Conviene recordar la referencia en estos tiempos, puesto que el actual Presidente, José Mujica no parece tomar en cuenta que el ejercicio de la Presidencia de la República lo obliga a actuar con particular consideración. Su palabra y sus conceptos tienen ahora otro alcance y otro impacto que cuando representaba exclusivamente a sus adherentes.
El Presidente de la República es el presidente de todos los uruguayos y, por lo tanto, debe tomar en consideración esa representatividad al dirigirse a la opinión pública. De otro modo, afecta la institucionalidad y desgasta su propia representatividad.
Conviene señalar este aspecto del ejercicio presidencial porque, a diferencia de su actitud en los dos primeros años de gestión, desde hace un poco más de dos meses se ha producido un cambio muy preocupante en la forma, el tono y los contenidos de sus referencias políticas.
No sabemos cuáles han sido las causas o motivaciones del cambio, pero lo cierto es que en los últimos tiempos ha perdido la calma y han proliferado las calificaciones denostativas o irrespetuosas hacia los diferentes dirigentes y partidos opositores. Ninguno de los tres partidos que no integramos el gobierno hemos quedado a salvo de sus manifestaciones burlonas, irónicas o agresivas.
Por otra parte, esta postura ha propiciado que algunos sectores partidarios aprovechen la oportunidad para "subir la apuesta" buscando construir un escenario cada vez más polarizado.
El Presidente calificó de "talibán" al principal dirigente del Partido Colorado, lo que llevó a este último a responder tildando al Presidente de "hornero". Patético todo el episodio y muy lejos del nivel que debe tener la discusión y el debate político.
¿Quiénes ganan con esta lógica? Solo los que quieren medrar con un país dividido radicalmente, solo los que piensan la vida en "blanco y negro", solo los que apuestan al todo o nada, los que dividen el mundo en buenos y malos.
Si esa dinámica política prospera puede ser que algunos logren hacer su pequeño y mezquino negocio, pero ciertamente el que pierde es el país al quedar enredado y encerrado en una visión paupérrima de la realidad de nuestra sociedad.
Pierde el país porque, además, en tales circunstancias las acumulaciones consensuales para realizar los cambios necesarios desaparecen y la arena política queda ganada por la lógica de confrontación.
Ya sabemos cómo terminan los escenarios radicalizados, no hace tanto tiempo que se "prendió fuego el campo". Afortunadamente estamos muy lejos de aquello, pero debemos evitar todo gesto que pueda acercarnos a la lógica de la descalificación y de la intolerancia.
Y la primera responsabilidad de que ello no ocurra radica en la actitud que asuma el Presidente de la República. Si desde allí surge el desborde, la exageración y la falta de respeto, entonces todo el clima político se enrarece.
Todavía se está a tiempo de "rebobinar" y volver al cauce del diálogo y de la postura constructiva. Pero para ello es indispensable que el Presidente asuma que su posición institucional lo obliga a asumir una representación republicana, con capacidad de mantener una saludable distancia del debate y las discusiones cotidianas.
Y esto no tiene nada que ver con eliminar su trato llano y horizontal, ni su tradicional fortaleza en el contacto directo con la ciudadanía. Simplemente hay que saber distinguir entre la accesibilidad y el desplante; hay que saber encontrar la diferencia entre la espontaneidad y la falta de respeto.
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