Pocos días atrás se presentó el reporte sobre el estado del clima del planeta confeccionado por Naciones Unidas. La mayor parte de su contenido es alarmante. Las emisiones de dióxido de carbono, el principal factor que desencadena el calentamiento global, alcanzaron un nuevo máximo histórico en 2017. El aumento fue de 1,4%, lo que representa una cifra enorme, 32.5 gigatoneladas.
No se puede negar que los desarreglos climáticos nos rodean y se volvieron evidentes en los últimos meses, tanto en el norte como en el sur. En el extremo norte, en el Ártico, se registraron en este invierno temperaturas demasiado elevadas, mientras que a pocos kilómetros, en la Europa continental o en Norte América, al mismo tiempo azotaban olas de frío polar extremo. En la estación meteorológica más cercana al polo norte, el pasado febrero, o sea en pleno invierno, las temperaturas fueron anómalamente altas, incluyendo casi tres días por encima del cero. La consecuencia es que el casquete de hielo que rodea al Polo Norte es cada vez más pequeño, y ya alcanzó el menor nivel en los últimos 30 años.
En el sur, en la Antártida, sucede algo semejante. Tal vez menos monitoreado que lo que ocurre en el norte, causa alarma saber que a medida que aumenta la temperatura promedio planetaria, es posible que subestimara las consecuencias de la pérdida de hielo antártico. Ahora se calcula que ese proceso podría sumar otro metro en promedio a la subida en el nivel del mar hacia el final del siglo XXI.
Entretanto, en nuestro verano, la sequía golpeo a Uruguay, y posiblemente todavía más a varias zonas de Argentina. Para los que no entienden los argumentos ecológicos, ojalá le presten atención a las implicancias económicas de ese fenómeno: se estima en US$ 4650 millones las pérdidas en Argentina, y en unos US$ 350 millones en Uruguay. En la misma línea, el reporte sobre el clima mundial señala que el costo económico de los desastres relacionados con el clima trepó a un nuevo record de 320 mil millones de dólares el año pasado.
A su vez, hay un impacto social. Un reporte reciente del Banco Mundial calcula que el cambio climático impondrá masivas migraciones, y que en el caso de América Latina alcanzarán a unos 17 millones de personas, buena parte de ellos en Centro América y México.
Los gases invernadero se originan en múltiples fuentes, como pueden ser las chimeneas de ciertos tipos de fábricas o la tala del bosque tropical. Pero las acciones en nuestra cotidianidad también contribuyen a este problema. Por ejemplo, las emisiones que produce un automóvil promedio en recorrer 500 metros, un poco menos que ir desde la Plaza Independencia a la Plaza Libertad, significa que se derretirá un kilogramo de hielo de un glaciar en alguna montaña.
La pérdida de esos hielos continentales no es para nada un tema menor. Es un problema muy evidente en América Latina, donde los glaciares están desapareciendo en las cumbres de los Andes en Bolivia, Perú y Colombia. Las investigaciones muestran que con todo el carbono ya acumulado por lo menos desaparecerá un tercio de los glaciares del planeta.
A pesar de toda esta evidencia, la resistencia desde gobiernos y empresas es formidable. Estos no toman las medidas necesarias, no fortalecen la investigación necesaria para seguir esta problemática, y de esa manera terminan perdiendo un tiempo precioso. Por ejemplo, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, adelanta que en el presupuesto del año 2019 se reducirá el financiamiento de la NASA para estudiar el campo climático, con lo que se empobrecerá la información y el monitoreo. Paralelamente, ese gobierno como muchos otros, siguen subvencionando a las fuentes de energía más contaminantes.
En efecto, los subsidios a la energía, incluyendo petróleo, gas natural, carbón y electricidad, en 2015 superaron los cinco millones de millones de dólares, lo que es equivalente al 6.5 % del Producto Interno Bruto mundial, según el FMI. Los niveles más altos se encuentran en Asia y los países industrializados, y sobre todo benefician al carbón. Todo eso equivale, más o menos, a entregar unos US$ 14 mil millones por día para mantener esos sectores.
A este tipo de subsidios se les denomina “perversos” porque distorsionan los mercados, y generan efectos sociales y ambientales negativos. No sólo se les brinda dinero, sino que son actividades que generan costos económicos por sus daños ambientales y sociales que deben pagar otros, y a la vez impiden la proliferación de fuentes de energía alternativas sometiéndolas a una competencia económicamente injusta.
Resumiendo la situación actual, los gobiernos poco hacen para promover el mejor conocimiento del cambio climático, evitan tomar las medidas necesarias para reducir esas emisiones de gases contaminantes, y además toman nuestros dineros para dárselos a esas empresas para que sigan contaminando. Dicho de otro modo, estamos pagando para que nos contaminen.
Sin duda el actual secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, tiene toda la razón cuando insiste en que el cambio climático ya “no es una cuestión de opinión”, los “científicos alrededor del mundo nos lo han advertido por años”, y los “hechos son claros, el cambio climático es una amenaza directa y un multiplicador de otros peligros”. Es por todo esto que debemos actuar hoy.
Más informaciones
The high price of delayed action on climate change, D. Drollete, Bulletin Atomic Scientists, marzo 27, https://thebulletin.org/high-price-delayed-action-climate-change11641
World glacier melting passes point of no return: study, PTI Berlin, en The Week, marzo 21, https://www.theweek.in/news/sci-tech/2018/03/21/world-glacier-melting-passes-point-of-no-return-study.html
How Large Are Global Fossil Fuel Subsidies?, D. Coady y colab., World Development, Vol 91, marzo 2017.
Trump Wants to Eliminate NASA’s Climate Research Programs, J. Deaton, en EcoWatch, marzo 30, https://www.ecowatch.com/nasa-climate-science-trump-2553691889.html
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