Entre diciembre y enero se produjeron grandes inundaciones en los departamentos de Artigas, Salto, Paysandú y en menor escala en Río Negro. Decenas de miles de evacuados, daños en las viviendas, en infraestructuras y en la producción, muy importantes. No es mi intención hacer una crónica de una realidad que conocemos ampliamente y nos impactó a todos. Este tipo de emergencias, se suceden periódicamente, pero en este caso fueron mucho más extensas y graves, y afectaron a más de 23 mil personas en forma directa.
Las emergencias de muy diferente tipo y gravedad se producen en muchos países y regiones del mundo, algunas son verdaderas catástrofes, con miles de muertos y desaparecidos y daños materiales impresionantes. Esas emergencias ponen a prueba muchas cosas, la capacidad de reacción social y humana, el funcionamiento de las instituciones sobre todo de las dedicadas a esos temas y más en general la sensibilidad de una sociedad. Y la sensibilidad de una sociedad tiene mucho que ver con su estado de salud espiritual y moral.
He tratado de seguir diversos episodios de emergencias en el Uruguay, comenzando con las grandes inundaciones de 1959 hasta llegar a estas últimas del 2015-2016. Lo hice a través de los medios de prensa y obviamente en el caso de este año, el torrente de informaciones que nos proporcionaron todos los medios de información.
Para sacar algunas conclusiones primarias también comparé esas emergencias con los países vecinos. No hay que creerse diferentes o especiales, pero es obvio que las realidades de otras sociedades ayudan a tener elementos de comparación.
El Uruguay tiene montado y funciona un adecuado sistema de emergencia ante catástrofes naturales, inundaciones e incendios. Lo ha demostrado en diversas circunstancias.
Primero, coordina todos los esfuerzos a nivel nacional, departamental y local, que es la clave para utilizar de la mejor manera los recursos y reaccionar en tiempos adecuados. Las instituciones nacionales, departamentales y locales y el sector de la sociedad civil que quiere aportar solidariamente funcionan coordinadamente y con directo impacto en los damnificados.
Eso para los uruguayos no es ninguna novedad ni siquiera es un mérito, es un sistema natural de respuesta que se ha construido y que nos brinda toda la información al instante, que adopta medidas preventivas y atiende las emergencias de techo, de alimentación, de atención sanitaria y que le da a la gente, en particular a los más vulnerables, la sensación de que no están solos. Puede haber excepciones, pero la prensa registra este primer elemento clave. No quedan solos y desamparados.
Ese sistema es muy importante y que aunque como todas las cosas, debe potenciarse y mejorarse, funciona muy bien y es un gran capital para el país. No es de nadie, es del Estado, es de la Nación, como debe ser.
La sociedad civil en general, expresa de muchas maneras su apoyo y su solidaridad cuando es requerida, tanto en las zonas de los desastres como a nivel nacional. Haría falta más promoción, le hace muy bien a los damnificados, pero nos hace bien a todos, inclusive a los donadores, los voluntarios, al conjunto de la sociedad. Ayudar, ayuda.
Ahora me voy a referir a un tema que es espinoso para la izquierda. Y cuando digo espinoso, quiero decir que es polémico, se hable de él o se lo deje flotar en el mar del silencio y el olvido, me refiero al papel de los militares en estas y en otras emergencias.
Voy a comenzar por una afirmación que he realizado en otras oportunidades, que he conocido directamente y es el papel y el tipo de intervención de los militares uruguayos en las Misiones de las Naciones Unidas. Son misiones de paz, pero en zonas de guerra y de extremas tensiones. Angola, Congo, Haití y otros territorios.
No es un regalo gracioso de nadie que Uruguay sea el país del mundo que tiene en proporción a su población y al tamaño de sus Fuerzas Armadas la mayor cantidad de efectivos en Misiones de la ONU, es un reconocimiento político y profesional. Son buenos en hacer su misión sin tirar tiros, conviviendo con las poblaciones y con los graves problemas y tensiones.
Y las fuerzas armadas, en especial el ejército es muy bueno en el aporte logístico, de organización, de capacidad de respuesta ante las emergencias. Últimamente lo hemos podido apreciar, antes, durante y después de las grandes inundaciones.
Y ya en 1959 las fuerzas armadas, y en especial el ejército, jugaron un papel clave en aquella gigantesca inundación. El general Liber Seregni fue muy destacado, pero sería mezquino no valorar el papel de la institución en su conjunto.
Son buenos en sus capacidades y en su relación con la gente. Cualquiera que interrogue a los inundados, recibirá las mejores opiniones sobre el trabajo de los militares. Y no individualmente, sino como estructura, como organización militar.
Esto podría terminar cómodamente aquí, sin meterme en honduras y sin rozar temas muy complejos y sensibles para la izquierda. No solo sensibles por nuestra relación con los militares en el periodo dictatorial, sino en estos 30 años de democracia.
El proceso de construir una organización especializada en las emergencias de todo tipo, que incluya el papel de los militares, tiene además del valor concreto y operativo para atender las diversas circunstancias junto y en coordinación con los ministerios, con las intendencias, con los municipios, con la sociedad civil, un gran valor democrático. Ha sido un camino de reencuentro de los orientales que vale mucho más que las palabras grandilocuentes y los discursos.
Es otro de los valores que podemos exhibir como sociedad democrática reconstruida y en desarrollo. Esto no debilita ni borra las heridas del pasado, ni es simplemente el proceso natural del paso del tiempo y de las generaciones. Ese reencuentro sin heridas tiene todavía pasos importantes por delante, pero es una forma de avanzar.
Como lo es esa gran iniciativa de los familiares de los desaparecidos, con el apoyo de la Comisión de Derechos Humanos del gobierno, (el Grupo de trabajo), y de las iglesias católica, protestante, y de la comunidad judía para seguir buscando a los desaparecidos a través incluso del aporte de datos desde el anonimato, apelando a los valores de sensibilidad humana.
Las heridas pendientes y que todavía sangran, no deben ser un freno para buscar los caminos de convivencia democrática y fortalecimiento de los lazos institucionales, humanos y sociales entre todos los componentes de la nación. De la nación de todos los uruguayos. Es la mejor manera de aislar a los trogloditas, y que los hay los hay.
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