La lección de los arándanos
CYBERTARIO: ESCRIBE GERARDO SOTELO
La culpa es mía por ser tan inocente. La noticia se publicó en estas mismas páginas el pasado 28 de diciembre y decía que Nacional jugaría en la liga argentina de fútbol dirigido por Bilardo. Me impactó pero la creí.
(Por Gerardo Sotelo, especial para El Portal)
12.01.2005
Al fin se terminó esta farsa, pensé, mientras imaginaba el Monumental lleno de uruguayos alentando a los tricolores, miles y miles de bolsilludos de ambos márgenes del Plata vivando las destrezas de sus cracks y llenando las arcas de la institución. Y lo mismo con Peñarol y por qué no Defensor o Danubio. Podríamos acceder así a una liga de fútbol de verdad en lugar de jugar a la pelota con tribunas vacías, dirigentes incapaces, jueces ensoberbecidos y empresarios de mentira, de embuste, de paco.
Al principio las chances de ganar serían remotas, es cierto, pero ¡vamos! que tampoco le resulta fácil a los equipos del interior. En todo caso, y para satisfacción de las multitudes provincianas, no cuesta nada organizar un torneo uruguayo que podría jugarse los miércoles de noche para la televisión. Y para los trescientos hinchas que quieran concurrir, claro. La vida en una provincia con antecedentes de país tiene esas desventajas. Como contrapartida está los cientos de miles de uruguayos, futboleros de ley, que partieron hacia Buenos Aires a laburar en años de vacas flacas y se encontraron con un pueblo generoso y solidario. ¿Por qué no creer que AFA tenía un lugar para el fútbol uruguayo, al que tanto le debe y contra el que tantas veces le tocó perder en tiempos lejanos?
Juro y recontrajuro que me pareció cierto y factible. Es más: al que me apure, le diría que lo veo como el destino natural de nuestras veleidades competitivas. Suena a ''boutade'', pero no lo es. ¿Qué ha ocurrido sino durante los últimos dos siglos y medio? ¿No hemos intercambiado vituallas, guerras civiles, exiliados, artistas y futbolistas? Pensando en el mundo que se viene, no ha sido más que una mera avanzada comercial y cultural. Comenzó a mediados del Siglo XVIII con la fundación de esta plaza fuerte, dio lugar a rencillas más o menos violentas durante cien años, prosiguió durante el Siglo XX bajo la forma del comercio y la política exteriores y culminó en las últimas cuatro décadas con desembarco de los programas de la tevé argentina. Si agregamos a la lista sus estrellas de rock y sus galanes cinematográficos, veremos cuán profunda es nuestra dependencia. Por eso decíamos que si Argentina se resfría, Uruguay estornuda. Una adaptación futurista podría establecer que Argentina tira el corner y Uruguay mete el gol de cabeza. O al revés, que es lo mismo pero más rápido, más vistoso y más redituable.
Por ahora, la broma del día de los inocentes me la banco sólo, como el gil que soy. En el fondo, es mucho más cándido quien piensa ponerse a salvo en un país amurallado, en una planicie apenas ondulada, ''tan chatita y tan perdida que en el mapa no se ve''. Ese sí que es un inocente. O un garronero.
Si todavía le parece una locura la integración a la AFA, tenga en cuenta lo que pasó con los arándanos uruguayos. No me refiero en este caso a los hermanos Arándano, pareja de backs de la Liga Palermo a mediados de los cincuenta, de cuyo legendario desempeño no da cuenta la modesta historiografía barrial. El mayor era recio y ferretero, jugaba de dos y le decían ''el toro''. El Toro Arándano, le decían. El hermano jugaba de tres y era un exquisito del balón, capaz de salir jugando aún entre contrincantes de aspecto muy fiero. Quizás por su habilidad, quizás por que era medio rubio, El Chico Arándano (así lo mentaban) se ganó fama de maricón, a pesar de sus regates y de haber dejado embarazada a la hija del kinesiólogo.
Todo esto viene a cuenta de los productores uruguayos de arándanos, o blueberries, como se conoce esa fruta en Estados Unidos, un país lleno de gente capaz de pagar 30 dólares la caja de kilo y medio aunque proceda de Uruguay. De Uruguay vía Argentina, justo es decir, porque como este país es pequeño y sin escala de producción, la infraestructura que nos falta para que a los malditos yanquis le llegue el arándano recién arrancado, la ponen los hermanos argentinos. Así, mientras que en 2003 los arándanos ocupaban apenas ocho hectáreas de este bendito país, para el 2005 se estima que ocuparán más de doscientas veinte. Dicho en términos futbolísticos, pasaron de jugar a pérdida y con tribunas vacías a competir en las grandes ligas, de la mano de los arándanos argentinos. El fútbol de ese país no recuerda ninguna pareja de backs con ese apellido.
Es cierto que nada impide que los uruguayos sigamos aferrados a nuestras habituales cartas de triunfo, modestas pero telúricas. Podemos, por ejemplo, seguir jugando al truco con muestra y a la pelota. Podemos seguir plantando arroz, vendiendo carne, fabricando chucherías, cultivando moras en el fondo para que la abuela haga dulce y cruzando los dedos para que enero venga sin lluvia. Nada lo impide porque a nadie le importa.
