Daniel Radío
 
Médico de profesión, fue uno de los fundadores del Partido Independiente y es miembro de la Mesa Ejecutiva Nacional. Actualmente es diputado por Canelones.
 
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23.05.2011 16:26

El fin del mundo. Y el día después

La semana pasada, a pesar de los empecinamientos y de los anuncios, no se acabó el mundo.

El evangelista Harold Camping se había transformado, con sus apocalípticos pronósticos, en el principal profeta del fin de los tiempos. Se suponía que un gran terremoto sacudiría la tierra y no quedaría rastro de la existencia del planeta.

Y los malos pagarían. Y sus restos se desintegrarían de la vergüenza.
No había ninguna duda.

Harold incitó a sus oyentes a abandonar las Iglesias a las que pertenecían y que no acompañaban su predicción. "Satán está dentro de ellas. Son fuentes de pecado y de avaricia y hacen que el mundo se vuelva peor". En cambio "en nuestra comunidad, Dios nos ha abierto los ojos"

Pero no se acabó el mundo. No hubo magia. Y no la hay.
Ni para destruir el planeta, ni para resolver los viejos problemas de nuestro país, heredados de otros tiempos.

Fue una mala semana para los vendedores de espejismos o de catástrofes. En Uruguay y en el mundo.
Habrá habido quienes esperaron con ansiedad o con insomnio. Habrá habido seguidores inquietos. Pero nada más. Ni siquiera se consiguió sembrar la alarma. No hubo un antes y un después.

Otra vez, los pobres mortales, advertimos que el camino es otro.
Que a lo mejor no hay camino, y se hace camino al andar (como decía el poeta)

Aquel o aquellos que creen que tienen todas las respuestas, no necesitan discutir nada con nadie. No tienen por qué negociar nada.

Se limitarán a anunciar el fin del mundo a partir de un momento casi mágico o, en su caso, anunciarán la resolución de los males, de las trabas o de las dificultades, cualesquiera que sean, coincidentemente, a partir de un momento casi mágico.

Y nos advertirán de las nefastas consecuencias para quienes no compartan su perspectiva. Ellos son los depositarios de la verdad.

Dirán que tienen el dato. La varita mágica poseedora de propiedades inescrutables, herméticas para nosotros, hombres y mujeres comunes y mortales.
Dirán que tienen el proyecto salvador, que está por encima de la ley de los hombres. Y de la voluntad de las mujeres y de los hombres.

Pero la realidad, tan porfiada ella, se escapa por todos lados, de los anuncios infundados o de los análisis escleróticos. Se resiste a ser encorsetada por augures frustrados. Por políticos, militares o militantes sociales de cualquier color. O por aspirantes a profeta de los más diversos pelos.

Por aquellos que creen que están por encima de la búsqueda de los acuerdos. Que desprecian los aportes de los especialistas, técnicamente fundados.
Por quienes creen atesorar el monopolio de la honestidad y de los valores.
Por aquellos que creen ser los dueños últimos (o los primeros) de la verdad, revelada o científica.
Por aquellos cuyas opiniones, tan trascendentes, no necesitan de otra legitimidad, más allá de la voz de quien la emite.

Al día siguiente del presunto Apocalipsis, otra vez, habrá que soltar amarras, abandonar el puerto, enfrentar los tsunamis, o disfrutar del mar tranquilo cuando sea posible.

Porque esta vez, tampoco se acabó el mundo. Permanecimos.
Y por lo tanto, otra vez a la humanidad se le presenta la oportunidad de aprender que nunca se gana o se pierde de manera definitiva.
Ni siquiera al morir.
Alguien dijo alguna vez que renovarse es vivir. Y hubo quien contestó que, en realidad, vivir, es permanecer a las renovaciones.
Es más. Me parece que aún hay una chance de vivir para siempre, para aquellos que logren vivir a la última gran renovación, que es la muerte. Y tengo la impresión de que hay quienes lo han logrado. Ahí están Zelmar, el Toba y tantos otros, más o menos anónimos.

Esta vez, tampoco fue el fin de los tiempos. Ni apareció la panacea para los viejos problemas de nuestro país. Otra vez no hubo magia.

Al día siguiente del presunto Apocalipsis, al levantarse, hay que tratar de seguir edificando lo que esté a nuestro alcance. Tendiendo puentes. Evitando los augures. Buscando las respuestas. Construyéndolas.
De a poquito. Igual que ayer. Soltar amarras. Salir a la mar. Mirar la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Porque no hay camino, sino estelas en la mar.
Y navegar es necesario. 

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