Hoy mi deber era/ cantarle a la patria/
alzar la bandera/ sumarme a la plaza
Siempre me emocionó esta canción. Mucho antes de convertirse en un propagandista, Silvio Rodríguez era un gigante de la canción popular, que se permitía versos y actitudes consideradas disidentes por el régimen cubano. Sus comienzos estuvieron salpicados de enfrentamientos con el pensamiento oficial, y debió soportar un exilio fugaz y “voluntario” para evitar represalias. Su canción “Hoy mi deber” es la negación de la masa, del ser humano convertido en marioneta, en instrumento, en papagayo.
El poeta, como un verdadero revolucionario, se rebela contra la imposición social al descubrir que el cumplimiento de su deber no está en la calle sino al lado de su ser amado, esto es, en lo más íntimo de sus sentimientos y convencimientos. El choque con el sistema no puede ser más frontal. “En la calle nadie vale lo que vale”, decía el poeta argentino Raúl González Tuñón. Es en la soledad de la conciencia donde se procesan las decisiones trascendentes de la vida. En la algarabía triunfalista del circo romano, el espectador puede convertirse en esperpento, incluso en oficiante de un ritual sangriento.
Hoy era un momento/ más bien optimista/
un renacimiento/ un sol de conquista
Las campañas proselitistas suelen ser presentadas como parte de un proceso de aprendizaje, en el que los ciudadanos incorporan ideas y reglas de civismo. La realidad indica que estos días de movilización y jolgorio sirven para todos menos para cultivar la reflexión ciudadana. Ortega y Gasset decía que educar es enseñar a dudar, incluso de lo que se enseña. Quienes juegan el juego del activista, del militante, del pregonero, tienden a perder toda capacidad de duda, de matiz, de aprendizaje.
El uruguayo cree que el mundo está hecho a su imagen y semejanza, quizás como consecuencia de su escasez numérica y progresivo ensimismamiento. Si nuestras campañas electorales se convierten en un carnaval de banderas y pasión, y no en un debate sobre diferentes visiones del mundo, pues así ha de ser. El abuso de las apelaciones emotivas y la descalificación suele ser legitimado con argumentos culturales, y la manipulación de la verdad, en la inmanente bondad de la causa que se defiende.
Hoy yo que tenía/ que cantar a coro
me escondo del día/susurro estoy solo
En pocas horas, el bullicio dejará paso al silencio. Las especulaciones, el triunfalismo, los golpes bajos de los discursos y los asesores, serán como el recuerdo de una pesadilla, de una noche de borrachera. Las grandes decisiones de los seres humanos (elegir gobernantes es una de ellas) se toman en soledad y en sobriedad. Se trata de un acto trascendente, un ritual de la democracia, esa porción generosa y tolerante de la libertad.
Vista desde la perspectiva histórica, la democracia es el triunfo de la libertad sobre la tiranía. Desde la filosofía política, es una concesión que hace la libertad, a los efectos de construir un sistema de convivencia en el que todos se sientan reconocidos. Por eso la calidad de la democracia se mide mejor en la percepción que de ella tiene la minoría, que en las hazañas de los sectores mayoritarios. En tales circunstancias, el corazón debe servir para recordar los principios que nos guían, para que la razón decida quién se llevará el favor de nuestro voto. Su escenario no es la plaza ni su arma la bandera. Que cada voto sea el fruto de la conciencia, la reflexión y el compromiso, es hoy nuestro deber.
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