Por Gerardo Sotelo
La túnica y la moña, los criterios para elegir abanderados en las escuelas, la invención de palabras para combatir la discriminación de género, las políticas sociales y sus contraprestaciones, entre otros asuntos, despertaron la reflexión sobre los valores que inspiran a los dirigentes políticos y a la comunidad.
Detrás de las explicaciones ensayadas asoman diversas concepciones filosóficas que han estado en el eje de los debates que han sacudido a la modernidad. La antigua tensión entre la libertad y la seguridad, es decir, el control social justificado en que los desempeños diferentes derivados de aquella, terminan consagrando una realidad desigual e inequitativa. Tomemos apenas dos de los temas de controversia.
Recibir dinero del Estado "sin contraprestaciones", como ha defendido una vez más la ministra Marina Arismendi, transmite a los beneficiarios varios mensajes potencialmente invalidantes. El primero es que daría la impresión que el dinero que reciben estaba guardado en algún lugar, donde apareció como obra de un impresor de billetes, y no que es fruto del trabajo ajeno, que llega a sus manos como materialización del sentido solidario de la comunidad, con el objetivo de ayudarlos a salir adelante.
El segundo es que afirma la presunta incapacidad de los beneficiarios de hacer algo por sí mismos y que, por eso, nada se les va a pedir. Ni siquiera que se ocupen de que su prole asista regularmente a la escuela y al médico.
El mismo propósito subyace en la idea de retirar el reconocimiento público de la excelencia intelectual, para sustituirlo únicamente por el apoyo de los pares. Nótese que no se busca agregar a los criterios académicos, otros referidos a valores sociales. Es claro que solo se intenta eliminar las consideraciones admirativas que se expresan hacia las diferencias de resultados.
Las doctrinas igualitaristas son esencialmente inmovilistas, contrariamente a lo que la intuición sugiere y la propaganda proclama, por cuanto rechazan las singularidades y los desempeños desiguales, para terminar promoviendo un estado de cosas más injusto del que desean abolir.
El victimismo como doctrina moral no tiene nada que ver con el reconocimiento de la existencia de víctimas de una realidad injusta, y por lo tanto, no conduce a la solución. Por el contrario, el victimismo es la justificación moral de doctrinas políticas que, en su verdadera proyección, proponen el asalto al poder y el saqueo, lo que deviene en tiranía y miseria.
Estamos ante un debate crucial de estos tiempos, especialmente en una sociedad como la uruguaya, que lleva más de un siglo implementando políticas sociales.
Es necesario discutir sobre igualdad y equidad con todas las cartas sobre la mesa, planteando la diferencia radical entre la igualdad referida a las oportunidades de superación, y a los resultados. Mientras la primera interpretación inspira actos de justicia que buscan promover la autonomía de las personas, la segunda desata actos de barbarie que condena a las personas a la servidumbre, el clientelismo y la esclavización.