¿Habemus Kaiser?
CYBERTARIO: LA COLUMNA DE GERARDO SOTELO
Ni nazi ni tercermundista. ¿Quién es el flamante papa? ¿El kaiser Razinger o el siervo Benedicto?
(Por Gerardo Sotelo, especial para Montevideo COMM)
22.04.2005
Según Ortega y Gasset, para definir una época no basta con saber lo que en ella se ha hecho. Se necesita además "saber lo que no se ha hecho, lo que en ella es imposible". La designación del cardenal Ratzinger como Papa deja abierta una serie de interrogantes sobre lo que hará, pero nadie duda lo que no hará. Los reclamos de un nuevo aggiornamiento de la Iglesia Católica, similar al del concilio Vaticano II, deberán esperar tiempos más propicios. El sacerdocio femenino, el celibato opcional, la democratización de la Iglesia y el reconocimiento a la diversidad doctrinaria, no son asuntos sobre los que Benedicto XVI esté dispuesto a ceder. Por no hablar de la investigación con células madre, el uso del condón, el divorcio, el aborto o el matrimonio homosexual.
Acaso el flamante Papa ya tuviera claro desde hace tiempo cómo habría de moverse si el cónclave cardenalicio lo elegía como sucesor de Juan Pablo II. Enfrentado a la multitud, que lo recibió en la Plaza de San Pedro con frialdad y estupor, el panzercardinal debería mostrar su sonrisa más gentil y su gesto más humilde, antes que su rígida interpretación de la doctrina. Es que Ratzinger es un hombre gentil y amable en el trato, contrariamente a lo que podía pensarse. Al menos así lo definió Leonardo Boff, el teólogo brasileño silenciado por el entonces prefecto de la congregación para la doctrina de la fe.
Si alguno de los católicos tiene dudas sobre las prioridades pastorales de Benedicto XVI, ahí están sus últimas homilías para despejarlas. Para Ratzinger, la pequeña "barca del pensamiento" de los cristianos ha sido agitada por doctrinas "que van del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo".
Como si esto fuera poco vaivén en las aguas embravecidas del tercer milenio, también deben enfrentar a las nuevas sectas y la dictadura del relativismo, "que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos". No podía faltar la frutilla del postre: el rock, portador de mensajes satanistas y contrarios al "culto cristiano".
Si la misma determinación que puso Ratzinger en desentrañar las contradicciones doctrinarias de la Teología de la Liberación o la Teología indígena la hubiera manifestado contra los curas pedófilos o los capellanes militares que bendijeron los "vuelos de la muerte" en Argentina, se podría mirar con más entusiasmo su nominación.
Para Ratzinger, la misión central de la iglesia es "ir contracorriente y resistir a los ídolos de la sociedad contemporánea", un camino ya recorrido por su antecesor. Hace un par de días, un amigo católico me comentaba sobre el valor que tuvo Juan Pablo II al animarse a decir cosas aunque algunas fueran contra las modas intelectuales y de comportamiento. Detrás de muchas de ellas estaba el propio Ratzinger.
Aunque las imágenes del Vaticano no lo reflejen, la Iglesia es la reunión del pueblo de Dios. Cada uno de sus miembros tiene el mismo valor a los ojos del creador. De hecho, el cónclave pudo haber elegido al sucesor de Pedro entre millones de varones bautizados y mayores de treinta años. Sin amenazar la fe católica, podría democratizarse la toma de decisiones en cuestiones eclesiásticas de diversa índole, donde la participación e injerencia de los laicos sigue siendo marginal.
Algunos se preguntan hasta cuándo se marginará a las mujeres de las funciones pastorales de mayor jerarquía. Para otros la interrogante central es hasta dónde la doctrina de la Iglesia debe dejarse permear los valores morales y culturales de cada época. Quizás la respuesta esté en el espíritu del Concilio Vaticano II (cuyos mandatos Benedicto XVI se comprometió a respetar) que ponía la doctrina y la praxis eclesial en diálogo con las tendencias y las demandas de la época. Juan XXIII lo expresó gráficamente: abrir las puertas y ventanas para dejar que sople el aire fresco. ¿Habrá llegado el tiempo de cerrarlas para evitar lo que se percibe como una tempestad?
