Nadie puede dudar de que polemicé y duramente con Mujica. No sólo durante la campaña de las elecciones internas. Antes. Y venimos discutiendo indirectamente desde hace varias décadas. Y lo seguiré haciendo. Yo polemizó con la gente que vale la pena, la que tiene ideas, la que aporta algo, la que obliga a pensar.

El domingo apareció en La Nación de Buenos Aires una larga entrevista a José Mujica realizada en su chacra antes de su viaje a la Argentina junto con Danilo Astori. Es un reportaje muy largo, lleno de puntas y de espinas. Se lee entero y de un tirón. Y eso hoy en política es una especie de milagro.

Cuando terminé de leerlo supe de inmediato que nuestros adversarios se prenderían de alguna de las frases como de un hueso. No por lo blanco del hueso, sino por lo desesperados. No tuve dudas. Me sentí obligado a mirar un poco más allá. Y me sentí orgulloso de cómo trata ese diario a Mujica, en cierta manera es como los argentinos nos tratan hoy a los uruguayos. Con nuestras diferencias, particularidades, singularidades, con todo, nos tratan con gran respeto. Y la nota termina con esa visión.

La entrevista tranquiliza a los argentinos, a los ciudadanos comunes, a los poderosos, a los importantes e incluso a los observadores agudos, desde la economía, desde la política y las relaciones internacionales. No sé si deja tranquilos a los esquemáticos. Rompe varios esquemas.

Da respuestas valientes y de esas que duelen. En algunos momentos muestra el alma. Y en política es un mérito, aunque algunos sepamos que eso se paga.

Le preguntan: No hablamos de que esa lucha estuvo asociada con la violencia, con la muerte. ¿Se arrepiente de haber elegido ese camino?

-Sí, claro. Pero usted está en Uruguay, no en la Argentina. La vida humana acá siempre... A nosotros nos dicen guerrilla, pero tenemos mucho de movimiento político con armas. Y la violencia en Uruguay fue muy justificada. Las barbaridades que pasaron en otro lado, acá no...

¿Justificada por qué? ¿En qué sentido?

Nosotros, en las operaciones discutíamos. Hemos perdido vidas porque la consigna era que no fuera cruento, que no hubiera hemoglobina. El más preocupado por eso era el viejo compañero Sendic (Raúl, uno de los fundadores de los Tupamaros), que decidía el encuadre político de las operaciones. En otras partes de América, la vida humana valía menos que la de un perro. Nosotros cometimos algunos disparates porque tuvimos desviaciones militares.

Yo podría elegir los muchos pasajes en los que reafirma la política y la confianza económica generada por el gobierno de Vázquez y la conducción de Astori, pero me sentiría parte del festín de los hipócritas.

Todos sabemos lo difícil que es admitir este tipo de cosas. No tienen que ver con la política, tienen que ver con los afectos, con los muertos y los perdidos, con las pasiones. Tienen que ver con la vida de mucha gente y con la de Mujica. No es de este tema que se prendieron los “generosos”.

Tampoco se prendieron de la parte – equivocada a mi entender – pero generosa y humana cuando habla de no utilizar a la justicia para ajustar cuentas entre viejos combatientes que se enfrentaron hace muchos años. Ellos buscaron con lupa y se concentraron en el tema de la justicia.

Mujica habla claramente de las deficiencias genéricas de la justicia humana, de las limitaciones de la justicia como concepto civilizatorio para resolver conflictos tan complejos. No habla específicamente de la justicia uruguaya. Pero para los generosos contrincantes todo hueso sirve para su pobre caldo.

No me detengo un instante en las sensibilidades lingüísticas de nuestros adversarios, porque es demasiado, son comentarios dignos de “chetos”. Todos sabemos que cuando Mujica quiere – y lo ha demostrado con creces- se expresa de acuerdo a los diversos ámbitos. Al periodista de La Nación – y estoy seguro que sus lectores – no los horrorizó alguna frase subida de tono, la integraron perfectamente al personaje.

El objetivo de los que como dijo Astori, dicen que no quieren hablar del pasado porque quieren llevarnos al pasado, es la de poner en duda las convicciones democráticas de Mujica. Y eso en el Uruguay del 2009 da menos jugo que un ladrillo. Soledad, si querés llorar, llorá.

En los momentos institucionales y políticos más difíciles que vivió el Uruguay desde la recuperación democrática, cuando los gestos y las actitudes son riesgo y convicción y hay que jugarse en serio, Mujica fue un soporte fundamental de la política, de los políticos y de la estabilidad. Y la gente le reconoce su aporte a la democracia. No con discursos solamente, sino con gestos, con actitudes concretas y tangibles.

A lo largo de todos estos años Mujica demostró capacidad de negociación y de diálogo con las fuerzas de la oposición y con amplios sectores sociales y en muchos de sus discursos le presta mucha atención a ese aspecto y a la estabilidad política.

Voy a terminar con el resumen que hace el propio diario argentino sobre la entrevista:

Tres razones para escucharlo: (a Mujica)

1.- Cerca de la meta
Lidera las encuestas y puede llegar a convertirse en las elecciones del 25 de octubre en el sucesor de Tabaré Vázquez, con una personalidad totalmente distinta y una militancia en el sector más radicalizado del Frente Amplio.

2.- De la violencia a la paz
Pasó de la guerrilla más dura a esta versión pacificada, en la que admite que la cárcel lo cambió y que se arrepiente de los hechos sangrientos. Quiere que se conozca la verdad, pero no cree en la Justicia.

3.- Continuidad
Dice que mantendrá la política de Tabaré. Se muestra pragmático al hablar del conflicto por Botnia y, sobre todo, al anunciar que buscará llevar tranquilidad al establishment económico, en una gestión sin "barquinazos".

Y hay muchas más razones para dejarlos aullar a la luna y que con esas mordidas además de huesos, no nos muerdan cinco años de nuestra vida. Nos quieren cobrar el “error” de decir lo que pensamos. A ellos de vez en cuando se les escapa.