El anuncio del presidente Mujica de que la canción “A don José” será oficializada como Himno a Artigas, desató una incomprensible ola de críticas de la oposición.

La medida desplazaría al tradicional “Himno a Artigas”, cuyos versos, compuestos por el poeta Ovidio Fernández Ríos, ya no se compadecen con la sensibilidad popular y merecen  pasar a dormir el sueño de los justos.

Tanto el presidente del directorio nacionalista, Luis Alberto Heber, como el líder colorado Pedro Bordaberry, rechazaron la iniciativa reprochándole a Mujica que se ocupe de tales menesteres cuando “el país tiene problemas mucho más grandes”. Tal respuesta parece desconocer dos hechos bastante evidentes: el primero es que “A don José” recoge el favor unánime del pueblo uruguayo; el segundo es que su ansiedad por dejar mal parado al gobierno les impidió ver el sentido modernizador del enroque.

A don José es una canción que no tiene partido político ni pertenencia ideológica. Ha sido de tal popularidad desde que Los Olimareños la dieran a conocer, a mediados de los sesenta, que hasta la dictadura intentó apropiarse de ella, mientras perseguía y proscribía a sus intérpretes. A diferencia del “Himno a Artigas”, una colección de ditirambos de dudoso buen gusto y de peor sentido cívico, “A don José” muestra al caudillo en acción, rodeado de sus paisanos y exhibiendo sus dotes de líder.

En la copla de Rubén Lena, el concepto de libertad y el de orientalidad van de la mano, como presumimos que el propio Artigas y sus patriotas los sentían. En el Himno de Ovidio Fernández Ríos y Santos Retali, el estilo rebuscado (“que como un sol llevaba la libertad en pos”, o bien “a Patria de mis hijos
no venderé, oh tiranos”) y la métrica eptasilábica, sepultan los conceptos y las aristas cardinales del héroe bajo una pátina decimonónica. Así, mientras “A don José” exalta al líder político, el “Himno a Artigas” lo enmascara, para presentarnos una figura de dimensiones bíblicas. El héroe ya no es aquel que afirma su autoridad en la soberanía popular sino que se convierte en un “señor de nuestra tierra”, y será “para la historia un genio” y “para la Patria un dios”.

Si lo primero es desproporcionado, lo segundo constituye un acto de traición al sentido de ciudadanía que el propio Artigas predicaba. El intento divinizador se percibe ya en el primer verso, donde Artigas es asimilado al “Padre Nuestro”, título dado por Jesús al Creador del universo y oración con la que los cristianos podían comunicarse con el mismísimo Dios.

Mientras “A don José” presenta a un Artigas vivo y vivificante, el verso de Fernández Ríos lo congela a la temperatura del mármol y lo aleja definitivamente de toda contradicción, de toda contingencia política, de toda acción transformadora. El Himno a Artigas es, además de anacrónico, desmesurado y contrario a los valores cívicos que predicó el homenajeado.

Lo que no se entiende es cómo dos dirigentes que pertenecen a la generación del relevo, le regalen todo el mérito de consagrar en el altar patrio el gusto de la gente común, a un presidente anciano.