Las demandas que el mundo de hoy le plantea a los feligreses católicos parecen desbordar a sus jerarquías. Si su posición en asuntos menos trascendentes como la utilización de condón y el divorcio todavía enfrentan a la Iglesia con los valores y prácticas contemporáneos, ¿qué se puede esperar de la investigación con células madre, los matrimonios homosexuales o el sacerdocio femenino?
No obstante, si las opiniones de la Iglesia cambiaran al ritmo de las novedades, ¿qué importancia e incidencia tendría una institución complaciente y acomodaticia? ¿Cuál sería su sentido trascendente? El enorme poder de la Iglesia se sustenta en esa tensión entre el aggiornamiento y la tradición. Para muchos católicos, el asunto central es qué grado de disenso permitirá un papa ortodoxo y conservador en temas que no son centrales a la fe cristiana, como el amor al prójimo o la divinidad y la resurrección de Jesús.
"La Iglesia no puede ir en contra de la palabra de Jesucristo", dijo el obispo de Montevideo, Nicolás Cotugno. "Hay cosas que se pueden entender desde el punto de vista de la psicología y la sociología" y otras que se pueden entender "desde la palabra de Dios", afirmó Cotugno. Sí, claro, pero Jesús no dijo nada contra el acceso de las mujeres al sacerdocio. Mucho menos sobre la utilización del condón o la investigación con células madre. Sin dejar de lado la invocada inspiración divina, la doctrina de la Iglesia ha sido fruto de la exégesis, la interpretación y la adecuación a criterios pastorales. Algunas de las afirmaciones de la iglesia actual hubieran escandalizado a los católicos hace unas pocas décadas. Del mismo modo, hoy nos escandalizan prácticas eclesiásticas no tan antiguas.
Benedicto XVI administrará una institución de dimensión planetaria y dos veces milenaria, a la que intentará mantener no sólo unida sino también viva. Le guste o no, la doctrina deberá dialogar con las demandas de la globalización, la manipulación genética, la liberalización de las costumbres y usos sociales y la espiritualidad "pagana" de Occidente. Tras conocerse la elección de Ratzinger, mi amigo comentó, entre desencantado y lacónico: "ahora el problema es que podemos volver todos a las catacumbas. Incluso, tal vez volvamos a ser sólo doce". El Papa conoce bien los desafíos que tiene por delante. Por eso, Benedicto XVI puede llegar a ocupar un lugar equidistante entre el "humilde obrero de la viña del Señor", como se presentó ante la desconcertada multitud, y el temido kaiser de la doctrina.
Suertempila
Acaso el flamante Papa ya tuviera claro desde hace tiempo cómo habría de moverse si el cónclave cardenalicio lo elegía como sucesor de Juan Pablo II. Enfrentado a la multitud, que lo recibió en la Plaza de San Pedro con frialdad y estupor, el panzercardinal debería mostrar su sonrisa más gentil y su gesto más humilde, antes que su rígida interpretación de la doctrina. Es que Ratzinger es un hombre gentil y amable en el trato, contrariamente a lo que podía pensarse. Al menos así lo definió Leonardo Boff, el teólogo brasileño silenciado por el entonces prefecto de la congregación para la doctrina de la fe.
Si alguno de los católicos tiene dudas sobre las prioridades pastorales de Benedicto XVI, ahí están sus últimas homilías para despejarlas. Para Ratzinger, la pequeña "barca del pensamiento" de los cristianos ha sido agitada por doctrinas "que van del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo".
Como si esto fuera poco vaivén en las aguas embravecidas del tercer milenio, también deben enfrentar a las nuevas sectas y la dictadura del relativismo, "que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos". No podía faltar la frutilla del postre: el rock, portador de mensajes satanistas y contrarios al "culto cristiano".
Si la misma determinación que puso Ratzinger en desentrañar las contradicciones doctrinarias de la Teología de la Liberación o la Teología indígena la hubiera manifestado contra los curas pedófilos o los capellanes militares que bendijeron los "vuelos de la muerte" en Argentina, se podría mirar con más entusiasmo su nominación.
