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Retrocedamos un momento a 2014. Las elecciones internas, que serán el primero de junio próximo, entraron en la recta final. El 14 de mayo una empresa encuestadora difunde en un noticiero central su penúltima encuesta de la campaña electoral:

En el comentario, el director de la encuestadora afirma que “Larrañaga sigue firme, se mantiene, y hay, en la interna nacionalista una distancia a favor de Larrañaga de 8 puntos porcentuales”[1].

Unos días después recibe el trabajo de campo de la última encuesta de la campaña electoral y supongamos que le da exactamente los datos que luego serán los que surgirán de las urnas: Larrañaga 45%, Lacalle Pou 54%. ¿Cambió la realidad o es un error muestral? Ese es precisamente el dilema del encuestador.

Nuestra suposición de que el trabajo de campo arroje estos resultados no tiene nada de alocada, ni es traída de los pelos: es ni más ni menos que asumir que el trabajo de campo está hecho correctamente y por tanto funciona.

Sumado a ello, todos los análisis de datos y simulaciones por computadora muestran que es imposible que para un electorado que votó Larrañaga 45% Lacalle Pou 54%, el campo arroje durante 4 meses a Larrañaga por arriba de 50%, y mucho menos creciendo en la recta final. No hay chance de que los directores de las encuestadoras no se hayan enfrentado a datos muestrales más cercanos a la realidad.

¿Qué hacer?

Mientras que nosotros, que ya vimos el final de la película, avanzamos y retrocedemos en el tiempo, el director de la encuestadora está enfrentado a un dilema absolutamente crucial: ¿hay sesgos en el trabajo de campo o cambió la realidad?

La verdad, la más pura y cruda de las verdades, es que el director de la encuestadora no cuenta con ninguna herramienta confiable para contestar esta pregunta. No tiene ni idea de cuál es la respuesta, ni la más pálida idea.

Lo más cercano a un salvavidas con que cuenta es el resultado que publicaron las otras empresas encuestadoras. Sus colegas, vienen publicando datos parecidos, como los que divulgó otro informativo central una semana antes[2]:

Entonces el director de la encuestadora comienza a hacer lo único que puede hacer: validar los resultados del trabajo de campo contra otros datos “duros” para intentar encontrar problemas muestrales, errores o distorsiones: contra el censo, contra la pregunta de voto anterior en la propia encuesta, y en general contra todo lo que tenga a mano. Pero haga lo que haga, nada, absolutamente nada, será capaz de contestarle si lo que está viendo es un error en el trabajo de campo o un cambio en la realidad.

El encuestador no tiene la opción de decir paso: al final, sea como sea, tomará una decisión y ésta será publicada. Y tanto los electores como el sistema político jamás sabrán que en realidad el director de la encuestadora se enfrentó a un dilema que no supo cómo resolver.

Y si desconfían de mí, espero que no lo hagan de Luis Eduardo González:

“En mi experiencia personal los encuestadores no son tontos ni suicidas. Si hacen esta clase de cosas a sabiendas, es porque enfrentan un dilema difícil de resolver. Si usan la clase de muestras que deberían usar (mil votantes en la interna blanca o tal vez algo menos, debilitando la calidad de sus estimaciones), entonces sus precios quedan totalmente fuera del mercado, es decir de lo que sus clientes están dispuestos a pagar. Si cruzan los dedos, arriesgan y siguen adelante con las muestras usuales, entonces probablemente pasará lo que pasó.”[3]

Tenemos derecho a conocer los datos crudos del trabajo de campo

Lo que muestran las series de datos históricos de las elecciones en Uruguay es que los directores de las encuestadoras deciden la mayoría abrumadora de las veces que el error es muestral, y ponderan los datos hasta que ajusten tanto con su encuesta anterior como con la de sus colegas.

Esta decisión tomada en soledad por cada uno de los directores de las empresas encuestadoras, en una terrible y abrumadora soledad, es lo que genera el sesgo sistemático, el efecto rebaño. No hay necesidad de conspiración, no hay necesidad de mentiras, o hay necesidad de maldad. Lo único absolutamente imprescindible para que este perverso sistema siga vivo es el secreto más cerrado posible sobre los datos crudos, tal como los arrojó el trabajo de campo. Por eso la omertá impenetrable con respecto a los datos crudos de 2014.

La única cura contra este problema es una ley que haga obligatoria la publicación de los datos crudos. Porque nos digan lo que nos digan, nos cuenten lo que nos cuenten, argumenten lo que argumenten, antes de publicar una encuesta no tienen ni la más remota idea de cómo contestar correctamente el dilema del encuestador. Y nosotros ya estamos creciditos como para conocer los datos y dar nuestra propia repuesta.

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[1] Los datos son reales, y corresponden a una encuesta de Factum, difundida en Telenoche y reproducida por LR2 en http://www.lr21.com.uy/politica/1174720-cabeza-a-cabeza-larranaga-lidera-la-interna-nacionalista-con-53-y-lacalle-pou-llega-al-45

[2] Esta gráfica corresponde a la información difundida por Cifra el 7 de mayo de 2014 en Telemundo, y reproducida por Radio Uruguay en: http://radiouruguay2016.com.uy/innovaportal/v/50581/22/mecweb/cifra:-larranaga-supera-en-10-a-lacalle-pou?parentid=44871

[3] La campaña electoral 2014 en Uruguay - Evolución del voto y del sistema de partidos. Publicado por la Universidad Católica. Selección y edición a cargo de Pablo Mieres. http://www.kas.de/wf/doc/kas_42321-1522-4-30.pdf?150824145114