Los seres humanos somos capaces de hacer cosas tan hermosas. O tan terriblemente horrendas que no encontramos ni siquiera las palabras para nombrarlas. Para el mayor crimen de la historia elegimos una palabra convencional, parcial: el Holocausto.
Las Naciones Unidas decidieron en el 2005 recordar anualmente en el mes de enero el asesinato masivo ejecutado por los nazis durante la segunda guerra mundial y en particular el intento de exterminio del pueblo judío. Habían pasado sesenta años desde el fin oficial de la guerra, el 2 de setiembre de 1945. La liberación del campo de exterminio de Auschwitz se produjo el 24 de enero y la rendición de Alemania el 7 de mayo del mismo año. ¡Sesenta años después!
No hay palabras suficientes. El término holocausto significa literalmente «todo quemado» o «incendio total»; deriva del griego ???a?t?µa (holokáutoma), este término era usado tradicionalmente para referirse a los rituales del mundo antiguo en los que se quemaba un animal como ofrenda a un dios. Otros prefieren utilizar el término en lengua hebrea ???? (shoá), que significa «catástrofe», describe un fenómeno natural, una gran calamidad o cataclismo, sin ningún calificativo valorativo ni explicativo. Es un desastre. Ninguna palabra logra dar cuenta del horror del asesinato industrializado, sistemático, implacable de entre 11 y 12 millones de seres humanos. Las cifras oficiales aunque muy dudosas -porque las estadísticas de la industria del horror no son muy confiables- estiman que murieron víctimas del exterminio: 6 millones de judíos, 800.000 gitanos, 4 millones de prisioneros de guerra soviéticos o víctimas de la ocupación (fueron también objeto de exterminio sistemático), polacos e individuos calificados de asociales de varias nacionalidades (presos políticos, homosexuales, discapacitados físicos o psíquicos).
Decía Hannah Arendt que existe el peligro de una banalización del mal. Y ante las dimensiones del horror, del exterminio planificado de millones de seres humanos, si sólo nos conmovemos, nos inclinarnos respetuosos y dolidos frente a su sufrimiento y el de sus seres queridos, incluso si sólo no limitamos a condenar este crimen, es una forma de banalizar el mal.
Para que el holocausto fuera posible durante muchos años y en un enorme territorio fue necesaria una ideología, un aparato estatal, una estructura física e industrializada de asesinar y sobre todo que miles, posiblemente millones de seres humanos hayan participado, se hayan hecho cómplices como ejecutores o como insensibles testigos. No fue un pequeño y selecto grupo de asesinos, no fueron sólo las SS o la GESTAPO, fue toda la enorme maquinaria del estado nazi la que participó en el genocidio y sus cómplices en otros estados asociados, la Italia de Mussolini, Rumania, Hungría, la Francia de Vichy y otros. Fueron los verdugos, los militares, los policías, los funcionarios, los guardias de los campos, los kapos, pero también los ingenieros que crearon las diversas máquinas de la muerte, los constructores que edificaron cientos de campos de concentración, los intelectuales que los justificaron. Algunos intelectuales destacados y muy distraídos.
Es por justicia, es por historia que debemos recordar a todas las víctimas, pero también a todos los victimarios y sus cómplices. Para combatir esa barbarie primero hay que ser capaces de adentrarnos en los peores laberintos del alma humana. La “solución final” fue una ideología que pretendió culpar al pueblo judío de todos los males y frustraciones de la Alemania y que concibió su exterminio como parte de su fanatismo pero como diseño histórico de la construcción del III Reich que duraría un milenio. Esa ideología del fanatismo racista, del totalitarismo, es la base fundacional del nazismo.
Hay una realidad histórica de la que no se habla mucho y no ha sido analizada con la profundidad necesaria y que jugó en las cabezas nazis de manera importante: el genocidio del pueblo armenio por parte del imperio otomano, la masacre silenciosa e impune de 1.500.000 de personas básicamente durante la primera guerra mundial fue tomada en algunos textos nazis como una demostración de que ellos también podían y debían recurrir a los asesinatos masivos sin correr mayores riesgos.
