Contenido creado por Inés Nogueiras
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El Uruguay del optimismo

El Uruguay del optimismo

Ese el título de un libro de Julio María Sanguinetti sobre el batllismo. Es una feliz afirmación, porque el Uruguay tuvo una intensa historia de optimismo social.

16.09.2014

Lectura: 6'

2014-09-16T06:59:00-03:00
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Sin él hay cosas que no se pueden entender. No es solo la época del batllismo: comenzó previamente, continuó hasta los años 50 y luego empezó a extinguirse. Su último representante del gobierno fue Luis Batlle.

Los orientales nos hemos acusado de ser nostálgicos y es cierto. Fuimos, y ciertas generaciones siguen siendo, nostálgicos de aquella época tan particular de la historia nacional.

¿Se pueden comprender algunas de las desproporcionadas obras emprendidas por el Uruguay sin una alta dosis de optimismo? La lista sería interminable y la he utilizado muchas veces porque es una parte de nuestra historia que me maravilla. Hijo del optimismo fue el monumental Palacio Legislativo y la diagonal Agraciada, el Palacio Salvo, el Argentino Hotel, el Hospital de Clínicas, el Estadio Centenario, la rambla de granito a lo largo de muchos kilómetros, y podría seguir. Un optimismo estatal y privado.

Montevideo, en su trazado, en su arquitectura, en su diseño urbanístico, es una ciudad optimista y confiada en su futuro y en su desarrollo, no solo edilicio, sino cultural, espiritual y social.

La escuela pública en todos los rincones del territorio nacional, sus construcciones y sus audacias pedagógicas tienen el mismo padre optimista. Los grandes liceos de la capital y los departamentales, los grandes edificios públicos y las residencia privadas o las represas son parte de esa conciencia de nuestras capacidades. Las puertas abiertas a la emigración y las colonias de emigrantes distribuidas por el país y las leyes sociales de avanzada fueron sin duda una acabada muestra de nuestro optimismo, de nuestra confianza en el futuro nacional, personal y familiar.

Hoy en el Uruguay se ha producido el más profundo de los cambios desde el largo proceso de crisis y decadencia a partir de los años sesenta: hemos recuperado el optimismo, aunque tenemos algunas lagunas importantes.

Voy a fundar mi afirmación en algunas pruebas insólitas: los programas políticos de los diversos partidos en estas elecciones del 2014 son una prueba completa y terminante de optimismo. Son en realidad un concurso público de propuestas y de ideas que, con sustentos ideológicos y políticos diversos, tratan de interpretar ese optimismo y fijarle objetivos y horizontes de futuro. No todos se animarán a leer los extensos programas, pero los discursos de los candidatos, aun en las críticas o el apoyo a los dos gobiernos progresistas, contienen un reconocimiento implícito o evidente a ese cambio en el humor social del país.

¿Alguien puede creer que un partido que actuó en todos los niveles como una dura oposición pueda basar su propuesta en el slogan "Por la positiva" si el país no hubiera superado, mejor dicho aplastado aquella terrible interrogante sobre su viabilidad? ¿O que el Partido Colorado compile 240 páginas de propuestas sin una base material y de estado de ánimo completamente diferentes a las del 2004 e incluso a las que existían en el año 1999?

Las pruebas de ese optimismo son macro y son micro. Pasar de ser el país de toda la región con el menor índice de inversión al actual 23 % de su PBI anual, y a nivel internacional del 1 % al 6 % , es sin duda un dato muy claro de la confianza que nos tenemos y nos tienen en el exterior. Las obras públicas en proceso y los cambios que se han operado en grandes sectores de la producción, en particular en el campo, la industria y los servicios, son indiscutibles pruebas de optimismo, de confianza y esperanza.
Los nuevos derechos tienen sí un componente de época y de reclamos sociales, pero se basan en el optimismo y generan confianza y expectativa. Junto con la confianza, la expectativa es un componente muy importante del optimismo.

Tenemos razones para ser optimistas. No es un ciclo, como se cansaron de vaticinar muchos economistas, analistas y políticos. No es una coyuntura internacional muy especial: la base de este optimismo es material y espiritual. Hay cambios en los consumos a nivel mundial, que tienen un carácter irreversible y que impulsan en onda larga los precios de nuestra producción. Podrá haber fluctuaciones, pero los alimentos de calidad serán una necesidad creciente en el mundo. El segundo elemento es que ese proceso nuevo lo estamos acompañando con reformas estructurales, como las que se produjeron en la tecnificación del campo, la sofisticación e innovación en la producción ganadera, en la forestación, en el arroz, en la lechería, en los más diversos servicios.

Hemos comenzado la reforma del Estado por la parte con más futuro, por el gobierno electrónico, lo que nos permitirá reformar todo el resto de manera mucho más eficiente y sostenible.

Las telecomunicaciones y la energía renovable son hoy partes centrales de un nuevo país del optimismo. La búsqueda de minerales en nuestro subsuelo y de hidrocarburos en nuestro territorio y nuestro mar territorial son otro enorme salto productivo y de futuro. Grandes proyectos nos convocan: la planta regasificadora, el puerto de aguas profundas, el crecimiento exponencial que han tenido los centros turísticos principales, las playas, las termas, el agroturismo. Y la construcción, que ha tenido una expansión impresionante.

Tenemos materias pendientes para seguir creciendo y distribuyendo. La educación de calidad en primer lugar. Hasta que los hijos de la clase media no vuelvan masivamente a la educación pública, no lograremos ir hasta el hueso en las políticas sociales y de integración. Y eso es calidad, nada más ni nada menos que calidad educativa.

Tenemos retrasos en aspectos de infraestructura, en la velocidad para atender los temas de la vivienda. Aunque hemos avanzado en forma constante en ambos frentes, son las nuevas necesidades y el nuevo clima social y productivo los que nos interpelan.

Y el tema de la seguridad, con sus aspectos tácticos, inmediatos y su diseño estratégico. Avanzamos mucho más de lo que se aprecia, pero su impacto en el delito todavía no alcanza los niveles reclamados por la gente. Todo eso en un continente donde la inseguridad es muy superior a la nuestra, pero eso no nos conforma ni nos consuela.

Pero el mayor reto del Uruguay del optimismo siglo XXI, frente al Uruguay del optimismo de finales del siglo XIX y mitad del siglo XX, es su base espiritual, su nivel cultural, su sustento ideal. Estamos lejos.
No podemos pretender copiar, añorar o decretar, pero este país necesita seguir con su shock de ballet y teatro, necesitamos promover una vida intelectual, cultural y artística mucho más atrevida, audaz y optimista. Todavía hay pesados girones del país gris que limitan nuestros sueños posibles.

Necesitamos una relación entre la política nacional, no la partidaria sino la del Gobierno, con la academia, con todo el potencial intelectual, científico y tecnológico que dispone y dispondrá el Uruguay.

La peor ancla a ese optimismo es la visión, la explicación de nuestros dramas y nuestros avances a partir de factores externos. El optimismo necesita tener muy presente que una parte fundamental de nuestro progreso y nuestro avance depende exclusivamente de nosotros mismos. Y también nuestros fracasos y grisores.