que acostumbrarnos a que el gran ojo, que en este caso eran cientos de cámaras de todo el mundo se posa sobre todo y desnuda la realidad y crea su propia realidad, genera emociones, ansias, lágrimas y eleva a los cielos o precipita en los infiernos. Fue la mayor demostración omnipresente de un gran hermano universal, sus ojos implacables en la superficie y en las profundidades de la mina. Todo lo ve, todo lo expone.
En el gran hermano conviven dos almas. Abel y Caín, como en el origen de nuestra estirpe. Abel que obliga a todos a ser eficientes, precisos, exitosos porque los estamos mirando, observando y exigiendo. Es un “hermano” implacable y muy vigilante con los resultados.
También está Caín, el que convoca a los demonios del poder, a los discursos patrioteros y al abuso de los lugares comunes y no contiene ni a reyes ni a presidentes, el que hace “marketing político” de todo, con todo y para todo. El gran ojo tenía preparada la tribuna, los besos, los abrazos, los gritos, las invocaciones religiosas, la memoria de pasadas glorias militares a partir de ese desierto, de Atacama para invadir a Perú y a Bolivia. En el entrevero emocional le perdonaron el desliz a Piñera.
Esos dos terribles hermanos bíblicos ¿cuánto influyen hoy en nuestra propia cultura globalizada? No son dos caras de la misma moneda, no son el anverso y el reverso inexorable de las cosas, tan indiscutibles como la montaña que aprisionaba a los mineros. Cada uno elige.
Se puede estar al pie del cañón o del ducto por el que salían los mineros con sobriedad, con emoción y sensibilidad, con sentido de la alta investidura o como primer actor de un drama ajeno y propio, como elocuente y locuaz protagonista del marketing universal. Hasta en Gran Hermano, cada uno elige.
El problema es que todo está hecho para que cada día más perdamos la capacidad de elegir.
Estamos felices, una oscura tragedia terminó en abrazos, en luz, en vidas. No tenemos por qué emborracharnos con el vino del lado oscuro del gran ojo.
El gran ojo penetrante no nos impide por ejemplo observar que todos los que estaban esperando en la boca del pozo de la vida, gobernantes, ingenieros y empresarios eran blancos de toda blancura y los que salían de las entrañas de la tierra eran aindiados, oscuros. Y lo seguirán siendo, durante y después de la fama.
El lado oscuro es también la incapacidad de ver la realidad en todos sus matices y dejarnos sepultar por el olvido de que los pueblos indígenas, los atacameños, los mapuches, quechuas, aymáras siguen sepultados bajo toneladas de injusticias y sus huelgas de hambre arrasadas por la indiferencia.
El gran ojo no es imparcial, no es neutro.
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