En la mitología griega, Chronos era la personificación del tiempo, según se dice en las obras filosóficas presocráticas. También se le llamaba Eón o “Tiempo eterno’. En los mitos griegos, Chronos era el dios de las Edades y del zodiaco. Surgió al principio de los tiempos formado por sí mismo como un ser incorpóreo y serpentino con tres cabezas: de hombre, de toro y de león.
En el manejo del tiempo están concentradas las virtudes y los defectos de los uruguayos. Comencemos por el más evidente, enorme, desproporcionado a todas las realidades: el tiempo no lo manejamos nosotros los orientales, no depende de nuestros biorritmos, de nuestra capacidad de reaccionar y de actuar, no somos sus dueños. Esta es simplemente una abrumadora y evidente realidad.
Uno de los cambios más profundos que ha generado la revolución tecnológica en particular en las comunicaciones es una modificación del tiempo-espacio. Todo es mucho más veloz que antes. En pocos minutos se conocen las informaciones, los hechos, las decisiones más sutiles y las más complejas que influyen en la economía, en las finanzas, en las sociedades y en la cultura. Y esto nos hace actuar más velozmente. O debería.
El tiempo para tomar decisiones ha cambiado radicalmente, no de manera abstracta, sino tangible, concreta, inevitable. Correr contra el tiempo no es una enfermedad de los tiempos modernos, auto impuesta por el consumismo y las patologías mercantiles o financieras, es el resultado de tener que competir, que disputar con otros actores que en todos los terrenos de la vida corren, se desplazan a altas velocidades.
El tiempo que necesitamos los uruguayos para resolver las cosas, amparados en la estructura del Estado, en la mentalidad media nacional y sobre todo en nuestra propia rutina es totalmente fuera de época y es muy perjudicial.
Un amigo que no es de izquierda, que tiene experiencia de gobierno me decía que si en puestos claves de gobierno alguien es demasiado ejecutivo la estructura lo detiene o lo destruye con la peor de las acusaciones: la sospecha de la corrupción. La burocracia bajo todos los gobiernos ha tejido una maraña de trabas y de supuestos controles que en realidad son el sostén de su existencia, en muchos casos inútil.
Hay que modernizarse, en serio, hay que reformar el Estado a partir precisamente de utilizar las nuevas tecnologías y sistemas de control de gestión para hacer y no para impedir, para no depender de los favores de nadie. El inicio de todo proceso de corrupción está en el manejo de los favores y el uso discrecional del tiempo por parte de las estructuras del Estado, son una base perfecta para las zonas de sombra del Estado.
El manejo del tiempo y la carrera de obstáculos que deben afrontar los ciudadanos para concretar emprendimientos, proyectos, ideas se mueve entre varias tensiones que hay que asumir críticamente:
El Estado debe preservar el interés general, a nivel económico, social, cultural y medio ambiental. Esto es fundamental, pero lo debe hacer bien y rápido, esta responsabilidad no puede transformarse en un calvario escalado al ritmo del más lento y el más ineficiente. El tiempo debe ser la medida de la profesionalidad y no del descuido.
El tiempo es en todos los casos la llave para abrir o cerrar todas las puertas. Hay proyectos, inversiones, emprendimientos que requieren respuestas en un tiempo adecuado, no el que surge de la omnipotencia que aparentemente da el poder, sino de lo que está en juego. No quiere decir que con esto se asegure en todos los casos respuestas positivas, pero nunca, nunca la respuesta debe ser la de dejar que el tiempo pase y las cosas se pudran.
El tiempo se paga muy caro, en muchos casos es la diferencia entre el éxito y el fracaso, es una de las unidades de medida principales de la capacidad de reacción y de competencia de un país. No somos el oasis en medio del desierto al que todos los sedientos acuden, somos uno más, con sus ventajas y desventajas que disputamos un lugar en el mundo y hay demasiados que son muchos más veloces que nosotros. Y lo pagamos.
No se trata sólo de trámites y burocracia, el manejo del tiempo en el Uruguay tiene un impacto más general, más profundo. Hay demasiados temas que postergamos para siempre, o para nunca, cosas que se acumulan o que avanzan o retroceden a un ritmo pasmoso.
¿La postergación se debe a que queremos y necesitamos pensarlo, meditarlo y discutirlo más? Bienvenida, pero todos sabemos que en la mayoría de los casos no es por ese motivo, esa es en realidad la excusa, lo que hacemos es tirar el problema para adelante, confiando en que el tiempo lo resolverá o le quitará peligros, riesgos y responsabilidades.
El mundo nunca funcionó bien de esa manera. No hay porque iniciar carreras alocadas y sin la preparación adecuada y hacia la nada, hay que usar el tiempo correctamente para cada una de las cosas pero sobre todo debemos afrontar los riesgos, las responsabilidades oportunamente. El cambio a una velocidad aletargada deja de ser un cambio. ¡Y hay tantas cosas por cambiar!
La causa principal de la decadencia de una sociedad es su paralización y eso refiere al uso del tiempo para acompañar los cambios de su país, en la región y en el mundo. Son caminos, rutas que se cruzan y que plantean el primer gran desafío de todos los países, de todas las sociedades: elegir bien las prioridades, ese es el primer escalón en el uso del tiempo y de los ritmos de los cambios, las prioridades.
Los ciudadanos comunes estamos obligados a representar el tiempo como una bicicleta, si no pedaleamos al ritmo necesario se nos desbarranca la vida, la economía familiar, mientras que el poder a todos los niveles - desde el primer escalón hasta el último - puede representarse por esas columnas rígidas e inflexibles que dan la apariencia de ser inmutables. El poder tiene la horrible tentación de sentirse eterno.
Los Estados, los gobiernos, los municipios no son los dueños del tiempo, ni siquiera de su propio tiempo y mucho menos del tiempo de la gente. No estamos hablando de abstracciones, de filosofía, hablamos de calidad de vida.
Aquí quiero referirme a el otro aspecto aparentemente contradictorio, las virtudes de los uruguayos están en buena parte en su capacidad de administrar sin desesperación sus tiempos vitales. En una época de ritmos alocados muchas veces sin otro destino que la propia velocidad y la sensación de movimiento permanente, los uruguayos nos tomamos nuestro tiempo. ¿Dónde está el límite entre vivir a un ritmo adecuado y no ser una carreta atascada en un mundo de altas velocidades?
Ojalá tuviera una receta, una ecuación. No la hay, es una de esas tensiones que definen los momentos de una sociedad. Tengo claro que no podemos pretender imponer nuestro ritmo cansino a todas las cosas. Hay que saber elegir.
Los uruguayos no siempre fuimos administradores lentos del tiempo. Revisemos en nuestra historia el ritmo de los cambios legislativos, institucionales, educativos, en la construcción de nuestros principales y simbólicos edificios y veremos que en otros tiempos hubo otro ritmo y que en algún codo de la historia nos volvimos un país con una enorme cola de paja, como dijo Benedetti. En 9 meses construimos el Estado Centenario... y en 15 años el viaducto del Paso Molino...
Hace 22 años que vivimos nuevamente en democracia y que tratamos de resolver la despenalización del aborto, que la apoyan explícitamente más del 60% de los ciudadanos y ahora hemos fracasado nuevamente. Y van...
No hay soluciones simplonas, es una batalla cultural y anímica contra la resignación, contra la descripción de los problemas y las trabas y es un círculo vicioso que hemos acariciado durante muchos años. Y se sabe, cuando a un círculo se lo acaricia mucho se pone cada día más vicioso. Chronos sigue siendo un dios poderoso pero finito.
(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.