Si el ejercicio del gobierno propicia una comprensión más afinada de los problemas nacionales y termina acercando las posiciones con las de los gobiernos anteriores, si se descubre que hay perspectivas y soluciones que vale la pena conservar a la luz de ese aprendizaje, entonces el cambio tendrá también un derrotero conservador. Una enorme paradoja, aunque no la única.
La valoración de los dirigentes políticos sobre los temas de controversia no puede depender de los lazos que los una al poder. En ese caso, la política carecería de toda ética, de toda épica o rigor intelectual para transformarse en un conjunto de volteretas, en un diálogo de sordos.
El cambio de opinión sobre los diversos asuntos debe estar fundado en el convencimiento de que los argumentos manejados hasta ahora no se ajustaban a lo que la realidad indica. No puede argumentarse diciendo que se sigue pensando lo mismo pero se vota lo contrario, como hicieron varios legisladores oficialistas en el debate sobre la Operación Unitas.
Por el contrario, cuando son las posiciones y no los principios los que rigen la lógica argumental, los actores políticos queden prisioneros del pasado. El resultado de esta práctica es que se pierde de vista la diferencia entre una cosa y la otra. En ambos casos el ciudadano queda perplejo o desconcertado (cuando no desconfiado) en lugar de comprender y eventualmente acompañar el cambio. Tal como viene la cosa, y por paradójico que parezca, es el gobierno quien debe convencer a la sociedad de que sus cambios de posición son legítimos y convergen con sus principios.
También la oposición tiene un enorme desafío. Hasta ahora, varios de sus principales voceros han enfocado sus críticas en los renuncios de la izquierda. No parecen darse cuenta de que buena parte de la ciudadanía percibe estos cambios como una muestra de madurez y responsabilidad política. Como si fuera poco, coinciden con alternativas o perspectivas promovidas por ellos mismos cuando eran mayoría.
Paradójicamente, la oposición sólo podrá recuperar el terreno perdido si colabora con el cambio ayudando a renovar el menú de asuntos y alternativas.
Los únicos que tienen resuelto este problema son los radicales. Como creen poseer una verdad absoluta e inmutable, viven la paradoja de ser justamente ellos, los paladines del cambio de raíz, quienes no pueden cambiar.
Es que la madre de todos los cambios es la disposición a aprender, a reconocer los errores, a escuchar las razones del otro y exponer las propias con buenos argumentos, cualquiera sean los lazos que se tenga con el poder.
Suertempila