El resultado es dos, siempre que el jubilado no las pida con aceitunas. En porcentaje, el resultado no es mucho más alentador (no supera el 2,3 por ciento, sobre una pasividad cercana a los 8.700 pesos) y no se trata de una buena noticia con ninguno de los dos baremos.
De cómo el ministro Astori supuso que semejante anuncio estaba a la altura de su investidura y su rol en la conducción económica del país, es un misterio cuya explicación debe buscarse en el terreno de la sensibilidad humana y la comunicación política.
Hace unos días colgué en mi cuenta de Twitter una encuesta sobre el tema, de la que participaron cerca de un millar de personas. Entre cuatro opciones dadas sobre qué funcionario debía anunciar un aumento de doscientos pesos para los jubilados peor retribuídos, sólo el 13 por ciento eligió al ministro de Economía. Un 7 por ciento prefirió al de Seguridad Social, otro 29 por ciento al portero del M.E.F. y un consistente 51 por ciento creyó del caso elegir alguien que estuviera acostumbrado a ser víctima de bullying. Ese mismo día, el representante de los jubilados en el directorio del BPS, Sixto Amaro, ratificaba la sentencia de los tuiteros. Según Amaro, el anuncio de Astori había causado sorpresa e indignación entre los pasivos.
El gobierno está perdiendo la batalla de la opinión pública. Aun tratándose de una situación reversible y circunstancial (como lo son todas en política) expresa un desfasaje con el humor de un ancho sector de la ciudadanía, que fue la que llevó al Frente Amplio al poder en las últimas tres elecciones, con una diferencia significativa sobre sus competidores. Según la consultora Factum, seis de cada diez votantes frenteamplistas está insatisfecho con el gobierno, lo que marca el nivel de aprobación más bajo de sus tres administraciones. La encuesta no registra el efecto del ajuste fiscal, el aumento de los impuestos ni el incremento de las dos muzzarellas para los jubilados más desfavorecidos.
Sin embargo, no todo es negativo para el oficialismo. Por ahora, el desencanto de su electorado no es capitalizado por ninguno de sus adversarios. Esta porción de la ciudadanía, capaz de mover el péndulo electoral, no encuentra en la oferta opositora una propuesta lo suficientemente atractiva y consistente como para generarle entusiasmo. Es cierto que falta más de la mitad del mandato y que eso es demasiado tiempo, tanto para que surjan competidores que den la talla como para que mejore la performance del gobierno. Pero en esa carrera contra el tiempo, es la oposición la que tiene la parte más difícil.
Construir una alternativa política es mucho más que encontrar un candidato y trazar una serie de propuestas electorales. No se hace en un día ni en un año, ni aparece dibujado en el horizonte político del país nada parecido. Mientras esto siga así, el gobierno tendrá un margen razonable para cometer errores de gestión y de comunicación, como pretender que el equivalente en pesos al valor de dos muzzarellas pueda pasar como el anuncio de una mejora para jubilaciones miserables.
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