Parece que esta vez todos entendieron el mensaje: las viejas mañas de la política uruguaya no van más. Al menos en los departamentos más desarrollados, donde viven tres de cada cuatro uruguayos y se produce el 80 por ciento de la riqueza nacional, la ciudadanía mostró que no le tiembla el pulso si tiene que renovar elencos y cambiar partidos.
El resultado de las municipales parece insinuar la voluntad de celebrar un nuevo trato entre electores y elegidos: yo le doy mi voto pero usted no utiliza más los recursos públicos para enriquecerse y acomodar a sus amigotes. Ni programas, ni ideologías ni viejas tradiciones sino probidad, sensatez y sensibilidad social. En línea con los comicios de octubre, tanto que parece un segundo round de la misma pelea. En octubre cayó con estrépito el Partido Colorado. Aunque en condiciones diferentes, le toca ahora al Partido Nacional.
Aún con sus contradicciones y renuncios (el rechazo a las candidaturas múltiples a las intendencias formaba parte del ADN frenteamplista) el Encuentro Progresista obtiene un poder territorial que consolida su hegemonía. Más que eso, es depositario de un mandato que trasciende las demandas por mejores salarios, jubilaciones y caminería. Las autoridades electas saben que el clientelismo, el acomodo y el descalabro administrativo no van más y que los viejos sistemas municipales de reclutamiento y gobierno (voto cautivo, promesas de empleo, contratos suculentos, despilfarro y aplanadora electoral) deberán dejar paso a una nueva cultura política, que exprese las demandas de una ciudadanía más exigente.
Quien mire los resultados de las elecciones municipales con la libreta del almacenero, para sacar cuentas y ver dónde faltaron los dos pesos, se equivoca dramáticamente. Ya no se trata de conseguir cien votitos más en Quebrada del Quinoto o arrimar a un caudillito de Paso Chingolo para dar vuelta un resultado electoral. En todo caso, tales artimañas podrán funcionar en las zonas más atrasadas del país.
Visto en un sentido positivo, el cambio operado en el mapa político municipal encierra nuevas oportunidades y desafíos para los tres partidos mayores. Seis meses atrás, hubiera parecido imposible que el Partido Colorado emergiera de esta contienda electoral con un panorama alentador. Tanto el reelecto intendente Viera como el ascendente Bordaberry han dado muestras de entender de qué viene la cosa. Viera se encargó de aclarar que su triunfo no tiene nada que ver con el amiguismo y el clientelismo y Bordaberry destacó que su campaña transcurrió sin ataques y con propuestas.
El Partido Nacional sufrió un duro revés. El presidente del directorio blanco, Jorge Larrañaga, intentó una curiosa explicación que no convenció a nadie, como si la derrota en su feudo de Paysandú sumada a las de Maldonado, Treinta y Tres, Rocha y Florida pudieran disimularse. Su cara, sin embargo, lo decía todo: es su propio liderazgo el que sale muy dañado. El gran triunfador en la derrota blanca es el ex presidente Lacalle, quien debe haber recordado, mientras festejaba el éxito herrerista en cuatro departamentos, aquel mal momento que un triunfal Larrañaga le hizo pasar la noche de las internas. Claro que la cosa entre los blancos no está como para pasar cuentas menores. Los nacionalistas ven que el Encuentro Progresista se le queda con intendencias emblemáticas, mientras se preguntan quién liderará el partido en los difíciles tiempos que le espera al viejo partido de Oribe.
El Encuentro Progresista sigue consolidando su hegemonía. Deberá ahora gobernar también en base territorial, con un mandato claro de moralización y nacionalización de la función pública, sin descuidar los problemas particulares de las comunas más pobladas y productivas del país. Uno de sus principales desafíos es gobernar con una agenda moderna, cuyo grado de innovación y audacia deberá ser mayor del que suele ofrecer a la ciudadanía nuestro sistema político.
Pero el éxito electoral del domingo pasado abre un nuevo desafío político en el oficialismo. Al peso del presidente Vázquez y los cabeza de lista hoy en el gabinete, deberá agregarse el de estos ocho líderes locales, alguno de los cuales podrá aspirar, legítimamente, a la sucesión presidencial. Claro que eso llegará dentro de cuatro años, demasiado tiempo para este flamante elenco, que gobernará unos municipios donde la gente se pronunció contra las viejas prácticas clientelares pero donde el peso de las intendencias en el mercado laboral sigue siendo decisivo. No es casual que el Encuentro Progresista ganara en los cinco departamentos donde la variación del desempleo de los últimos cinco años fue mayor.
Más allá de las diferencias entre una comuna y otra, los intendentes del Encuentro Progresista tienen por delante una lista de asuntos de enorme trascendencia, como la modernización de la gestión, la responsabilidad administrativa, la atención de la pobreza, la mejora
de la infraestructura y sobre todo, la confirmación de que el amiguismo, el clientelismo y el populismo no van más.
Suertempila
Gerardo Sotelo