Relatos
Los relatos, en el sentido más amplio y abarcativo de la palabra, están en el corazón de la convivencia y el entramado social.
Los seres humanos no intercambiamos habitualmente series meticulosamente completas de información sino relatos que las describen, que enlazan los contextos, los ejemplos, las causas y las consecuencias de una forma coherente, consistente y plausible.
Esos relatos, ya se trate de la biblia o de un chisme sobre la vecina, los pasamos por nuestro tamiz cognitivo para compararlos con nuestra visión del mundo, nuestro conocimiento previo del problema, nuestra opinión sobre quien cuenta el relato y algunos otros parámetros más y en base a ello definimos cuánto del relato vamos a dar por veraz, cuánto vamos a creer.
Creer, convencer, no tienen una relación directa y absoluta con la verdad, con la correspondencia exacta del relato con la realidad. De hecho en la sociedad conviven individuos y grupos que creen relatos exactamente opuestos sobre un mimo hecho, sea este la evolución de las especies, el aborto o el decanato del fútbol uruguayo.
Datos
La ciencia por su parte no tiene como centro el creer, sino el saber, la búsqueda de la verdad. Y basa por tanto sus afirmaciones en evidencias, en datos, y no en relatos.
La ciencia no busca convencer y tampoco acepta que la convenzan con relatos, tengan estos la antigüedad, la credibilidad o la popularidad que tengan: si no hay evidencia, no hay verdad.
La ciencia sí acompaña sus afirmaciones por series meticulosamente completas de información y datos, que permitan a la comunidad reproducir las conclusiones, rehacer los experimentos y en general validar que a un determinado conjunto de causas (hipótesis) corresponde de forma invariable un determinado conjunto de consecuencias (tesis).
En definitiva, el negocio de convencer y el de buscar la verdad son solo primos.
Datos contra relatos
Esta introducción vale para entender la particularidad de la discusión sobre la regulación de las encuestas, porque quienes tienen acceso ilimitado a los datos elaboran exclusivamente relatos, esquivando la fundamentación de sus argumentos con datos: sí, series exhaustivas (y aburridas) de números que justifiquen sus afirmaciones. Están en el negocio de convencer.
Y el problema es que los relatos que nos proponen o no se llevan bien con los datos, o directamente son historias repetidas una y otra vez de las que en el fondo, nadie conoce datos reales. Tomemos una de cada una.
En el primer grupo está por ejemplo el relato de que antes las encuestas eran más precisas.
No hay que recurrir a la famosa encuesta de Gallup que dio ganador al Si en el plebiscito del 80 para decir que siempre se cocieron habas. Las series modernas de datos muestran sesgos y errores repetidos y reiterados elección tras elección sin excepciones. Para tomar solo un ejemplo, en las internas de 1999 el promedio de las encuestadoras le dio a Jorge Batlle 48%. Sacó 55% de los votos de su partido. Unos meses después, en las nacionales, le dieron un promedio de 28%, sacó 32% de los votos. Y un mes después en el balotaje le dieron en promedio 47%, sacó 52% del total de votos. Se aburrieron de subestimarlo una y otra vez, con un comportamiento de rebaño ejemplar: en ninguna de las tres instancias hubo una encuestadora que le diera más votos que los que obtuvo.
En el segundo grupo, el de los relatos sin datos está por ejemplo el de que los frenteamplistas contestan más encuestas que el resto. Nunca vi ningún estudio, encuesta o serie que soporte esta afirmación. Parecería un resabio de la campaña de 1971, que se repite de boca en boca y se relata como ingrediente esencial de una encuesta política, sin que nadie se preocupe por su correspondencia con la realidad, es decir, su grado de verdad. Tal vez fue válido en algún momento o tal vez siempre fue válido, o quizás siempre fue falso. A ciencia cierta, nadie lo sabe.
Quién está de cada lado del mostrador
Como en toda discusión, siempre hay dos lados del mostrador, que agrupan unas y otras posiciones. Sin embargo, quien piense que las encuestadoras están de un lado y quienes proponemos una Ley de Encuestas Electorales estamos del otro, está profundamente equivocado.
No hay nadie que se perjudique más con la estrategia de ocultar los datos y proponer solo relatos que las encuestadoras serias: aquellas que creen profundamente en lo que hacen, manteniendo un firme compromiso con la mejora científica y sistemática de su actividad.
Los encuestadores de verdad saben que 2019 se acerca y repetir la receta tiene altísima probabilidad de repetir el mismo resultado de sesgos y pérdida de credibilidad.
Y saben también que un sinceramiento colectivo del sistema, garantizado por una ley que obligue a la transparencia a todas las empresas les será beneficioso, premiando el trabajo serio y meticuloso a la vez que evita las operaciones con encuestas, las medias encuestas que “ponderan” los datos más mirando para el costado que otra cosa y las encuestas virtuales 100% Excel. La ley de encuestas les dará una ventaja competitiva.
Lo que no termino de entender es por qué ellos tampoco muestran los datos que se les solicitaron, permitiendo que los que los perjudican y compiten de forma desleal nos sigan contando sus relatos preferidos.