Doña Pepa ahorró durante varios meses unos pesitos y luego de ver la película el “Baño del Papa” tomó la decisión de su vida, la que alteraría todas sus costumbres: construir un baño nuevo en su casita de Maroñas. Ella su esposo y sus dos hijos figuran como los propietarios del terrenito y de la casa.
Doña Pepa es respetuosa de Dios y de las leyes, las divinas y las humanas, así que se tomó un ómnibus y siguiendo avisos televisivos y noticias vecinales varias, se fue al BPS de la plaza Matriz. Hizo cola en el hall. Tuvo paciencia. De allí la mandaron al subsuelo en el mostrador correspondiente. Tuvo más paciencia. Le tocó el turno. Explicó su proyecto faraónico: un baño con water, lavablo, todo revestido de azulejos y con una ducha. Todo regular. Allí le entregaron los formularios de BPS y de la DGI en sus originales y copias.
El formulario de la DGI que le entregaron tiene 4 páginas en original y dos copias. Se sentó pacientemente en unas cómodas sillas de plástico, dispuestas para aquellos que se marean ante la marea. También le informaron que Doña Pepa estaba obligada a inscribir el personal de la obra ante el Ministerio de Trabajo, previo a la inscripción en el BPS.
Caminó las ocho cuadras que la separan del Ministerio de Trabajo, preguntó y la atendieron deferentemente. Hizo cola en el mostrador y le informaron que debía subir al primer piso. Allí se notificó que debía llevar el libro de obra y hacer una detallada carta sobre las características de la construcción, en particular descartando demoliciones y sobre todo excavaciones arqueológicas. Ni que hablar que el baño no puede tener más de dos pisos. (8 metros), medida áurea inviolable.
Luego de sellar el libro, comprar el timbre, entregar la nota antes mencionada, recibió un papel con un número para presentar en BPS. Cualquiera comprende que para Doña Pepa y la mayoría de los mortales, es imposible hacer todo el trámite en el mismo día. Así que volvió nuevamente al BPS al otro día armada del papelito del ministerio y sacó número en el subsuelo para registrar la obra. Estaba además armada de una paciencia infatigable. Desgraciadamente llegó en el horario del almuerzo, velocidad de atención reducida a la mitad, tiempo de espera el doble.
Salió a la plaza una tarde otoñal con una amplia sonrisa primaveral, tenía número de empresa, número de obra y RUC. Le quedaba todavía un pequeño viajecito hasta el ministerio. Llegó con su cartera rebosante de números y papeles, segura de si misma, entregada en cuerpo y alma a la ley. Nuevamente le sellaron el libro de obra y... le informaron que tenía que bajar un programa de Internet, sólo de Internet con el cual podría imprimir la planilla de trabajo y generar una planilla para un disquete. Pagó las dos UR ( más de 500 pesos) que es el valor de la planilla. Doña Pepa comenzó a impacientarse, todavía no había puesto un solo bloque, ni conseguido la puerta de madera y su marco y menos elegido el color del water y la pileta, pero había avanzado notoriamente escalando el monte burocrático nacional. Ya casi se sentía en la cima.
Preguntó dónde estaría el Cyber café más próximo a su casa y a cual de sus sobrinos le solicitaría ayuda para ese salto tecnológico hacia la sociedad del conocimiento. Previo al salto cibernético, Doña Pepa con sus piernas cansadas, no de construir, ni de llevarle un matecito a su esposo y al único obrero que lo ayudaría a construir su pirámide de la felicidad, sino de recorrer oficinas públicas, fue nuevamente al BPS a darle el alta al trabajador solitario. Juan Cabrera. Doña Pepa comenzó a sentirse ligeramente cabrera. Y además todo ese trámite era necesario porque el desprevenido de Cabrera que tiene cinco hijos y vive en Malvín Norte no formó una empresa unipersonal.
Su sobrino Hugo, el más despabilado, logró el milagro, le bajó la planilla electrónica de Internet, pero allí surgieron algunos inconvenientes con la forma de llenado y de entrega de la planilla. En el cyber café los equipos ya no tenían disquetera por lo tanto su sobrino le informó que debía conseguir un pen driver.
A doña Pepa se le agotó la paciencia, la que tenía al portador y la que había ahorrado durante muchos meses. Alguien en ese momento hablaba en la radio de la reforma del estado, en un arranque de furia tomó el pequeño receptor y lo lanzó por la ventana, con tanta mala suerte que cayó en un charco de agua. Luego de un chisporroteo la radio quedó convertida en un pisapapeles.
Allí en su patio, bajo la glicina mientras tomaba un amargo se le planteó en toda su inmensidad una duda enorme, filosófica, de esas que han atenazado la conciencia de generaciones: seguir utilizando la vieja y desvencijada letrina con su taza turca el alambre para colgar el papel higiénico o violar las leyes, pisotear los trámites y utilizar de manera impropia los diversos formularios en su baño nuevo. ¡Que dilema!
(*) Periodista. Coordinador Bitácora. Uruguay.
PD. Todo parecido con la realidad, es pálido. Si alguien tiene dudas – autoridades inclusive – hagan una excursión al planeta del trámite eterno.