Para que una fuerza política, una organización social, una entidad cultural y muchas otras cosas progresen, avancen en forma permanente, tiene que imponerse y combatir sus limitaciones, sus telarañas y sus reflejos condicionados. Ser de izquierda, desde sus orígenes fue – antes que nada – interrogarse sobre las cosas aparentemente bienpensantes, inalterables e impuestas por las convenciones.
Creo que muchos saben que yo he discutido públicamente con José Mujica, sigo haciéndolo y espero seguir discutiendo. Su condición de presidente, del presidente de todos los uruguayos, pero elegido por la izquierda, por mi izquierda, no sólo no me limita sino que me impone ese espíritu crítico.
En realidad, ya lo he hecho; porque los lectores atentos habrán visto que en algunas notas hay aspectos polémicos con ciertas definiciones. Pero trato, intento de hacerlo como aporte, porque estoy absolutamente jugado al éxito de este gobierno, incluso si ello desmiente algunas de mis previsiones. Me importa un rábano. Un poco más me importa el Uruguay y el avance del Frente Amplio.
Si hay un tema fácil de sacarle rédito en una polémica con las declaraciones de José Mujica es el de la relación con los militares. En especial, sobre la violación de los derechos humanos. Es como una pila bendita; en ella moja todo el mundo. Es comprensible, es parte esencial de la historia de la izquierda en los últimos 40 años, si incluimos el inicio de la violación masiva de los derechos humanos en el Uruguay.
No es un tema sólo político, es antes que nada humano. En este país hay miles y decenas de miles de personas que llevan heridas de diferente tamaño y profundidad por aquellas barbaridades. Víctimas, familiares, amigos, descendientes o simples ciudadanos conmocionados por esos horrores. Es imposible separar la política de la humanidad.
Lo que me golpea son las reacciones primarias, automáticas, previsibles. ¿Por qué Mujica se metió en ese berenjenal? ¿Tenía necesidad, considerando sus fuerzas de apoyo, su experiencia política? ¿Por qué arriesga tanto por aparentemente tan poco? ¿Es simplemente la continuidad de la teoría de los dos demonios?
Comencemos por el final. No es la continuidad de la teoría o de la historia de los dos demonios, basta ver las reacciones de algunos de sus cultores y de sus participantes de antaño. Asumamos que es otra cosa, no nos escudemos en una simplificación que nos exima de analizar a fondo, profundamente, el tema.
Partamos de otra base esencial: nadie propone ni ha propuesto detener la aplicación de la ley, la investigación de los crímenes, mantener la búsqueda de los desaparecidos, y seguir construyendo la verdad y la justicia. Pero la verdad no refiere sólo al pasado, tiene que ver también con el presente, y proponerse que las Fuerzas Armadas actuales asuman su educación, su formación, su propia reflexión crítica que tanto les ha costado asumir a partir de nuevas relaciones con la sociedad y con el gobierno, con el Estado, con la izquierda, es parte imprescindible de esa verdad. ¿O no?
Que un alférez o un teniente que no tuvieron nada que ver con aquel pasado feroz no deba cargar con la “pesada mochila” de la dictadura, ¿a quién le sirve? ¿Al olvido, a la distorsión de la historia y de la verdad? No, eso es demasiado corto y pobre como reflexión. Le sirve a la democracia, a la república, a los valores que tenemos que fortalecer en toda la sociedad uruguaya.
Las Fuerzas Armadas segregadas en un ghetto, separado del resto de la sociedad por muros de desconfianza, le sirve al pasado, a la mentira y a algo mucho peor a las fuerzas siempre peligrosas de la revancha. La izquierda no quiere partidarios en las Fuerzas Armadas, ése no es su principal proyecto, el gran proyecto histórico de la izquierda - iniciado con Tabaré Vázquez y continuado por Mujica en un nuevo momento - es fortalecer los lazos democráticos, las bases democráticas y republicanas de las FF.AA y de toda la sociedad. Y esos son procesos multidireccionales. Y en eso el discurso de Mujica y sus esfuerzos tienen un profundo sentido democrático.
Le hemos pedido autocrítica a los ex guerrilleros, nos hemos exigido autocrítica a la izquierda por ciertas limitaciones en nuestras visiones democráticas, pues está funcionando de la manera más profunda, más seria y de más valor, aplicando una visión nacional, un fortalecimiento de los valores democráticos en toda la sociedad y con un profundo sentido de Nación.
¿Y quién podía hacerlo si no era la izquierda en el Uruguay? La batalla ideológica, cultural y ética principal en la sociedad uruguaya -que debe desplegar la izquierda -, no es de proselitismo de izquierda, es de fortalecer los valores nacionales, la democracia, el profundo sentido de la libertad y la generosidad, la magnanimidad. Sí, aunque suene duro.
El “Nunca más” no es un problema jurídico ni institucional solamente, es en primer lugar una victoria cultural, ideológica, es afianzar bases irreductibles de convivencia democrática. Sin esto es imposible el proyecto nacional. Tiene un límite insuperable.
El “Nunca más”, no como consigna, sino como base espiritual, ideológica, cultural e institucional de la República Oriental del Uruguay es la mayor victoria posible de las fuerzas progresistas de todos los partidos; es la peor derrota de los resabios del autoritarismo y del pasado dictatorial.
Sin “Nunca más”, es decir sin erradicar el temor, la sospecha de que el peligro dictatorial o las amenazas institucionales son siempre un rescoldo encendido en la sociedad uruguaya, siempre tendremos un límite para nuestros proyectos, para la audacia y profundidad de los cambios. Por eso, es una de las primeras tareas de las fuerzas progresistas.
No voy a citar a Gramsci, me rehúso a escudarme en algún clásico cada vez que tenemos que afrontar un tema delicado para la izquierda. Están allí en nuestra cultura, aunque algunos hayan dejado por el camino demasiadas referencias ideológicas y culturales a su propia identidad ideológica.
Hablemos de actualidad. Hay un ejemplo doloroso y actual. España parecía el paradigma institucional de la aplicación de la justicia, de las leyes y de los códigos dentro de su territorio e incluso persiguiendo a violadores de los derechos humanos fuera de España. El símbolo era el juez Baltasar Garzón. Hasta que… se metió con el pasado español y quiso investigar los horrores mil veces más sangrientos y atroces de la guerra civil. Allí apareció la otra España, la que estuvo siempre latente, la que nunca renegó de su pasado fascista y totalitario.
¿Alguien puede creer que el proceso iniciado contra Garzón no expresa una parte importante y antidemocrática de la sociedad española? Las leyes, las instituciones, son importantes; pero mucho más importante es el sustento que la democracia tiene en las sociedades y en las propias instituciones.
La magnanimidad, la grandeza republicana duelen, y si no duelen no son. Que un presidente de izquierda tenga la grandeza de plantear estos temas que afronte las tormentas y los cuestionamientos, que piense más allá de sus propios sentimientos y tormentos, es parte de la mejor historia del país y de la izquierda uruguaya.
Aunque para decir esto se me estruje el corazón por los odios que tengo acumulados, por los asesinos, violadores y torturadores que todavía están sueltos. Por mis muertos queridos y mis hermanas y hermanos heridos. Sus sacrificios fueron para cambiar el mundo y el país, y su mayor victoria es que avanzamos en esa dirección. Firmes, serenos y arriesgados. Como ellos.
PS. En próxima nota trataremos el tema de la existencia de las
FF.AA. en el Uruguay.
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