Es probable que las próximas elecciones puedan ver al Partido Nacional alcanzando el gobierno, en el marco de un gran acuerdo multipartidario, de talante moderno y progresista. De lo que no cabe la menor duda, es que no habrá un proyecto alternativo y superador del "relato frentista".
Aunque algunos puedan no darse cuenta, el desafío al que convoca Larrañaga es mayúsculo. Un relato político consiste en algo más que una fórmula presidencial, un programa más o menos articulado y una organización política eficiente.
El relato oficialista (la versión que de los hechos presentes y pasados se dan desde el Frente Amplio) no comenzó en el año 2004. Ni siquiera en el lejano 1989, cuando la coalición de izquierda le arrebataba la Intendencia de Montevideo al Partido Colorado, por entonces un hecho electoral de una dimensión sin precedentes.
La historia oficialista comenzó a gestarse hace más de medio siglo, fue avanzando rápidamente en términos organizativos y argumentales, al tiempo que las prácticas políticas tradicionales y los partidos que las alentaban, comenzaron a desacoplarse de la sensibilidad ciudadana.
Hay entonces al menos dos maneras de mirar el futuro. Una tiene que ver con quién está en mejores condiciones de ganar (o de perder) las próximas elecciones. Otra puede recoger ese resulta- do como un dato de la realidad, en un plan de más largo aliento, en el que es inevitable ganar y perder según sean los vaivenes de la voluntad popular, pero que avanza más allá de la anécdota.
Quizás sea una cuestión de ADN político. Construir una alternativa al relato frentista es algo que está muy lejos de la mirada de los partidos opositores. No lo sienten, no va con sus valores ideológicos ni con sus prácticas políticas y no parece el desafío que vaya a enfrentar el oficialismo.
Larrañaga da en el clavo (es el primer dirigente opositor de primer nivel que lo hace) cuando habla de "sustituir la construcción política y cultural frentista" por un proyecto alternativo. El problema es que una empresa de esas características no puede ser emprendida, concretada y proclamada en dos años y medio, para que, a comienzos del año electoral de 2019, sus potenciales adherentes estén en condiciones de cotejarla con el relato mayoritario.
Puede que la oposición logre "generar un proyecto que asegure a la ciudadanía que está preparada tanto para ganar como para gobernar", como propone Larrañaga. Formular una "construcción política y cultural" alternativa requiere, en cambio, una disposición política e ideológica de largo aliento.
Una alternativa que deberá apuntar a cuatro o cinco objetivos específicos y mensurables: transparencia en la gestión estatal, desarrollo de políticas públicas progresistas no dogmáticas ni hegemonizantes, y restitución de un ambiente plural y polifónico en el discurso y el espacio público.
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