Para Ratzinger, la misión central de la iglesia es "ir contracorriente y resistir a los ídolos de la sociedad contemporánea", un camino ya recorrido por su antecesor. Hace un par de días, un amigo católico me comentaba sobre el valor que tuvo Juan Pablo II al animarse a decir cosas aunque algunas fueran contra las modas intelectuales y de comportamiento. Detrás de muchas de ellas estaba el propio Ratzinger.
Aunque las imágenes del Vaticano no lo reflejen, la Iglesia es la reunión del pueblo de Dios. Cada uno de sus miembros tiene el mismo valor a los ojos del creador. De hecho, el cónclave pudo haber elegido al sucesor de Pedro entre millones de varones bautizados y mayores de treinta años. Sin amenazar la fe católica, podría democratizarse la toma de decisiones en cuestiones eclesiásticas de diversa índole, donde la participación e injerencia de los laicos sigue siendo marginal.
Algunos se preguntan hasta cuándo se marginará a las mujeres de las funciones pastorales de mayor jerarquía. Para otros la interrogante central es hasta dónde la doctrina de la Iglesia debe dejarse permear los valores morales y culturales de cada época. Quizás la respuesta esté en el espíritu del Concilio Vaticano II (cuyos mandatos Benedicto XVI se comprometió a respetar) que ponía la doctrina y la praxis eclesial en diálogo con las tendencias y las demandas de la época. Juan XXIII lo expresó gráficamente: abrir las puertas y ventanas para dejar que sople el aire fresco. ¿Habrá llegado el tiempo de cerrarlas para evitar lo que se percibe como una tempestad?
Las demandas que el mundo de hoy le plantea a los feligreses católicos parecen desbordar a sus jerarquías. Si su posición en asuntos menos trascendentes como la utilización de condón y el divorcio todavía enfrentan a la Iglesia con los valores y prácticas contemporáneos, ¿qué se puede esperar de la investigación con células madre, los matrimonios homosexuales o el sacerdocio femenino?
No obstante, si las opiniones de la Iglesia cambiaran al ritmo de las novedades, ¿qué importancia e incidencia tendría una institución complaciente y acomodaticia? ¿Cuál sería su sentido trascendente? El enorme poder de la Iglesia se sustenta en esa tensión entre el aggiornamiento y la tradición. Para muchos católicos, el asunto central es qué grado de disenso permitirá un papa ortodoxo y conservador en temas que no son centrales a la fe cristiana, como el amor al prójimo o la divinidad y la resurrección de Jesús.
"La Iglesia no puede ir en contra de la palabra de Jesucristo", dijo el obispo de Montevideo, Nicolás Cotugno. "Hay cosas que se pueden entender desde el punto de vista de la psicología y la sociología" y otras que se pueden entender "desde la palabra de Dios", afirmó Cotugno. Sí, claro, pero Jesús no dijo nada contra el acceso de las mujeres al sacerdocio. Mucho menos sobre la utilización del condón o la investigación con células madre. Sin dejar de lado la invocada inspiración divina, la doctrina de la Iglesia ha sido fruto de la exégesis, la interpretación y la adecuación a criterios pastorales. Algunas de las afirmaciones de la iglesia actual hubieran escandalizado a los católicos hace unas pocas décadas. Del mismo modo, hoy nos escandalizan prácticas eclesiásticas no tan antiguas.
Benedicto XVI administrará una institución de dimensión planetaria y dos veces milenaria, a la que intentará mantener no sólo unida sino también viva. Le guste o no, la doctrina deberá dialogar con las demandas de la globalización, la manipulación genética, la liberalización de las costumbres y usos sociales y la espiritualidad "pagana" de Occidente. Tras conocerse la elección de Ratzinger, mi amigo comentó, entre desencantado y lacónico: "ahora el problema es que podemos volver todos a las catacumbas. Incluso, tal vez volvamos a ser sólo doce". El Papa conoce bien los desafíos que tiene por delante. Por eso, Benedicto XVI puede llegar a ocupar un lugar equidistante entre el "humilde obrero de la viña del Señor", como se presentó ante la desconcertada multitud, y el temido kaiser de la doctrina.
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