Hasta marzo, Tabaré Vázquez es como un monarca inglés: reina pero no gobierna, aunque ya nada se hace sin su consentimiento. Pero dos gobiernos equivalen a ningún gobierno, por lo que la patria marchará los próximos meses con piloto automático.
Tener un país funcionando mientras el gobierno riega las plantas y cuida que el perro no orine la tomatera, es una buena noticia que debe ser celebrada como se merece. Al menos deja en evidencia que los tejes y manejes de los ciudadanos, los dimes y diretes de los académicos, los toma y daca de los comerciantes, los quita y pon de los productores, dependen más del esmero particular que de los afanes gubernativos. Si esto fuera el principio de la incertidumbre colectiva sobre los límites e inepcias del gobierno, estaríamos asistiendo un giro copernicano, un cambio auténticamente progresista en nuestra manera de ver las cosas. Una verdadera revolución. Si Tocqueville viviera y se tomara en serio a nuestro país, celebraría que los uruguayos finalmente nos ocupemos de nuestros asuntos con ''todo el cuidado de pensar y todo el problema de vivir''.
Sin embargo, no deberíamos dormirnos en los laureles. Circunstancias de esta magnitud deben ser aprovechadas para realizar otras innovaciones institucionales. ¿Por qué no establecer, con acuerdo de las partes, transiciones sucesivas y permanentes con cualquier excusa? ¿Por qué iniciar un gobierno el 1º. de marzo cuando está a punto de terminar el verano? ¿Por qué no seguir en transición cuatro meses más, hasta que comience el invierno? Y una vez instalado el nuevo gobierno, ¿por qué no dejarlo en un período de transición hasta el 2006, con otros cuatro meses de adaptación y limbo gubernativo?
Que quede claro: no se trata de desconocer la llegada de la nueva administración con sus singularidades ideológicas y sus propios afanes. No importa quién gobierna ahora (¿alguien gobierna?) ni quién lo hará después. Se trata de proteger a las autoridades democráticas de las inclemencias del poder y, de paso, curarnos en salud. Si con cuatro meses de dilatada transición los cocacoleros siguen repartiendo, las cajeras cobrando, los tamberos ordeñando, los panaderos amasando, las profesoras enseñando, los programadores programando y los jardineros regando los geranios, ¿alguien extrañará al gobierno?
Se dirá que algunas funciones sociales requieren dinero y mando, por lo que se deberá recaudar impuestos, vigilar a los vigilantes, pagar sueldos y repartir otros estipendios. Pero esto podría formar parte de una transición todavía más profunda hacia el poder popular. Así, mientras el gobierno continúa en estado de transición vegetativa, los funcionarios tendrían la oportunidad de producir en condiciones de igualdad, sin que nadie los señale con el dedo por vivir de lo que otros producen en condiciones de cautiverio. Tanta energía creadora, tanto entusiasmo liberador, tantos recursos en poder de sus legítimos propietarios, no haría más que beneficiar a la sociedad, de tal suerte que los más pobres, aún los indigentes y mendicantes, podrían también contar con esa portentosa usina de oportunidades, intercambios, transacciones y aportes solidarios.
De operarse tal milagro, Uruguay alcanzaría el estatus de ''país libre de garroneros y voluntaristas''; y lo que es aún más importante, sin vacunación. Y así y así, este pequeño país tendría una chance seria de convertirse en una gran nación. Porque si un día inventamos la vuelta olímpica en Colombes y otro día derrotamos a una dictadura en las urnas, hoy nos tocaría la gloria de demostrar lo que algunos vemos como una ley implacable de la política: las naciones mejoran en relación inversamente proporcional a la cantidad de ejecuciones de su gobierno. O dicho de otro modo, si el Ejecutivo tiene que explotar alguna propiedad, que sea la propiedad transitiva.
Suertempila.