El calendario pierde sus hojas y junio se acerca. Un fantasma recorre la política nacional: el peligro de los debates. Aplaquemos, bajemos la pelota al piso, abracemos, comulguemos y santifiquemos hacia adentro y demonicemos a los adversarios. La primera pregunta sobre esta nueva fiebre de hermandad es si es verdadera, si es auténtica, si corresponde a la realidad.

No me refiero solo a la situación en la izquierda, sino a la incipiente polémica en el Partido Nacional y la más lejana en el Partido Colorado. ¿Las elecciones internas son sólo un mecanismo para definir personalidades o tienen otras connotaciones? Si el punto de referencia es el palacio, el poder – el grande y las migajas -, los cuartos de los botones y las trastiendas, no hay duda que hay que cubrir las disputas internas con un velo que amortigüe todos los colores, que haga todo lo más parecido y descolorido posible. Lo que suene a santurrón.

Pero resulta que las elecciones de junio definen quien será el presidente de los uruguayos a partir del 2010 durante cinco años. Y a 3.300.000 uruguayos, desde los que están en la política hasta el cuello – como yo, por ejemplo – hasta los más alejados e indiferentes, el tema les impactará decisivamente. Incidirá en nuestros trabajos, sueldos, jubilaciones, asignaciones familiares, alimentación, educación, salud, cultura, estado de ánimo, autoestima, intenciones de quedarnos o de rajar hacia cualquier lado, miedos, seguridades, certezas y temblores, ahorros e inversiones. Cosas tangibles, materiales, anímicas, culturales, cosas de todos los días y de toda una vida. Así que no se trata de elegir sólo una imagen, una personalidad, una forma de ser y de no ser, es algo mucho más profundo y complejo. Tenemos que pensarlo muy, pero muy bien. Y tenemos derecho a discutirlo.

No se puede pretender que en los pasillos de los “entendidos” de los “operadores” del poder y de los aspirantes al mismo se discuta de todo, se hable de cosas serias y profundas y al resto de los mortales, a los de a pie, se nos tiren las cenizas y las migas para entretenernos. Eso sí, invocando la sagrada e intocable unidad de los partidos. Todos.

La unidad de la izquierda uruguaya es su seña de identidad más importante. La unidad y continuidad de todos los partidos políticos uruguayos es una seña de identidad de todos los uruguayos y de nuestra institucionalidad democrática, pero el que confunda eso con ocultar los debates, con anteponer supuestos y supremos intereses electorales a la transparencia necesaria en el manejo de las ideas y de las opciones, se equivoca muy feo. Porque esto último atenta contra el soporte mismo y la identidad de los partidos y de su unidad. Los hace sólo instrumentos del poder y para el poder.

La izquierda no llegó a la unidad barriendo bajo la alfombra sus diferencias, al contrario, nació en uno de los momentos más fermentales y complejos de toda su historia y de la propia historia nacional. Nuestros fundadores eran constructores de ideas, de debates, de propuestas, de programas. Y por eso fueron grandes.

Tabaré Vázquez no llegó a la presidencia sorteando debates, al contrario los afrontó y los promovió. Recuerden uruguayos, recuerden.

¿Es justo confundir una carnicería interna, caer en las trampas que nos tiende la derecha con un sano y adecuado debate de proyectos, de propuestas y la búsqueda de respuestas a las tantas preguntas que nos formula el mundo actual y los cambios que ya iniciamos en el país?

¿En el Partido Nacional es sólo cálculo electoral el que mueve a Larrañaga en sus opiniones sobre el proyecto de Lacalle o hay efectivamente diferencias reales, matices, propuestas diversas?

Pretendo manejar el tema desde la realidad de las dos colectividades principales en esta contienda porque hace a la cultura política general del país, a un empobrecimiento general de los debates, a la tendencia en los políticos y en los medios a reducir todo a un flash, a un golpe de efecto, a una frase ingeniosa o a un acalorado debate sobre candidaturas. Eso nos hace mal a todos, aleja irremediablemente la gente de la política y por lo tanto debilita nuestra democracia.

¿Puede concebirse una democracia sin confrontación de ideas? No. Y no se trata de una confrontación, o una polémica implícita y sobrevolante. Se trata de debatir ideas, propuestas, proyectos en serio. Cada uno tendrá su credibilidad, su dosis de responsabilidad, la profundidad de su razonamiento y la solidez de sus ideas. Pero la más sana campaña electoral es la que expresa las alternativas auténticas. Sin judicializar la política, sin ataques personales, y sin tergiversar. Esto ultimo vale para los compañeros y para los adversarios. Mentir y deformar no se justifica en ninguna circunstancia.

En este mundo y en este momento hay un sentimiento, una situación que lo domina todo: la incertidumbre. Con todas sus circunstancias. Y de forma explícita o con fractura expuesta esto influirá de manera fundamental en las decisiones de voto de los ciudadanos. Para poder buscar esas respuestas, para acertar o equivocarnos a conciencia necesitamos conocer, estar informados, saber qué propone cada uno y cuáles son las ideas polémicas y los impulsos. Para poder pensar muy bien que haremos con nuestros cinco próximos años de vida social y política y su impacto en nuestras familias necesitamos la máxima transparencia intelectual, programática y de ideas. Y eso es debate, eso es fricción, eso es cultura política. Y no un concentrado de lugares comunes.

No me refiero al método, a si la polémica será directa, cara a cara, televisiva o radial, me refiero a los contenidos, al choque de propuestas y discursos.

¿Hay diferencias entre los compañeros del Frente Amplio? ¿Cuáles son? ¿Tenemos que comparar entre compañeros, fuerzas políticas, opiniones, o todos somos casi iguales? ¿Cuatro años de ejercicio del gobierno nos dan más elementos para opinar sobre capacidades, resultados, relaciones entre ideas y cosas concretas, o no aprendimos nada de esta extraordinaria experiencia?

En definitiva, el pueblo frenteamplista ¿será protagonista o un mero receptor? Inclusive la consideración sobre los cargos - que en política no es menor - y no nos debe escandalizar ¿No debería ser lo más transparente posible?

Cuando una fuerza política expresa el 50% de una sociedad o un porcentaje cercano, es natural que en ella convivan diferencias, enfoques, visiones diversas y que en un debate electoral en serio, con todas las delicadezas y el sentido de equilibrio necesario, deben formar parte de ese debate, de ese cruce fermental de ideas.

Si algo debemos mejorar en la próxima gestión de un gobierno de izquierda, es precisamente la capacidad de participación directa, empeñosa, llena de tensiones y de impulsos de la gente en la continuidad y la profundización del cambio. Y eso nada tiene que ver con corporativizar la política y el gobierno, al contrario, tiene que ver con el mayor desafío que en el mundo actual afronta hoy la política democrática: el protagonismo de la gente. Y no es cuestión de jugar de volante de marca (centro half) o de golero, el asunto es no hacer moñas para la tribuna, jugarse en serio la camiseta.