Pocas horas después de publicado mi artículo sobre el asado del Pepe , dos de los pronósticos que allí hacía se estaban cumpliendo. El desabastecimiento y el ajuste por calidad (Gustavo Escanlar lo dejó en evidencia en Zona Urbana, zangoloteando la tira con su proverbial sutileza) pasaron a ocupar el lugar del entusiasmo y el voluntarismo. Pero a pesar de los resultados, la fiesta continúa. La semana pasada nos dejó un montón de simpatiquísimas iniciativas gubernativas, alguna incluso acompañada por integrantes de la oposición. Negociaciones para bajar los productos de la canasta familiar, prohibición de la publicidad para las mutualistas, suspensión de ejecuciones para los deudores bancarios y aumento obligatorio de los salarios, conformaron un repertorio que se sustenta en la convicción de que es posible poner de un lado el bien y del otro el mal y legislar al respecto.
Desde esta óptica, es bueno que los precios bajen, que los salarios suban, que las mutualistas inviertan en comprar medicamentos y no minutos de televisión, y que los productores rurales no paguen, mientras alguien investiga si el dinero de los préstamos lo gastaron en granos y fertilizantes o en fichas del casino. A poco que se avance sobre estas situaciones, se ve con claridad que no estamos ante soluciones propiamente dichas sino ante sofismas, razonamientos falaces que siembran la algarabía en la tribuna mientras el equipo económico de gobierno se persigna y se encomienda al Altísimo. Como el espacio de esta columna no es infinito (a diferencia de la imaginación bondadosa de los sofistas) concentrémonos en la suspensión de ejecuciones. Una vez más, dejemos de lado todo componente ideológico, programático o militante y hagamos pasar la iniciativa por el tamiz del sentido común.
Si a Usted le dieran a elegir entre favorecer a un pequeño productor de Vichadero al que le rematarán la casa o a un banco extranjero con sede en Nueva York, no lo pensaría dos veces. ¿No es esto del todo justo? ¿Qué otra cosa puede hacer el gobierno sino defender a los débiles? Tratemos de hilar un poco más fino. Para comenzar, podríamos preguntarnos si no hay otros sectores involucrados en este entuerto que también merecerían el respaldo gubernamental. En principio, Usted identifica dos sectores: los deudores y los acreedores. Además, como Usted no es acreedor ni deudor, piensa que no tiene nada que ver en el tema, así que no le parece mal que el gobierno intervenga a favor de los deudores. Permítame antes que le hable de un tercer actor: el ahorrista, el que puso en un banco el dinero a cambio de intereses. Ese fue el dinero que terminó en manos del deudor. ¡Ajá! Ahora la cosa se complicó. El que está en la otra punta del mostrador ya no es el banquero del Mercedes Benz sino un ahorrista, probablemente otro productor de Vichadero o un jubilado bancario, el dueño de un mercadito de barrio o la viuda que recibe una renta, gente por cuyos intereses también debería velar el gobierno.
Así que ya tenemos deudores, acreedores y ahorristas. ¿A quién más podría defender un gobierno que decide entrometerse en contratos realizados por particulares? Por ejemplo, a los que ya pagaron, un grupo de gente anónima, silenciosa y respetable (entre las que bien puede incluirse otro pequeño productor de Vichadero) que no tuvo el changüí de las quitas, las presiones, las suspensiones ni los amigotes en el poder. Después de todo, ¿por qué alguien habría de pagar puntualmente en el futuro si, una vez más, se contemplan soluciones no previstas en el contrato para los que por alguna razón no pagan?
Bueno, basta , dirá Usted. Con los deudores, los acreedores, los ahorristas y los buenos pagadores ya tenemos bastante . Pero así como tenemos gente que está al borde de una ejecución por no pagar, tenemos gente que ya fue ejecutada por la misma razón. ¿Qué sentirá al enterarse de que se suspenden las ejecuciones? ¿No debería el gobierno asumir también su defensa? A esta altura (si es que llegó hasta aquí) querrá aclararme que Usted no es deudor, ni acreedor, ni ahorrista, ni buen pagador, ni ejecutado. Por lo tanto, creerá que está afuera de este embrollo y que la decisión del gobierno no lo afecta principalmente. ¡Jariola! (Disculpe el arcaísmo). Sí que lo afecta.
Déjeme que lo ayude a hacer memoria. ¿Se acuerda cuando su hijo más chico tuvo aquel problemita de salud que al final no era nada pero que casi lo tienen que operar en Estados Unidos? ¿Se acuerda de la reforma en la casa de Las Toscas? ¿Y del postergado sueño del comercio propio? Como ve, siempre hay buenas razones para pedir un préstamo. Si aún no lo sacó (permítame que siga adivinando) es por una de estas tres razones: 1) No tiene con qué pagarlo, 2) tiene con qué pagarlo pero los préstamos son muy caros, o 3) tiene con qué pagarlo pero desconfía de la estabilidad de la economía nacional y no sabe si mañana podrá pagarlo.
En ninguno de los tres casos se sienta un bicho raro. Después de todo, usted es uruguayo. Quizás lo consuele saber que fue mucha la gente que rechazó endeudarse por razones similares a las suyas cuando los bancos ofrecían dinero a troche y moche. A propósito ¿No debería el gobierno ponerse del lado de quienes actuaron con prudencia y sensatez, en lugar de hacerles pagar el pato? De cualquier modo, Usted piensa que cuando se decida a pedir, algún banco le ofrecerá ese dinero. Pero si los prestadores de dinero sospechan que la gestión de cobro deberá sortear obstáculos imprevistos como suspensión de ejecuciones, resistencia a la acción judicial, manifestaciones, interferencias gubernativas en los contratos y otras peculiaridades latinoamericanas ¿cómo cree usted que serán los préstamos? ¿Más baratos o más caros? ¿Menos exigentes o más exigentes? ¿No debería el gobierno ponerse también del lado de los que todavía no sacaron préstamos?
Quizás yo me equivoqué y Usted no sólo no es deudor, ni acreedor, ni ahorrista, no ex deudor, ni promitente deudor ni nada. Quizás Usted no tenga un mango partido por la mitad o ni siquiera consiga laburo. Me dirá que todo esto de los préstamos, las carteras pesadas y la suspensión de ejecuciones a Usted lo tiene sin cuidado. Eso. ¡Cuidado! Cuanto más azaroso resulte el negocio bancario, cuanto más caro sea el dinero, cuanto más difícil sea conseguir préstamos para el consumo o la inversión y cuanto más esquiva sea la seguridad jurídica, menores serán sus posibilidades de salir de la malaria.
Ahora sí, dígame con confianza: ¿quién es la víctima y quién el victimario? ¿De qué lado debería ponerse el gobierno? ¿De todos? ¿De ninguno? ¿Por qué nadie defiende a los demás sectores involucrados? ¿Porque no hacen lobby? ¿Porque no ponen dinero para las campañas? Permítame ser más directo.
¿Por qué cree Usted que Astori y su equipo no respaldan estos sofismas? ¿Porque no les gustan los votos y los aplausos? ¿Porque tienen el corazón de piedra? ¿Porque prefieren políticas neoliberales y fondomonetaristas , como dice el 26 de Marzo? Como ve, no es tan fácil administrar justicia por vía política. Los deudores no son necesariamente malos ni buenos, como no lo son los banqueros o los gobernantes. Los sofistas tampoco eran mala gente. Cinco siglos antes de Cristo, gozaron de muy buena reputación entre los griegos. Claro que su auge coincidió con la decadencia de esa gran civilización, por mucho que los griegos aplaudieran sus sofismas.
Suertempila
Gerardo Sotelo