El jueves pasado se firmó el acuerdo nacional sobre la educación pública por parte del presidente y de todos los partidos políticos con representación parlamentaria. Estoy seguro de que fue asumido por la gran mayoría de los uruguayos como una muy buena noticia. A cuenta de mejores en el mismo tema.
Había un clima de concordia, todos hablaron en cierta manera del diferencial de la política uruguaya que es capaz de gestos multipartidarios de este valor, por encima de los intereses y los cálculos sectoriales. ¿Todos ganamos? ¿Nadie perdió?
En el clima imperante y el espíritu del acuerdo, en los gestos del presidente no hay duda que ese es el objetivo, pero la realidad es cabeza dura. Y si queremos pasar de las declaraciones a los hechos, a los resultados, reducir los niveles de repetición, de deserción, invertir la baja de inscripciones en la educación pública media y mejorar en serio la calidad general de nuestra educación, tenemos que ser implacables. Aunque duela.
Hay ganadores y perdedores en este acuerdo, aunque a todos nos convenga hacernos los ángeles vegetarianos. Ganó el país, tanto en el tema de la educación, como en general en el funcionamiento de la democracia y de sus instituciones políticas. Ganó la educación pública porque es un paso, importante, para encarar los cambios urgentes que la educación necesita y porque se intenta colocar a los niños, jóvenes y adolescentes que estudian o estudiarán como el centro de todas las preocupaciones y atenciones.
No me voy a referir a las personas a los hombres y mujeres que se jugaron por este camino. Cada uno hará su propio balance de quiénes fueron los más consecuentes, convencidos en este espinoso proceso. Me voy a referir a corrientes, concepciones.
No hay duda que el tema de la educación es un tema muy polémico, donde hay diferencias importantes y las seguirá habiendo. Es un tema con un profundo contenido político e ideológico. Y en la propia izquierda existen esas diferencias y no podemos ni debemos ocultarlas. Hace mucho tiempo que no logramos ponernos de acuerdo sobre aspectos centrales de la educación. La propia ley de educación fue aprobada sin los votos de una parte de la izquierda y con muchas resistencias en otras. Aunque se puede decir que los motivos fueran diferentes y en muchos casos opuestos, confirman esas diferencias.
La posición de los sindicatos docentes en este sentido y de varios dirigentes políticos, en particular del FA es crítica, incluso sobre el acuerdo. Aunque se haya firmado.
Cuando hay diferencias, hay dos métodos básicos para afrontar la situación. Discutirlas, analizarlas, negociarlas y luego tomar decisiones democráticas o encontrar un mínimo común denominador y tirar todo hacia adelante. Esto último en general es la parálisis. Y eso es lo que estaba sucediendo. No es que no se hiciera nada, sino que no se logran hacer las cosas fundamentales. Se contemporiza y se pierde un tiempo irrecuperable.
Perdió la cultura del bloqueo y del veto. Si no se puede hacer lo que yo pienso que no se haga nada, que todo siga como está. Si para ello tengo que acusar cualquier proyecto por más modesto o “piloto” que sea, de ir en la dirección de la educación chilena o tengo que bloquear la elección de los directores en los centros de educación secundaria, se hace.
Esa cultura, profundamente antidemocrática perdió. El acuerdo no es la solución mágica a todos los problemas de la educación, harán falta leyes, liderazgo de los consejos educativos, de los directores, de los académicos de la educación y el compromiso de los docentes para que esto funcione. Y hay que construirlo, porque no existe, es una carencia.
Hay mucho diagnóstico, mucho malhumor, una sensación difusa de que andamos mal y muchas cifras malas, muy malas, hace falta acción, medidas concretas, cambios.
Las cuatro medidas aprobadas en el acuerdo son una base, pero más importante, son una señal: todo el sistema político uruguayo es capaz de ponerse de acuerdo por encima de sus diferencias y afirmar fuerte y claro que se harán todos los esfuerzos para mejorar estructuralmente a la educación, en sus contenidos, en sus formas, en sus capacidades, en sus posibilidades, en todo.
¿Hay una base ideológica en la oposición al plan Pro mejora? ¿En los profesores estables y en contra de los profesores taxis? ¿En la educación técnica o en la mayor autonomía de los centros educativos? ¿Hay un menoscabo de la autonomía? ¿La mala ejecución presupuestal de los crecientes recursos destinados a la enseñanza pública tiene una base ideológica?
En todo hay ideología, pero tengo la sensación que hay una actitud general de oponerse a cualquier cambio que venga con el apoyo del poder político y luego se le construye la base ideológica a cualquier costo. Nadie propone volver al pasado, ni desconocer que las realidades sociales, culturales, tecnológicas y también pedagógicas han cambiado y que la educación debe reflejarlo. Lo que peor refleja esos cambios es la parálisis.
Cuando el 41% de los adolescentes repite el primer año de secundaria, hay problemas en secundaria y en primaria. Y hay que buscar soluciones urgentes. Cuando los niveles de aprendizaje básico son tan deficitarios y la deserción crece, en un país que crece, que reclama mejores ciudadanos, mejores trabajadores, mejores personas, es urgente ensayar, avanzar, hacer cosas. Cosas serias, bien pensadas y con capacidad de evaluación y de rectificación. Y tener un rumbo.
Y es imprescindible que toda la sociedad se sienta comprometida. Incluyendo naturalmente los docentes, los que se supone que eligieron la profesión no solo como ámbito laboral, sino como vocación de vida. Incluso este último aspecto debería ser analizado a fondo, en medio de una sociedad donde demasiadas cosas se han hecho banales.
Existe y se percibe una gran tensión en el mundo adolescente y juvenil. Una tensión muy diferente a la de nuestras generaciones. Si renunciamos a que la educación pública sea el primer factor de integración, de democratización, de motivación y de impulso nacional, no tendremos futuro, ni Proyecto Nacional alguno. Estaremos a la deriva.