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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

El domingo 23 de junio

19.06.2013 10:48

Lectura: 5'

2013-06-19T10:48:22-03:00
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El próximo domingo se convoca a los ciudadanos para que expresen si están de acuerdo en convocar a un referéndum contra la ley que despenalizó el aborto. No se trata de una decisión sobre el fondo de la cuestión, aunque obviamente la postura que cada uno de nosotros tiene sobre el tema estará influyendo significativamente sobre la decisión a adoptar para el próximo domingo.

Justamente, en realidad se superponen dos reflexiones de contenido diferente. Por un lado, la cuestión referida a la despenalización del aborto y la postura sobre su reciente aprobación; por otro lado, la reflexión sobre si este tema debe ser objeto de decisión mediante un mecanismo de democracia directa. Si bien los dos asuntos están vinculados, no son idénticos.

En efecto, quienes hemos abogado contra la despenalización del aborto no debemos dudar, este es el último instrumento que queda para revertir la decisión tomada por el Parlamento. En lo personal, la ley aprobada contraviene nuestras convicciones, en la medida que autoriza un mecanismo que afecta la protección de la vida de los más indefensos, es decir los concebidos.

Está claro que el procedimiento permite la reflexión de la mujer y, según las estadísticas recientes del MSP, un diez por ciento de las mujeres que consultaron porque querían abortar resolvieron no hacerlo. Pero no menos cierto es que basta la simple voluntad de la madre para que el aborto se produzca, quitando la vida de un ser que mucho antes de las doce semanas tiene cerebro, siente y vibra como cualquiera de nosotros. Baste mirar una ecografía de un embarazo para quedar impactado sobre la brutal realidad de una vida que existe con todo ímpetu desde el principio.

Porque tenemos la convicción de que la historia de la humanidad avanza en la dirección del reconocimiento creciente de más y más derechos de todos. Porque así como hoy se discute el derecho del concebido a vivir, también en el pasado se discutieron cosas que hoy parece increíble que se discutan (el alma de los indígenas americanos, la libertad de los negros, los derechos de las mujeres, niños y viejos). No les quepa la menor duda de que dentro de unos años, no demasiados, se mirará este debate con sorpresa y estupor, ante la evidencia de la necesidad de proteger los derechos de los concebidos desde el principio.
Entonces, para los que así pensamos la decisión del domingo es obvia. Iremos a votar para que se abra el camino hacia un referéndum con el objetivo de derogar la ley aprobada el pasado año.

Pero el segundo tema en debate el próximo domingo es diferente a la cuestión sobre si se debe o no despenalizar el aborto. La cuestión consiste en establecer si se trata de un tema que deba ser trasladado para la decisión de todos los ciudadanos.
Ciertamente, el principio general de decisión en nuestras democracias modernas consiste en trasladar el poder de resolución sobre los asuntos públicos a los representantes electos por la ciudadanía. Los ciudadanos eligen a sus representantes y estos votan en nombre del cuerpo electoral.

Sin embargo, nuestra Constitución establece la posibilidad de otorgar al cuerpo electoral el poder de decidir en forma directa cuando se entiende que, por las razones que sean, es necesario volver al poder originario que es en donde reposa la soberanía última de nuestro país.

Justamente, el recurso de referéndum contra las leyes es un instrumento que permite que los ciudadanos ratifiquen o rectifiquen lo decidido por sus representantes. Esta facultad se ejercita cuando una porción relevante de la ciudadanía, nada menos que una cuarta parte, entiende que la decisión parlamentaria debe ser sometida a discusión.

En particular, en este caso hemos sostenido que se trata de un asunto muy personal que refiere a cuestiones de conciencia y convicciones muy íntimas que trascienden las decisiones colectivas. A tal punto que este tema cruza transversalmente a los partidos y se han registrado posiciones diferentes y opuestas en todos los partidos de nuestro sistema político. Es por ello que hemos abogado y defendido la libertad de acción como criterio de decisión política.
Es muy claro que esto es así. Basta mirar cómo se han pronunciado los representantes de los diferentes partidos para reconocer que el tema no se alinea en función de las estructuras partidarias o de las concepciones políticas, sino que refiere al campo más personal e íntimo de las personas.

Así las cosas, deberíamos los uruguayos actuar todos con un gran respeto por las convicciones de cada uno y admitir que todos tenemos derecho a sostener o postular diferentes posiciones sobre el tema de fondo. Lamentablemente, en muchos casos esto no ha sido así y se han disparado en estos días, ciertos reflejos de intolerancia y falta de respeto a la libertad de cada uno para sostener lo que mejor cree.

De todos modos, lo que resulta evidente es que si existe un tema en el que es lógico trasladar la decisión a los ciudadanos, seguro que es este. No debe haber otro tema en el que las razones individuales y personales pesen más que con respecto a la despenalización del aborto. Justamente, porque se trata de un asunto tan íntimo es uno de los casos más obvios en los que lo actuado por los representantes del pueblo debería ser sometido al veredicto de sus mandantes; para ratificar o rectificar lo que estos decidieron.

Por eso el domingo 23, más allá del tema de fondo que divide ciertamente a nuestra sociedad, como divide a todas las sociedades del mundo, lo que se estará resolviendo es si nos parece que este tema debe quedar en la decisión de los representantes del pueblo o, por el contrario, es de esos asuntos en los que la ciudadanía debe asumir directamente su decisión. Más allá de que luego cada quien vote, en el marco del mayor respeto, lo que mejor crea sobre el asunto de fondo.