Un hecho histórico, por otra parte. Sin embargo, la diferencia entre la primera vuelta y la segunda no es Vázquez o Larrañaga sino un gobierno de izquierda con mayoría parlamentaria o uno con necesidad de negociar. Para muchos integrantes del Encuentro, la consolidación de una mayoría en el Parlamento es una garantía de que las cosas se van a hacer de acuerdo a lo planeado. Un futuro a pedir de boca. Sin embargo, semejante victoria traería aparejado el riesgo de algunos contratiempos para el nuevo partido en el poder.
De ocurrir, la izquierda llegaría al gobierno enancada en un discurso que simplificó la realidad hasta la exasperación, poniendo en negro y blanco un sistema político y un devenir social y económico llenos de matices y claroscuros. Una dicotomía que, curiosamente, no se reflejó en su programa de gobierno ni en sus discursos frente a los actores sociales menos afines, donde reinó la moderación y hasta la aceptación de propuestas a las que la izquierda se opuso tenazmente.
La sensación de hastío de amplios sectores de la sociedad con los partidos tradicionales fue un caldo de cultivo que rindió sus frutos. Otra cosa es gobernar.
Sí la izquierda obtiene la mayoría parlamentaria, la necesidad de incluir a la otra mitad del país en sus procesos legislativos se atenúa y no va a faltar la tentación de imprimirle a los cambios propuestos una aceleración mayor a la aconsejable. Esos mismos cambios que Vázquez augura como ''progresivos y progresistas'' pero que buena parte de su fuerza política quisiera apurar en tiempo y contenidos.
Es cierto que el cambio de elenco de gobierno traerá un mayor celo inicial en el manejo de los dineros públicos. El propio Vázquez cree que esta es una de las llaves del ahorro para invertir en políticas sociales. La experiencia de otros países y los números indican otra cosa. La moralidad en el manejo del Estado es un activo insuficiente si no se acompaña de un respeto radical a la propiedad y a los contratos entre las partes, de un clima amigable para la inversión, de una economía flexible, de un Estado garante y no garronero, de una sociedad pujante y audaz para aceptar las incertidumbres, de una paz social y un clima de tolerancia que hagan interesante invertir en el país.
¿Está la mayoría del Encuentro alineada con estas demandas o va a seguir alimentando el apetito de las corporaciones estatales y los planteos lunáticos de la izquierda más arcaica? ¿Alcanza con el pragmatismo de Astori, el gracejo de Mujica y las elegantes fintas de la Vertiente? Más aún, ¿cuánta legitimidad tienen estas reformas en el seno de la izquierda? ¿Cuánto va a tardar en pasarle lo que al P.T. de Lula, que vio marcharse a los sectores radicales antes de terminar de acomodarse en el sillón presidencial, si las reformas van en el sentido en que va el mundo? Más allá del programa común y de una historia de luchas y sacrificios compartidos, los intereses de los grupos que integran la Nueva Mayoría apuntan a destinos diferentes, cuando no contrapuestos.
Si por el contrario la izquierda alcanza el gobierno pero no tiene mayoría parlamentaria, deberá negociar con la oposición y conceder, seguramente, cargos en el gabinete y los entes autónomos. Una forma de cogobierno que sacará de quicio a los radicales pero que amortiguará las tensiones y aligerará la carga del poder.
El encuentro progresista se benefició de una estrategia que dividía al sistema político en buenos y malos. ¿Podrá mantenerla en el gobierno? Sí, pero a costa de alimentar tensiones sociales y políticas que no necesita. También puede comenzar a abandonarla y reconocer, de una vez por todas, que sus competidores son sus ''iguales'' aunque encarne ideas y prácticas contrapuestas. El problema es que buena parte de su dirigencia no está inspirada en la lógica de la alternancia, modelo y destino del pensamiento liberal y democrático, sino en el ritual alternativo y en el socialismo como destino inexorable de los pueblos. La diferencia es sustancial. Aunque no comprometa la sucesión democrática, prefigura un modelo de relacionamiento con el resto del espectro político que pasa más por la confrontación que por el entendimiento.
Gerardo Sotelo