A la salida de un partido de basketball un grupo de patoteros generó un nuevo episodio de violencia con balazos y enfrentamientos entre barras bravas de diferente origen. En el medio de esa confrontación, le dispararon a una muchacha que desde el balcón de su casa había pedido que no le rompieran el auto. La mataron cobardemente de un tiro por la espalda. Horror y sin palabras.
El mismo fin de semana, cuatro mujeres a la salida de un boliche agredieron a una joven afrodescendiente atacándola con insultos racistas y pateándola hasta dejarla en el piso con graves lesiones que determinaron su internación en el CTI.
Dos horrorosos episodios de barbarie inhumana desatada que se producen a la salida de dos eventos de esparcimiento y diversión. Nada tienen que ver estos hechos con los graves problemas de inseguridad debido al accionar de los delincuentes tradicionales; se trata de algo mucho más profundo y, al menos, de igual gravedad. Se trata de una afectación sustancial de nuestra cultura y de las normas de convivencia social. Existe en nuestra sociedad un conjunto de individuos que no comparten normas básicas de valores y que están dispuestos a agredir o, directamente, matar a un semejante simplemente "por cuestiones de momento" o por una "fiebre racista" inentendible y repugnante.
Hay una herida en nuestra convivencia social que se expresa ahora en estos dos episodios, pero que lamentablemente se ha reiterado en momentos anteriores.
Por un lado, la violencia vinculada al deporte, que no termina de controlarse y extirparse. No hay que ser muy vivos para darse cuenta de que esta situación no se resuelve porque ha faltado decisión y voluntad en varios de los actores que tienen que asumir con firmeza una respuesta definitiva para que esto no ocurra más. Hace pocos días vimos imágenes surrealistas en el Estado Centenario cuando dos o tres "jefes de la barra brava" de un cuadro de fútbol les hacían de salvoconducto a un grupo de policías para que pudieran salir de una zona del Estadio sin ser agredidos por el resto de la barra. Es el mundo del revés que se tolera y se acepta cada vez con menos capacidad de reacción.
Todos sabemos que en varios casos estas barras están apañadas o, incluso, sostenidas por dirigentes que carecen de los menores escrúpulos o que en muchos casos miran para otro lado para no tener que intervenir para evitar estos horrendos desmanes
Todos sabemos que en otros países en los que la violencia en el deporte estaba fuertemente extendida, se pudo resolver el problema tomando medidas firmes y enérgicas que podrían perfectamente ser imitadas e instrumentadas en nuestro país, con la ventaja de que "somos pocos y nos conocemos".
Por otro lado, el racismo emerge con su asquerosa expresión en este atentado contra Tania Ramírez. Muchas veces se ha discutido si los uruguayos somos racistas y, por lo general, se ha optado por la benevolente negación de este fenómeno, aduciendo que los uruguayos somos tolerantes y abiertos.
Sin embargo, esa es una mala manera de hacer la pregunta, porque en realidad en todas las sociedades existen personas o grupos (en mayor o menor número) que poseen reflejos racistas.
Uruguay no es una excepción. La pregunta debería ser cuán extendida está esta patología social y cómo hacemos para erradicarla.
No hay dudas de que en nuestro país existe gente con posturas racistas y tengo la triste impresión de que son bastante más de lo que los uruguayos estamos dispuestos a admitir. En todo caso, la prueba más contundente y extrema fue el episodio de este fin de semana.
Pero no seamos ingenuos, el racismo no se expresa solo en aquellos casos extremos de la agresión física, otras veces está presente de un modo mucho más soterrado y sutil, pero en definitiva sigue siendo la misma enfermedad social que no acepta la existencia de las diferencias y de la diversidad.
Hay racismo en los comentarios diminutorios, hay racismo en alusiones a veces implícitas. Hay racismo toda vez que no actuamos con total naturalidad ante las diferencias existentes que hace que afortunadamente los seres humanos seamos variados, distintos y heterogéneos.
Hay racismo en todos aquellos que no son capaces de descubrir y valorar la riqueza que existe en la variedad y en la diversidad que no hace otra cosa que aumentar el capital social y humano de una sociedad.
Por eso la enfermedad del racismo no se arregla solo apresando a las autoras de esta barbarie, como tampoco se arregla la violencia en el deporte solo apresando al asesino de Soledad Barrios. Es necesario que los que cometieron estos delitos paguen por sus responsabilidades, pero no es suficiente. Es imprescindible seguir la lucha contra los violentos y los xenófobos, contra los discriminadores y los irracionales.
Por eso resulta imprescindible que los uruguayos colectivamente demos una señal de fuerte condena a estos y otros hechos similares. Por eso hay que estar el miércoles 19 a las 18hs en el Obelisco, porque queremos una sociedad que tenga el vigor y la capacidad de erradicar la violencia y el racismo.