El legislador tiene razón al menos en un punto. Si alguien se refiere a Dios y lo escribe con minúscula es por necedad o ignorancia de las reglas del idioma. Distinto si mencionara "un dios de la antigüedad" o el "dios de los musulmanes" o de cualquier otra religión.

Escribir Dios con minúscula es un antecedente centenario de la manipulación ideológica del idioma, un mal que se ha extendido en estos tiempos y traspasan los límites del ridículo.

Con respecto a la defensa de la Constitución y las leyes, en cambio, se debería tomar sus palabras con preocupación.

Si Amarilla cree, como ha dicho, que las leyes de Salud Sexual y Reproductiva o la que valida el matrimonio entre personas del mismo sexo, van en contra de la ley de Dios, alcanza con que se abstenga de practicar los derechos consagrados en tales normas.

Lo mismo si lo que se propone es leer la Biblia en el recinto parlamentario. Puede utilizar su despacho, los pasillos y hasta el salón de los Pasos Perdidos para leerla en silencio. Puede incluso leerla en voz alta en la media hora previa o en plena sesión de la Cámara que presidirá, si viene a cuento de algún asunto de interés público. Lo que no puede es utilizar el recinto parlamentario para predicar su fe o imponerle al resto de los legisladores sus creencias.

A propósito, el futuro presidente de Diputados entienda que la ley que reconoce el matrimonio homosexual es una "imposición", aunque sus efectos no recaigan sobre quien no quiere.

¿Genera esto un orden social contrario a la fe de Amarilla? ¿Es esto justificación como para que aplique la desobediencia civil?

No queda claro qué tiene que ver la fe del diputado riverense con su rol de legislador, salvo en la medida en que aquella lo inspira y lo guía.

Tampoco queda claro qué hará como presidente de la Cámara de Representantes si, por ejemplo, una ciudadana reclama haber sido impedida de ejercer el derecho que le confiere alguna de las leyes que Amarilla entiende contrarias a la voluntad divina. ¿Defenderá a la víctima o se excusará en sus creencias para convalidar el atropello?

La laicidad en el ámbito público no es otra forma de religión o culto, sino la neutralidad que garantiza a todos los ciudadanos el respeto por sus creencias religiosas, incluso si no tienen ninguna.

Cuando Amarilla plantea tales consideraciones, no expresa sus creencias sino sus falencias. Da la impresión de que no logró hacer convivir armónicamente sus principios republicanos con su peculiar interpretación de los designios divinos. Un problema que sería de su incumbencia personal, si no arrojara sombras sobre su defensa de la Constitución y las leyes, en el marco de una sociedad laica pero protectora de la libertad de cultos.