Herreros en Montevideo hay muchos, con ese nombre debe haber varios, lo que será difícil de encontrar es una persona que luego de 21 años de duro trabajo se encuentre igual que cuando empezó, con una mano atrás otra adelante y sin un destornillador.

Comenzó a los 18 años, y todo le rodaba bastante bien. Tenía trabajo, era bueno en su oficio y logró fierro a fierro equipar un amplio galpón de herramientas fundamentales para su profesión. Tenía -como corresponde- todo bajo buenos candados y llaves en el fondo de su casa habitación en Paso Carrasco, en el límite entre Montevideo y Canelones.

Mientras muchos nos reponíamos de las emociones del cambio de gobierno, esa noche entre el 1º y el 2 de marzo le entraron al taller y se llevaron literalmente todo, o casi todo. No le dejaron ni una herramienta de mano, ni la pulidora, ni las máquinas eléctricas. por el peso y la cantidad de lo robado, sólo utilizando una buena camioneta o dos carros pudieron llevarse tantas herramientas y materiales.

Veintiún años después de haber comenzado con su oficio, esa mañana fatídica del martes dos de marzo Daniel volvió violentamente a sus orígenes. Fue a la comisaría del barrio hizo la denuncia como corresponde. Y se tragó la bronca, la frustración, la desesperación. Y planificó para comenzar todo de nuevo, pero...

Como el jueves 4 volvieron a forcejear con los portones se quedó alerta. El viernes prácticamente no durmió, estuvo de vigilia. El sábado, amparados en las brumas de las once de la mañana, es decir a pleno día, los vecinos a los gritos lo alertaron de que tenía nuevamente visitas en su taller. Salió disparado y desarmado y logró manotear a uno de los intrusos que además llevaba una campera que le había robado del taller hacía pocos días y que él utilizaba para trabajar. Se le escaparon y dejaron tiradas en la calle unas herramientas viejas y rotas que habían quedado del robo anterior.

Los corrió con el auto, un móvil policial se sumó a la persecución y dando vuelta por el barrio encontraron a uno de los ladrones, perdón, no sea cosa que esté incurriendo en alguna falta grave: uno de los visitantes, que como declaró que tenía 16 años, fue llevado por la policía a la policlínica y al forense... (¿??) De más está decir que al asiduo visitante no le habían tocado ni un pelo.

Daniel marchó a la comisaría. Eran las 11 y 30 horas de aquel sábado tan agitado. Una hora después llegó el menor "visitante" asiduo y encariñado con las herramientas de Daniel. Estuvo en la comisaría 10 minutos, su señora madre ya lo estaba esperando y los dos salieron prestos del recinto policial. El juez de menores de la costa lo liberó de inmediato. Debe haber sido uno de los trámites más veloces y eficientes de todo el sistema judicial y estatal uruguayo. ¿O estamos siendo injustos y siempre funciona así de rápido?

Obviamente Daniel pidió que al menos fueran a la casa del visitante de lo ajeno para recuperar sus herramientas. Los policías le dieron una lección legal: debía tener algún amigo juez para conseguir una orden de allanamiento de varias direcciones donde seguramente estarían sus pertenencias.

De lo contrario podía ir a buscarlas a una boca de expendio de pasta base, la boca de "la gallega" pues los menores se surtían en ese comercio y para terminar le alegraron la tarde: menos mal que no le había pegado ni un empujón al ladrón de lo contrario ya lo hubieran llevado al juzgado a purgar sus culpas.

Estuvo declarando en la comisaría, relatando con lujo de detalles y sin ninguna utilidad las tres visitas. Salio a la calle a las 14 y 30 horas, es decir los trámites lo demoraron dos horas más que al ladrón y a su señora madre. Que vale reseñar que llegó a la comisaría protestando a voz en cuello porque su hijo era menor y no podía estar allí. Parece que tiene una práctica muy sólida en el ejercicio de la "mater potestad".

Nadie sabrá si la madre mientras se lo llevaba a su domicilio le recriminó por el robo, por dejarse atrapar o por no haberle dado la parte que correspondía al mantenimiento familiar. Es posible que del otro lado del asunto, del lado de la familia del ladrón, de su madre, haya una tragedia, sórdida, terrible. Pero a esta altura si seguimos buscando explicaciones sociológicas a la degradación que conocemos todos los días por anécdotas y hechos concretos, terminaremos en que la sociedad uruguaya aceptará vivir prisionera de esas historias sórdidas y seremos una sociedad injusta y sórdida. Y además resignada.

El proceso fue lógico e impecable: los ladrones robaron, los siguieron, la policía atrapó a uno de ellos, estaba probado y re probado que era el culpable y...en pocas horas estaba nuevamente en libertad. ¿Por qué motivo ese menor, esa misma noche, no volverá a cometer exactamente el mismo delito o uno peor?

Si la ley no atiende esta realidad, habrá que rever la ley. Si hay jueces que no sirven y hacen lo que les parece con la ley, tendremos que comenzar a discutir franca y abiertamente sobre ese tema y cambiar los jueces. Si el INAU no tiene capacidad para atender el torrente de nuevas situaciones deberemos asumirlo y cambiar. Y si la policía, por cualquier razón tiene una función casi decorativa en algunos casos, habrá que modificar la situación.

¿Cuántos Danieles, más anónimos todavía que "Daniel el herrero" habrá esta noche, y mañana? ¿Cuándo nos tocará a nosotros?


PD: Esta es una historia absolutamente real. Las fechas, el barrio y los detalles son absolutamente reales.