La Cumbre terminó con una declaración de doscientos cuarenta y dos artículos en los que se repasan los deseos de los participantes de que el mundo sea pronto un lugar más justo, democrático, equitativo y amigable con el ambiente, inspirados en el mismo principio de idealidad e irrealidad del discurso de Mujica.
En el Artículo 159, por ejemplo, se afirma que "la tecnología es esencial para hacer frente a los problemas de desarrollo" y que por tanto los países desarrolladosdeben transferirla a los países en desarrollo "incluso en condiciones de favor y preferenciales". Y así con la infraestructura, las riquezas o la desigualdad. Nada se crea a partir del esfuerzo y la inversión. Todo se transfiere. Ningún problema se genera en asimetrías e injusticias que podrían corregir los gobiernos nacionales.
La monserga se vuelve menos idealista cuando se refiere a la democracia. Si bien el artículo 35 asegura que se trata de un valor universal, con características comunes y "basado en la voluntad libremente expresada de los pueblos", luego se aclara que "no existe un modelo único de democracia". Por las dudas, en el artículo siguiente el G77 pide a los medios de comunicación que dejen de "difundir información distorsionada contra Estados miembros del Grupo", como señalar que regímenes como los de Cuba o Arabia Saudita no tienen "características comunes" con la democracia y su diversidad sino que se trata de tiranías donde los pueblos no se expresan libremente en absoluto.
Fue ese ámbito de disimulo y doble rasero (dominado por países que se encuentran en el fondo de la tabla en materia de democracia, libertad, equidad, transparencia, y derechos humanos) el elegido por Mujica para abogar por la "lucha cultural".
Para el mandatario, el "Occidente industrial", con su modelo de acumulación capitalista, estaría introduciéndonos una "cultura subliminal" que "tiende a colonizar nuestros corazones". Según Mujica, los verdaderos valores culturales estarían "mucho más cerca de los pueblos indígenas que de los pueblos contemporáneos".
Consignemos al pasar que entre los "pueblos contemporáneos" se extiende, además de la democracia y la calidad de vida, una mirada sobre los "pueblos indígenas" lo suficientemente humilde y respetuosa, como para aprender lo que estos tienen para enseñar. Eso a pesar de la "cultura subliminal" y sin necesidad de una utopía regresiva.
Pero mientras el Mujica de los foros internacionales condena el consumismo, la acumulación capitalista y el despilfarro de los recursos naturales, el que gobierna al país autoriza dos nuevas plantas de celulosa y la explotación minera de gran porte.
En la vida real, el presidente intenta aumentar la cantidad de riqueza disponible para que cada quién se haga de su parte. Nada que no haría cualquier gobernante que se precie, pero con semejantes vigas en el ojo, no debería andar por el mundo señalando defectos visuales.