Ayer se cumplieron 38 años del día del Golpe de Estado y del inicio de la huelga general en defensa de la democracia. Es bueno y necesario recordarlos, obviamente no por razones nostálgicas, sino porque la buena memoria es uno de los mejores antídotos contra cualquier aventura antidemocrática.
El “Nunca más” es un grito de esperanza, un grito desgarrador y un deseo profundo, pero con pronunciarlo en fechas determinadas, como el 27 de junio o el 20 de mayo, no alcanzan, tiene que ser mucho más.
En realidad no hay racionalmente un “Nunca más” que no se construya todos los días, con el ejercicio constante y permanente de la democracia y de la cultura democrática en una sociedad. No hay ni antídotos espectaculares ni vacunas morales, hay sólo la constante construcción de la democracia, en las instituciones y en la gente, los ciudadanos.
Mirar para atrás no es un ejercicio de masoquismo o de retroceso hacia el pasado, debería ser una permanente reflexión sobre las causas y las consecuencias de aquellas jornadas. El país, la región y el mundo han cambiado mucho. Nosotros también cambiamos.
Hace 38 años un grupo mayoritario de oficiales de las Fuerzas Armadas y de la policía, con la participación y la plena complicidad de un grupo de civiles en el gobierno y fuera de él, violaron la Constitución, disolvieron el Parlamento y durante más de 11 años violaron los derechos y libertades de la gran mayoría de los uruguayos. Además impusieron una política económica y social que arruinó al país.
No fue un virus, fue un plan que se construyó aquí y en otras latitudes, como parte de una estrategia norteamericana antidemocrática que quería frenar en el marco de la Guerra Fría, pero de su permanente visión imperial, todo avance de las fuerzas progresistas en nuestros países.
Fue un proyecto político para aplicar sin límites una determinada política económica y social, destruir el tejido social y cultural de resistencia a esa política y producir un retroceso permanente en la institucionalidad democrática y en el desarrollo de las fuerzas de izquierda y progresistas y más en general apropiarse de la estructura histórica de los partidos políticos.
El Golpe triunfó porque la resistencia de los sindicatos organizados en la CNT, de los estudiantes en la FEUU y la CESU y muy poco más, fue insuficiente y una parte importante de la ciudadanía estaba harta de la violencia y las tensiones permanentes y lograron neutralizarla o convencerla que era temporal y beneficioso para el país.
No todos reaccionamos de igual manera ante el Golpe de Estado. No es el espacio posible para analizar ese proceso, pero vale la pena registrarlo. Así como luego de once años la inmensa mayoría de la sociedad, del mundo político uruguayo, estaba en contra de la dictadura, el proceso fue mucho más complejo y con diferencias. Siempre y por razones de la verdad histórica conviene recordar que hubo cómplices civiles. Unos cuantos, no sólo Bordaberry y Blanco. La sociedad uruguaya fue muy generosa con ellos.
Treinta y ocho años después podemos decir con una montaña enorme de pruebas que la dictadura fracasó en toda la línea. Las fuerzas que quería derrotar y destruir hoy están gobernando el país desde hace 6 años, los partidos políticos que quería controlar recuperaron plenamente su autonomía y son dirigidos por abrumadoras mayorías democráticas y la sociedad uruguaya hace todos los días un balance en el que los dictadores, civiles y militares, ocupan el lugar correcto: el de opresores, torturadores, desaparecedores, asesinos y violadores de la Constitución, las leyes y los derechos humanos.
Casi nadie se atreve hoy a defender ni el Golpe ni la dictadura. Si hay personas que con buenas o medias intenciones pretenden agrisar aquellos recuerdos y transformarlos en la conmemoración litúrgica de una lejana batalla que, si es posible, hay que olvidar.
Pero no, muchos estamos vivos, muchos escribieron mal, bien, muy bien y reconstruyeron con plena libertad su visión de los hechos, muchos tienen todavía profundas heridas, enormes ausencias, grandes preguntas pendientes.
En la historia institucional y humana del Uruguay fue la página más trágica, más horrorosa, más terrible que hemos vivido. En la historia de la resistencia y de las organizaciones populares es un jalón democrático que nos mejoró a todos. Hoy todos valoramos la democracia y los sacrificios y responsabilidades que comporta de manera mucho más profunda, más honda, más hundida en nuestras almas y nuestras sensibilidades.
Cambió al Uruguay, porque fortaleció mucho más el sentido de la libertad y de la democracia, como un bien que tenemos que cuidar entre todos. El único “Nunca más” posible es que esa lección de profundo sentido nacional no lo olvidemos nunca.