Las noticias que nos impactan en estos primeros días del año se refieren a violentos crímenes, incluso a la ejecución mafiosa de una persona. Nos impactan porque en el Uruguay no estamos acostumbrados a esas cosas. No nos acostumbremos.

No se trata de los habituales robos millonarios de dólares y joyas en Punta del Este que fueron casi todos aclarados rápida y eficientemente por la policía, sino de los asesinatos de varias personas y en algunos casos de tres personas de una familia, de dos feriantes, padre e hijo, del incendio doloso de una vivienda con la muerte de una mujer de 25 años y su pequeño hijo y de otros casos menos sonados.

¿Podían evitarse con una mejor vigilancia policial? Nada es imposible, pero cualquiera que analice fríamente las circunstancias de esos crímenes se da cuenta que es muy difícil. Lo importante ahora – aunque no se podrá reparar el daño atroz – es que se encuentre a los culpables y sean castigados por la ley. No por venganza sino por justicia, aunque ciertas barbaridades generan un odio creciente contra el crimen y los criminales y contribuyen a que todos nos pongamos un poco más feroces.

Estos temas se pueden abordar desde muy diversos ángulos: el político, que es el más general y de carácter integral, el sociológico y académico, el operativo y policial y debe haber otros. Y el de los lugares comunes, esas condenas genéricas que se han hecho una muletilla y que los medios electrónicos utilizan en sus reportajes al pie de la escena del crimen.

Lo que hay que tratar es de hacerlo con mucha seriedad porque son medidores de la salud de una sociedad, o de una parte de nuestra sociedad, que por lo tanto tiene que ver con todos y se deberían descartar las jugadas cortitas y efectistas, como por ejemplo pedir la renuncia del ministro del Interior. ¿Alguien con seriedad puede responsabilizar a este ministro u a otros de este tipo de delitos? Es una liviandad y es inútil. Los que lo hacen saben perfectamente que ningún gobierno va a asumir las responsabilidades plenas de estos hechos, sacando a su ministro. Eso sería demagogia pura y no resolvería nada. A veces uno tiene la sensación de que en realidad en ciertos ambientes no se quiere resolver nada...

Eso no quiere decir que la oposición tenga todo el derecho a convocar a funcionarios, a dar sus opiniones, a protestar y a levantar una fila de escudos tratando de llevar agua a sus molinos veraniegos. Cada uno en lo suyo y con la altura que quiera darle a la política.

Los orientales en su conjunto tenemos que formularnos algunas preguntas incómodas:
¿No se habrá consolidado en cierto sector de la sociedad un ambiente cultural, de desprecio por la vida, de ferocidad criminal muy similar a la de otros países de la región? Esa parte de la sociedad vive aquí a la vuelta, nos cruzamos con ella muchas veces en el día y en muchos lugares, aunque geográficamente tenga puntos críticos de residencia o mejor dicho de supervivencia.

¿Cuáles son las causas de la consolidación y ampliación – según el número y la ferocidad de ciertos delitos – de esa subcultura de la delincuencia? ¿Cómo se reproduce? ¿Dónde se reproduce y se pone más feroz? Y no hay duda que las cárceles en ese sentido, su brutalidad y su ferocidad nos están devolviendo criminales cada día más feroces. Necesitaríamos apelar a todas las capacidades académicas, a los mejores para estudiar ese proceso, sus causas y sus tendencias.

Todos coincidimos que la pasta base ha producido un cambio muy negativo en los comportamientos del delito, en su amplitud y los efectos sociales de la delincuencia. La simplificación de considerar que la pobreza es la causa prácticamente única del delito es una aberración. Ni todos los pobres se transforman en delincuentes ni mucho menos, ni todos los delincuentes y sobre todo los drogadictos son pobres. Eso no quita el impacto de los factores sociales.

Pero hay un dato abrumador que siempre es conveniente recordar: en los últimos 7 años la pobreza pasó del 32% al 14% actual, la marginación del 3.9% al 1% actual y la desocupación del 13% al 5.5% y sin embargo la delincuencia, los hurtos y las rapiñas siguieron creciendo en el periodo. Las conclusiones estadísticas muchas veces son esquemáticas, pero ayudan a completar la realidad.

La izquierda tiene entre las cosas buenas y las malas un punto clave, la idea de que puede resolver todos los problemas, que se debe hacer cargo de todos los problemas y que los puede resolver. Eso es relativamente cierto.

Para resolver ciertos problemas no alcanza con la voluntad política, hace falta una batería de instrumentos de conocimiento, de análisis, de comparación con otras realidades que muchas veces no utilizamos. No alcanza con polemizar duramente con la derecha sobre estos temas para avanzar en las soluciones, hay que apelar a toda la batería de instrumentos necesarios. Y muchos son especializaciones y surgen de la academia y no sólo del talento político declarativo.

Este tipo de situaciones, de bisagra cultural negativa en una sociedad, no se resuelven sólo ni principalmente por cambios operativos de parte de la policía o de todo el Ministerio del Interior, necesitan mucho más.

Los cambios son necesarios, se están operando y se ven. Uno de ellos debería profundizar en el hecho de que el 94% de los crímenes se producen en la zona metropolitana. El despliegue territorial debería considerar mucho más esta situación.

¿Alguien cree que estas nuevas tendencias y problemas se pueden atacar con leyes que tienen muchas décadas? ¿Que los procedimientos penales actuales son los adecuados para afrontar esta nueva realidad? Y es nueva y mucho peor que antes.

¿Las drogas actuales son iguales a las de antes? ¿Los mayores que delinquen y organizan el delito con menores no deberían tener un tratamiento penal particular, agravado?

El Estado ha producido un gran cambio en materia de infraestructura de cárceles. Venimos de un atraso acumulado de décadas, varias décadas, que los anteriores gobiernos no se hagan los distraídos, pero si no vamos a una revisión total y muy profunda de toda la estrategia carcelaria y combinando dos aspectos: la reeducación y oportunidades en serio de rehabilitación y por otro lado una mayor severidad con la reincidencia, las cárceles seguirán siendo una academia de ferocidad, de crimen, de desprecio por la vida y de embrutecimiento de una parte de la sociedad. Que existe, seguirá existiendo y entrando y saliendo de esas cárceles.

La responsabilidad de procesos como los que estamos viviendo van mucho más allá que la de un ministro, son de todo el gobierno y en buena medida de toda la sociedad.