El escritor rioplatense Elvio Gandolfo dijo una vez que quien cree vivir en un ''paisito'' merece tener un sueldito y una casita. Claro que el sueldito es cada vez más escaso, por lo que el acceso a la casita es cada vez más remoto. También podemos dar el salto, cruzar el charco mental que nos separa del mundo y probarnos en las grandes ligas. La alternativa es clara. Después, como le dijo el kinesiólogo al Chico Arándano en la puerta del Registro Civil, no hay inocencia que valga.
Suertempila
Al principio las chances de ganar serían remotas, es cierto, pero ¡vamos! que tampoco le resulta fácil a los equipos del interior. En todo caso, y para satisfacción de las multitudes provincianas, no cuesta nada organizar un torneo uruguayo que podría jugarse los miércoles de noche para la televisión. Y para los trescientos hinchas que quieran concurrir, claro. La vida en una provincia con antecedentes de país tiene esas desventajas. Como contrapartida está los cientos de miles de uruguayos, futboleros de ley, que partieron hacia Buenos Aires a laburar en años de vacas flacas y se encontraron con un pueblo generoso y solidario. ¿Por qué no creer que AFA tenía un lugar para el fútbol uruguayo, al que tanto le debe y contra el que tantas veces le tocó perder en tiempos lejanos?
Juro y recontrajuro que me pareció cierto y factible. Es más: al que me apure, le diría que lo veo como el destino natural de nuestras veleidades competitivas. Suena a ''boutade'', pero no lo es. ¿Qué ha ocurrido sino durante los últimos dos siglos y medio? ¿No hemos intercambiado vituallas, guerras civiles, exiliados, artistas y futbolistas? Pensando en el mundo que se viene, no ha sido más que una mera avanzada comercial y cultural. Comenzó a mediados del Siglo XVIII con la fundación de esta plaza fuerte, dio lugar a rencillas más o menos violentas durante cien años, prosiguió durante el Siglo XX bajo la forma del comercio y la política exteriores y culminó en las últimas cuatro décadas con desembarco de los programas de la tevé argentina. Si agregamos a la lista sus estrellas de rock y sus galanes cinematográficos, veremos cuán profunda es nuestra dependencia. Por eso decíamos que si Argentina se resfría, Uruguay estornuda. Una adaptación futurista podría establecer que Argentina tira el corner y Uruguay mete el gol de cabeza. O al revés, que es lo mismo pero más rápido, más vistoso y más redituable.
Por ahora, la broma del día de los inocentes me la banco sólo, como el gil que soy. En el fondo, es mucho más cándido quien piensa ponerse a salvo en un país amurallado, en una planicie apenas ondulada, ''tan chatita y tan perdida que en el mapa no se ve''. Ese sí que es un inocente. O un garronero.
Si todavía le parece una locura la integración a la AFA, tenga en cuenta lo que pasó con los arándanos uruguayos. No me refiero en este caso a los hermanos Arándano, pareja de backs de la Liga Palermo a mediados de los cincuenta, de cuyo legendario desempeño no da cuenta la modesta historiografía barrial. El mayor era recio y ferretero, jugaba de dos y le decían ''el toro''. El Toro Arándano, le decían. El hermano jugaba de tres y era un exquisito del balón, capaz de salir jugando aún entre contrincantes de aspecto muy fiero. Quizás por su habilidad, quizás por que era medio rubio, El Chico Arándano (así lo mentaban) se ganó fama de maricón, a pesar de sus regates y de haber dejado embarazada a la hija del kinesiólogo.
Todo esto viene a cuenta de los productores uruguayos de arándanos, o blueberries, como se conoce esa fruta en Estados Unidos, un país lleno de gente capaz de pagar 30 dólares la caja de kilo y medio aunque proceda de Uruguay. De Uruguay vía Argentina, justo es decir, porque como este país es pequeño y sin escala de producción, la infraestructura que nos falta para que a los malditos yanquis le llegue el arándano recién arrancado, la ponen los hermanos argentinos. Así, mientras que en 2003 los arándanos ocupaban apenas ocho hectáreas de este bendito país, para el 2005 se estima que ocuparán más de doscientas veinte. Dicho en términos futbolísticos, pasaron de jugar a pérdida y con tribunas vacías a competir en las grandes ligas, de la mano de los arándanos argentinos. El fútbol de ese país no recuerda ninguna pareja de backs con ese apellido.
Es cierto que nada impide que los uruguayos sigamos aferrados a nuestras habituales cartas de triunfo, modestas pero telúricas. Podemos, por ejemplo, seguir jugando al truco con muestra y a la pelota. Podemos seguir plantando arroz, vendiendo carne, fabricando chucherías, cultivando moras en el fondo para que la abuela haga dulce y cruzando los dedos para que enero venga sin lluvia. Nada lo impide porque a nadie le importa.
El escritor rioplatense Elvio Gandolfo dijo una vez que quien cree vivir en un ''paisito'' merece tener un sueldito y una casita. Claro que el sueldito es cada vez más escaso, por lo que el acceso a la casita es cada vez más remoto. También podemos dar el salto, cruzar el charco mental que nos separa del mundo y probarnos en las grandes ligas. La alternativa es clara. Después, como le dijo el kinesiólogo al Chico Arándano en la puerta del Registro Civil, no hay inocencia que valga.
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