Han pasado más de sesenta años desde que las tropas de los aliados liberaron los campos de exterminio y mostraran al mundo las imágenes que se sospechaban y que muy pocos quisieron creer -y que hoy algunos todavía ponen en duda- y sin embargo, la bestia, bajo otras formas, con otros aullidos sigue presente, en forma de fanatismos, de xenofobias, de racismos diversos.
Genocidios hay en pleno siglo XXI en Darfur, los hubo luego del Holocausto en Bosnia, en Croacia, en Serbia o en Camboya y en otras partes del planeta y lo que es mucho peor, sobreviven las bases ideológicas y los fanatismos que hicieron posible el Holocausto. Hay formas explicitas, evidentes, sólo cambian las dimensiones, pero hay otras formas en que el racismo y el fanatismo se extienden y nos vencen, barbarizan nuestras civilizaciones. Si el judío no hubiera existido los antisemitas lo hubieran inventado, dijo Sartre. Y cuando recurrimos a formas brutales de imposición de una cultura sobre otra, de un pueblo sobre otro, cuando alimentamos cualquier forma de fanatismo, de racismo y xenofobia somos parte, aunque a veces periférica e inconsciente, de la maquinaria que nos puede llevar al horror.
Cuando enarbolando cualquier bandera se utiliza el terrorismo de Estado y otras formas de terrorismo, la barbarie está triunfando, se recorren las espirales que nadie puede saber a que abismo nos precipitan. Hoy la tierra martirizada del oriente medio y próximo es un ejemplo terrible.
La principal batalla contra el racismo y el fanatismo la debemos librar dentro de nosotros mismos, en nuestras sociedades, construyendo las bases culturales e ideales que derroten esos procesos. No eran ni son enfermos los que precipitaron al mundo en una guerra que costó 60 millones de muertos, los que asesinaron a 12 millones de seres humanos en el holocausto, en la shoá. No permitamos la banalidad del mal, ni siquiera las pequeñas y venenosas semillas que están siempre al acecho dentro de todas las sociedades y dentro nuestro.
El holocausto fue también contra los uruguayos, que estamos tan lejos geográficamente, porque en nuestra sociedad hay judíos que son parte de nuestras familias, de nuestros amigos, de nuestra cultura y entre ellos hubo y hay víctimas de los campos de exterminio, pero sobre todo, porque aquellos seres frágiles, martirizados, asesinados eran seres humanos, eran nuestros hermanos.
PD. Estas eran las palabras que iba a pronunciar en el acto por el Día internacional de recordación de las victimas del holocausto, que se realizó el pasado 31 de enero en el monumento al Holocausto del Pueblo Judío. Adjunto la circular de prensa que se distribuía en los días previos por el Comité Central Israelita.
El martes 29 se me comunicó que los oradores eran: Presidente de la Comisión Permanente, Senador Dr. José Korzeniak, Ministro de Relaciones Exteriores en representación del Poder Ejecutivo, Sr. Reynaldo Gargano, Representante Nacional Pablo Iturralde. Quiero aclarar que en ese cambio yo no tuve la menor intervención y que no tengo la menor explicación e información de cuales fueron las causas de mi exclusión como orador central del acto.
De: Prensa C.C.I.U. [mailto:cciuprensa@adinet.com.uy] Enviado el: Lunes, 28 de Enero de 2008 10:51 a.m.Para: Usuarios Prensa CciuAsunto: Noticias de prensa DIA INTERNACIONAL DE RECORDACION DE LAS VICTIMAS DEL HOLOCAUSTO La Comisión Permanente del Poder Legislativo invita al homenaje en conmemoración del Día Internacional de Recordación de las Víctimas del Holocausto. Abrirá el acto, el Presidente de la Comisión Permanente, Senador Dr. José Korzeniak; a continuación hará uso de la palabra en representación del Poder Ejecutivo, el Canciller Reynaldo Gargano.
Orador central: Esteban ValentiJueves 31 de enero, hora 19Monumento al Holocausto del Pueblo JudíoRambla Wilson Frente al Club de Golf