Hay episodios, momentos que marcan la temperatura, la fiebre de una sociedad. La semana pasada dos pibes de 15 y 17 años fueron asesinados alevosamente por otros hinchas de otro club de básquetbol. ¿Importan cuales son los clubes? En realidad las victimas además de estos dos muchachos, de sus familias, de sus compañeros y amigos, somos todos los uruguayos.

¿Asumimos plenamente la barbaridad de que dos muchachos sean asesinados, uno de una puñalada anunciada por Internet y otro de un tiro por la espalda por rivalidades de básquetbol, de fútbol o de cualquier tipo? ¿Asumimos que la reyerta entre bandas de muchachos de la UTU en el departamento de Artigas, es parte de ese problema que se está transformando en una señal implacable de la salud de nuestra sociedad y en particular de nuestros jóvenes?

Podemos acumular una lista interminable de adjetivos de condena, de sustantivos de dolor y repulsa, pero debemos ir más a fondo, debemos interrogarnos sobre la causas y que es lo que nos está pasando. No son episodios, encadenados dan un ADN muy complejo y peligroso.

Lo más fácil es enjuiciar a los jóvenes en su conjunto, criminalizar una generación y naturalmente salvar a los nuestros, a los próximos. Es una forma de lavarse las manos.

Sólo procesos profundos y graves de cambios de valores, culturales y de sensibilidades producen estos efectos tan graves. Cuando en los años de consolidación de la crisis, que no era sólo una gran crisis económica, sino una crisis de expectativas, de credibilidad en el país, de confianza en la propia sociedad, cuando hablábamos y escribíamos de la desintegración de la sociedad y sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo estábamos hablando de eso.

Hay una pauperización preocupante en la sociedad uruguaya, una insensibilidad que nos comenzó a cambiar el país, para mal, para mucho peor. No son sólo los asesinatos son las motos con parlantes y música para interrumpir los velorios y el duelo de la gente de Aguada, son las cosas que se gritan las hinchadas.

El peor error que podemos cometer es considerar estos actos como casos aislados y casuales. Son un rosario de pequeños episodios que al final emergen a la superficie en forma de asesinatos, pero antes fueron agresiones, pedreas, insultos, fanatismo en las canchas.

Ir a un partido de básquetbol con una cuchilla capaz de matar o con un arma de fuego en barras violentas y que hacen alarde de violencia o todavía peor que hacen de la violencia y la agresión su propia identidad, es una etapa de un proceso de degradación en los que interviene la sociedad en su conjunto, la familia, la educación y que al final termina en un acto criminal. ¿Cuántos jóvenes más participaron de la agresión, la festejaron, los protegen, se sienten identificados y representados en la puñalada a un pibe de 15 años y en el disparo por la espalda a otro de 17 años.

Los crímenes son más repudiables porque se asocian al deporte, a uno de esos momentos en los que deberíamos divertirnos, admirar a nuestros deportistas y sus habilidades expresar una de las condiciones principales del deporte: la más sana de las competencias que pudieron crear los seres humanos. Pero en realidad nada queda por fuera de los procesos de la sociedad y en particular de las formas de degradación y de brutalidad.

No son violentas las barras bravas del fútbol y ahora – desde hace tiempo – las del básquetbol la violencia se ha extendido, se ha instalado y golpea en forma cada día más brutal. Y no le echemos la culpa de todo a la pasta base.

Tiene muchas culpas, crea un submundo degradado y en caída libre, donde la delincuencia recluta y prospera, pero no todo se explica de una manera tan lineal. También para llegar a la pasta base o para integrarse a esas formas violentas de asociación en el deporte hay que estar propensos, tienen que darse ciertas condiciones individuales y sociales.

Uno de los cambios más profundos que se pueden percibir es la pérdida de respeto por la vida humana. Hay franjas de adolescentes y niños en las que una mezcla de desamor, de soledad, de frustraciones, de odios acumulados y de falta de respeto por sus propias vidas los han precipitado en un desprecio general de la vida. Todavía no hemos superado ciertas fronteras estadísticas, pero a nivel de determinados segmentos se comienza a percibir esta nueva realidad. Esto es nuevo para los uruguayos. Por algo ostentamos el más bajo nivel de asesinatos cada 100.000 habitantes de toda América latina y uno de los registros bajos en el mundo (menos de 5 muertes por cada 100 mil habitantes, contra más de 40 en Colombia).

Pero no se vive sólo de estadísticas también se vive de la crónica de los asesinatos de Rodrigo Núñez y Rodrigo Barrios de los odios que se siembran, de las heridas que quedan para siempre. De que ahora también el básquetbol deberá ser territorio de control policial total. ¿Y donde paramos?

Las primeras e intransferibles responsabilidades en todas las cosas referidas a la convivencia en sociedad corresponden al Estado, para eso están sus leyes, sus cuerpos especializados, sus sanciones. Pero también debe estar la reflexión, el estudio, la previsión de analizar que las políticas sociales son fundamentales, pero hay áreas oscuras y muy difíciles de penetrar que reclaman de todos, del Estado y de la sociedad en su conjunto un empeño nuevo.

Hay otro error muy común: la resignación. Es así, así seguirá siendo y lo que tenemos que hacer es resignarnos y rezar para que no nos suceda a nosotros. Es un grave error. Los crímenes, la violencia, la perdida de respeto por la vida humana, son todos procesos culturales, no están determinados por la naturaleza y por lo tanto tenemos que abordarlos como zonas en los que debemos y podemos actuar.

La primera reacción es de una bronca terrible, de asco, de repulsión. Nos ponemos por un instante en la piel de esas familias, de sus compañeros y amigos y subleva. Los culpables deben pagar, deben ser detenidos y cumplir integralmente su condena. Pero además debemos aislarlos, debemos expresar todo el horror y el rechazo de toda la sociedad uruguaya. La insensibilidad, la resignación son demasiado peligrosas.