Aunque uno se proponga evitar las discusiones internas y concentrarse en adversarios y en propuestas, hay debates que no son electorales, son cosas mucho más profundas y tienen que ver con una visión del país. Lo que nos debe hartar es que en muchos casos la discusión sea sobre las mil combinaciones e hilvanes relacionados con el poder y los cargos. Se trata de discutir ideas.

La contratapa de Fernández Huidobro en La República “Ya basta” tuvo un mérito innegable, puso al rojo vivo un debate que la izquierda rehuye sistemáticamente. Yo incluso me tomé el trabajo de buscar, investigar y escribir un largo artículo con una serie de propuestas y fracasé estrepitosamente. Parece que hay que largar un buen bombazo para que alguien escuche.

El mismo artículo tiene otro mérito: la sociedad uruguaya no puede escabullirse de esos temas, buscando culpables en todos lados menos en sí misma e igual sucede con el Estado. La seguridad pública es una responsabilidad central, principal, del Estado democrático. De lo contrario, ésta se privatiza de la peor manera posible y sobre todo, de la manera más injusta y más elitista.

Dice el compañero Huidobro “Por fin, la izquierda uruguaya sufrió y sufre graves confusiones al respecto: desde la oposición criticamos siempre, implacablemente, toda represión: nuestro gobierno, en general todos los gobiernos de izquierda y hasta incluso las revoluciones iban a ser un cántico (de ser posible villancico) alusivo a la bondad y la inocencia".

Sin embargo, con extrañísima esquizofrenia aplaudíamos toda represión, hasta las más infames, proveniente de gobiernos autodeclarados de izquierda. Y a los delincuentes, pobres víctimas del viejo sistema, les íbamos a restañar las heridas y enseñar a ser buenos con dulces palabras y verdades incontrovertibles que iban a entender rápidamente "convirtiéndose". Hubo, en todo eso una inocultable influencia evangélica. Somos mucho más católicos de lo que creemos.”

Tratemos de agarrar el tema por las “guampas”, como nos reclama el autor.
Yo podría reproducir casi integralmente la entrevista a Gustavo Leal en Montevideo. Portal, pues coincido con él.: “Es que en el seno de la sociedad uruguaya “hubo un cambio cualitativo” de signo negativo, por el cual experimenta un “proceso de lumpenización”, ejemplo de lo cual es el “fenómeno plancha”, que supone la “aceptación por sectores medios de la cultura y el argot de delincuencia”.

De ese modo, códigos y valores delictivos se “asumen como un valor”, en el marco de un “proceso de degradación cultural”.

“Por incapacidad de hacer un diagnóstico y de elaborar políticas (para revertir el fenómeno), en muchos sectores se aceptó (esa degradación) como algo ineludible y como parte de las nuevas reglas de juego de la sociedad”. Y agrega más adelante: el sociólogo considera indispensable “asumir” la realidad del fenómeno, “diagnosticar” su estado y exhibir “actitudes mucho más firmes con relación a la reconstrucción de la autoridad como un pilar central que estructura la sociedad”.

Hay muchas maneras de no asumir el fenómeno. Están los extremos en la propia izquierda, que en cierta manera se justifican entre ellos y que considero ambos equivocados. Desde el discurso casi obsesivo de que hay que desarmar, controlar y combatir contra la tenencia de las armas y que desconoce no sólo una realidad nueva, sino la historia nacional. El Uruguay fue siempre un país armado a nivel individual. Fuimos y somos grandes importadores de armas personales. O afirmar que “por suerte”, la policía no intervino en los incidentes en el estado de Danubio y lo justifica. Así no.

Las máximas autoridades del Estado encargadas de la seguridad no pueden seguir dando señales tan tembleques sobre el uso del poder y de la autoridad para preservar las formas de convivencia y combatir la degradación que vivimos a diario. Son señales que generan “sensaciones térmicas” o “visiones subjetivas” equivocadas o muy negativas hacia la sociedad, hacia los delincuentes e incluso para los propios policías. Llama a hacer la plancha.

Esa visión ya tuvo su máxima expresión en el anterior ministro – una excelente persona – pero que fracasó notoriamente en su gestión. Actuó animado de los más loables sentimientos de sensibilidad social, pero fracasó. Y sobre su visión discrepo profundamente desde un análisis desde la izquierda.

La izquierda debe combatir con todas sus fuerzas para que el Estado cumpla con sus obligaciones, en particular hacia los sectores más débiles y desprotegidos. Que no son los delincuentes. Si el Estado no cumple, se produce la peor de las privatizaciones de la seguridad. Los que pueden, los que tienen recursos se blindan, contratan tecnología, personal, etc y los más pobres se arman y disparan. Cada vez, con más frecuencia.

Y una sociedad en la que aceptamos e incluso justificamos que la gente se arme para defenderse del delito, es una de las formas de degradación de la convivencia más peligrosas e incontenibles. ¿Hasta dónde llegaremos? Y eso es lo peligroso del discurso del compañero Huidobro.

No se trata de analizar los casos individuales, sino de analizar la posición de un senador de la República que por otro lado, en su momento, tuvo en relación a los sectores marginales (al menos su grupo político originario) posiciones totalmente diferentes. ¿Recuerdan al "Chueco" Maciel? ¿Ahora ya no le cantamos y los elevamos a expresión de la rebeldía, lo liquidamos en cada almacén o bar de barrio?

Si ese razonamiento se instala en la sociedad – si el Estado no cumple es lícito que la gente se arme y dispare– entramos en una caverna cada vez más oscura. Los que me conocen saben que no soy vegetariano, tengo armas y siempre las tuve y las voy a seguir teniendo. Ahora, todas bien registradas. Pero las tengo.

Hay mucha experiencia acumulada a nivel internacional y, además del fracaso que esta visión comporta a nivel de la convivencia de una sociedad, es el inicio de una escalada sin fin. A vecinos y comerciantes que utilizan las armas corresponderá una delincuencia cada día más agresiva y asesina. ¿Y después, qué?

Lo que la izquierda tiene la obligación de discutir, de elaborar y de aplicar es una política integral que desde la educación – donde comienzan muchas de las carencias – hasta los aspectos policiales represivos y preventivos, pasando por las normas y leyes que ya no corresponden a esta época - ni para los incidentes en el fútbol, ni para la explosión de la pasta base y de la delincuencia sin frenos ni códigos-, hasta del sistema carcelario. Si no lo hacemos nosotros lo está haciendo la derecha a su estilo, con sus valores y con sus objetivos políticos y culturales. Lo peligroso de ciertas posiciones – aunque inteligentes y que promueven los debates – es que nos suceda lo del coronel Aureliano Buendía, que luego de décadas de guerras civiles, terminó preguntándose: ¿Para qué?

Lo que la izquierda no puede es quedar atrapada entre la morsa de la justificación sociológica del delito y el vale todo, hay que “armarse para defenderse”. Son estos los temas y los momentos que ponen a prueba nuestra sensibilidad social profunda, nuestro apego a la democracia y a la república y nuestra capacidad de generar ideas y propuestas serias e inteligentes. Aunque estuviéramos a cinco años de las elecciones