El senador Ope Pasquet no necesita que nadie lo defienda en su interna partidaria. A la interna del Partido Colorado hay que entrar con mucho cuidado o guiándose por aquella feliz frase de Napoleón, “cuando veas a tu enemigo equivocarse, no lo interrumpas”.

El asunto es que la embestida de muchos dirigentes del Partido Colorado contra Ope Pasquet no es un tema interno, es parte de la historia reciente del país, es una visión cerrada a todo tipo de análisis crítico de parte de una colectividad en clara decadencia.

El Partido Colorado no despega, porque está anclado a sus verdades, a la defensa irrestricta de su relato y a cerrar todas las puertas posibles a cualquier análisis autocrítico. Ellos nunca fueron responsables de nada. Típica reacción de un oficialismo eterno que no termina por aceptar que aquellos tiempos se fueron para no volver.

El senador Pasquet se permitió la osadía de una autocrítica: "No pretendo hacer aquí ni el esbozo de una crónica de estos hechos que enlutaron a la sociedad uruguaya", manifestó Pasquet, para agregar que tampoco tenía la intención de "señalar culpas a unos y otros" por lo sucedido hace ya 40 años.

También sostuvo que tenía "el derecho y el deber de señalar las responsabilidades de mi partido", para agregar inmediatamente que  "el decreto de disolución de las Cámaras fue firmado por Juan María Bordaberry, quien fue electo presidente por el lema Partido Colorado", afirmó Pasquet.  "Es cierto que no fue elegido por una Convención o en elecciones internas pero resultó presidente por el lema Partido Colorado y esa es nuestra responsabilidad", agregó.

Ope Pasquet recordó que cuando el entonces presidente, Juan María Bordaberry,    disolvió las Cámaras "algunos colorados lo apoyaron, entre ellos Pacheco Areco, pero otros colorados manifestaron su rechazo tajante desde la noche misma del 27 de junio" y recordó a "los senadores del Batllismo" por oponerse al golpe "en términos categóricos y contundentes, condenando a los golpistas", para a continuación evocar a los senadores colorados que se opusieron desde el inicio a la dictadura: Amílcar Vasconcellos, Eduardo Paz Aguirre, Luis Hierro Gambardella, Héctor Grauert y Nelson Constanzo.

Finalizó su intervención haciendo  un llamado defender los derechos de la población y la vigencia del Pacto de Costa Rica. "Sin instituciones democráticas no hay nada, no hay paz, si no empezamos por respetarnos no va a haber nunca paz, el respeto, la tolerancia y la convivencia son absolutamente indispensables”.

 ¿Qué fue lo que encolerizó tanto a muchos líderes y ex líderes colorados hasta el punto de insultarlo, agredirlo y tratar de descalificarlo?

No fue por el abordaje específico del tema, fue haber roto el muro aparentemente impenetrable de la complacencia colorada, del relato colorado, de la historia “oficial” colorada. Y conste que no digo batllista.

Es una reacción típica de esas colectividades políticas tan atornilladas al poder que hacen de esa verdad oficial la bandera esencial de su existencia, aunque para ello haya que ocultar una parte fundamental de la historia.

Si señores, Julio María Bordaberry era un presidente colorado que se transformó en dictador, puesto a dedo en ese cargo por otro colorado, Jorge Pacheco Areco y de sus gobiernos, formaron parte con entusiasmo y devoción muchos de los indignados dirigentes colorados actuales.

El Consejo de Estado, esa fantochada designada a meñique limpio por los militares estuvo integrada por blancos y colorados, sobre todo por colorados, que en muchos cargos brindaron su aporte a la dictadura. Y aunque esa no sea la historia “oficial” colorada, es cada día más la historia nacional aceptada por la gran mayoría de los uruguayos y uruguayas.

Nadie niega, al contrario, el papel de aquellos dirigentes colorados que se batieron contra la dictadura, que en diferentes momentos se integraron a esa mayoría nacional creciente que se enfrentó al régimen cívico militar, pero es precisamente en honor a esas personas que se debería contar toda la historia, incluyendo las responsabilidades en el apoyo a la dictadura. Es un deber hacia la historia nacional y hacia la propia historia colorada. No todos fueron iguales.

La izquierda discutió, reconoció en la inmensa mayoría, sus errores, sus debilidades y desviaciones democráticas en relación a episodios como los comunicados 4 y 7, para tomar un solo ejemplo, pero no hubo jerarcas de la dictadura de izquierda, la inmensa mayoría de los presos, torturados, asesinados, desaparecidos y exiliados, fueron de izquierda, y es en honor también a esa parte de nuestra historia que debemos tratar de ser coherentes, serios y buscar la verdad. Incluso desenmascarando a los traidores.

Los colorados no pueden seguir ocultando sus responsabilidades distribuyendo culpas – como hicieron destacados políticos puestos a historiadores – a tupamaros o luchadores sindicales, o a cualquiera que no sea colorado.

Esa historia ya no resiste el menor análisis, ni se soporta con iras, insultos y pataleos, incluso en el Partido Colorado hay gente seria e inteligente y sobre todo abierta a mirar la historia en toda su complejidad que hace su aporte a un relato más nacional, más democrático, menos enano.

La pregunta que deberían formularse esos iracundos dirigentes colorados es si esa incapacidad de mirar el futuro, desde un sentido de mínima autocrítica sobre el pasado, no es una de las principales causas por las que un pesado yunque de plomo los tiene en el fondo de la tabla del apoyo ciudadano. Firme y, eso sí, inseparable de su inmaculada historia oficial.