Debemos partir de la realidad, de la más cruda realidad. La cantidad y la ferocidad de la delincuencia han crecido en nuestro país. Hace años y en forma constante crece la cantidad de delitos y la violencia en los delitos. Esa es una preocupación que, además de su impacto en la seguridad, tiene que ver con la calidad de nuestra sociedad.
Pero no sólo sucede eso. La violencia doméstica sigue siendo un factor extendido y masivo, la violencia se extendió al deporte y a otros ámbitos.
Las causas de ese proceso negativo son múltiples, pero no hay duda de que hay dos que convergen: por un lado la marginación, la fractura social-cultural de determinados sectores que no hemos logrado incorporar a la vida social, laboral y educativa. Ya hay sectores geográficos-sociales donde la fractura social es de varias generaciones, lo que consolida una determinada situación. La empeora con el tiempo.
Además de los factores sociales, hay otros más complejos de evaluar que son culturales. El consumo de pasta base tiene una alta componente cultural y las degradaciones posteriores, incluso el proceso que lleva a delito, tiene componentes culturales. Para ser más específicos: la degradación de los valores, de las defensas culturales que frenan precipitarse en formas del delito se han reducido, se han empobrecido.
Hay países donde eso se percibe de arriba a abajo, es desde el propio poder que se transmite un mensaje ambiguo o negativo de que la riqueza o los bienes materiales lo justifican todo y cada uno a su manera debe apropiarse de su porción de esos bienes, de esa fugaz felicidad y satisfacción. No es en absoluto el caso del Uruguay, al menos desde el poder político.
La otra realidad es que los medios masivos de comunicación, de información y entretenimiento, que ya no son sólo los 4 canales abiertos sino todo el vasto sistema de televisión cable, incluyen una alta dosis de programas que hacen totalmente banal, “normal”, la violencia, el delito, la carencia absoluta de valores y la chabacanería en la vida social. Y muy poca cultura positiva.
No quisiera – ni puedo calcular – cuál es la proporción entre programas con un mínimo de sentido positivo y el resto. Y allí es donde debemos establecer la base del problema. Es cierto, hay canales de televisión abierta que se ceban con la información sobre la delincuencia, incluso cuando no hay aquí buscan en el exterior y lo hacen por razones de rating, pero también de las otras. No hay que ser muy sagaz para percibirlo.
Lo hacen por negocio y por política. No los periodistas, pero sí los propietarios. El tema es cómo resolvemos eso. La censura, o la limitación de la información nunca es el remedio. Empeora todo, porque genera la sensación de que se está ocultando algo y se difunden las informaciones por el subterráneo de la sospecha social y es mucho peor. Ejemplos institucionales sobran y los fracasos estrepitosos también.
La sensación térmica de inseguridad en el Uruguay existe por la realidad y también por los medios. Pero es malo tratar de resolverlo con instrumentos administrativos y mezclar los temas.
La sociedad uruguaya recibe diariamente en forma masiva una ducha, un torrente de materiales televisivos decadentes y violentos. Lo mismo que reciben de una u otra manera todas las sociedades actuales.
¿Cómo debemos actuar? ¿Cómo podemos reforzar la capacidad crítica de nuestros jóvenes, de nuestra gente, para que ese torrente no nos sumerja y nos dibuje los rasgos más negativos de la sociedad?
Es un debate de fondo, que va mucho más allá del tema de la delincuencia, de la presencia del delito en la información de los medios. Es un debate permanente porque la mercancía, el mercado del entretenimiento, va por ese camino y difícilmente nosotros logremos contenerlo. Pero no debemos resignarnos. Hace bien el presidente en colocar el tema en el debate, aunque no coincido con las medidas propuestas, aquí para hacerse oír hay que tocar puntos sensibles y el mercado es hijo de las ganancias...
El uso de la publicidad oficial para esto no dará resultado, será transitorio y levantará todos los escudos de los medios ocultando el verdadero debate de fondo.
Pero hay que discutir, en la política, en la academia, en la prensa, en la educación, en el mundo del entretenimiento, en las familias, en el boliche.
La consecuencia más directa o posible cuando la violencia se hace banal, “normal”, es el delito, pero además carcome todas las formas de convivencia y es un factor de decadencia moral general.
Discutamos uruguayos, discutamos. Y hagamos cosas.