Los uruguayos somos una comunidad espiritual - como decía Wilson - y yo le agregaría que además somos una comunidad educativa en decadencia y en construcción pero llena de potencialidades. Ningún uruguayo se animaría a discutir el país, sin incluir en primer lugar a su educación. Y eso sucede desde mucho antes de la existencia de la actual sociedad de la información y el conocimiento.
Se anuncia un segundo y fundamental acto de este debate: el proyecto de ley de educación que el Poder Ejecutivo remitirá al parlamento. Todos nos aprontamos. El debate ya está instalado.
Creo que debemos partir de una comprobación evidente, estridente: la educación en nuestro país está en crisis y afronta serias carencias que no sólo se resuelven con más recursos económicos. En esa crisis hay responsabilidades acumuladas de anteriores gobiernos – entre otras por el ahogo económico – y también de la actual administración de la enseñanza. Con problemas diversos en los diferentes niveles. Obviamente, apenas si pretendo tratar el tema.
En secundaria tenemos una situación explosiva, sin soluciones fáciles a la vista y en medio de una nueva ola de crecimiento de la matrícula. En esta afirmación hay obviamente un reconocimiento de responsabilidades. Tenemos que afrontar los cambios en todas las ramas de la educación. No sirven los parches.
¿Dónde debería situarse un gobierno para trazar una profunda reforma educativa, que el país tanto necesita? No tengo la menor duda: desde toda la sociedad y no desde uno de los sectores profesionales. ¿Debe excluirlos? No, sin ellos no habrá reforma y no habría educación. Pero no son la última palabra, ni como gremios, ni como profesionales. Son una parte fundamental. También debemos ser creativos para darle participación a los padres y a los propios estudiantes. La última palabra la tiene la Nación y sus poderes republicanos.
El proyecto elaborado por el gobierno, creo que se sitúa bien, que da prioridad a una mirada nacional a partir del proyecto de país que estamos construyendo, no tomando la educación como un instrumento, sino como el centro del proceso ciudadano, de democracia y de desarrollo.
¿ En una ley de educación debe incluirse sólo o principalmente el tema del poder, del gobierno en los diversos órganos de la educación? La ley aprobada en 1985 refiere exclusivamente a estos aspectos, lo que el país necesita hoy es una mirada mucho más amplia y profunda. Esta ley contiene esos elementos.
Tanto los gremios como los partidos tradicionales se concentran en el tema del poder. Unos porque pretenden la autonomía absoluta y total del poder político, que no comparto en absoluto y otros porque hacen cálculos de mayorías para excluir a los docentes.
Comenzando por los partidos tradicionales, creo que lo hacen pour la galerie, pues si ganan las próximas elecciones, no tendrán ningún empacho - como lo hicieron siempre - en designar tres representantes de ambos partidos co gobernantes (dos blancos y un colorado) y de esa manera asegurarse la mayoría. Apuesto.
Quienes designarán a los representantes docentes en los consejos no serán los gremios sino la votación, libre, secreta y universal de los docentes. Defiendo y creo fundamental ese concepto y esa participación. En relación al pasado será un cambio radical.
La respuesta, la polémica, y las actitudes en relación a la educación no pueden verse de manera segmentada, en capítulos. Si hay algo que debe considerarse en su integridad, es la educación. No puede haber una verdadera reforma sin recursos, con sueldos de vergüenza y sin el compromiso y la participación de los docentes en todo el proceso. No puede haber una auténtica reforma sin inversiones importantes a nivel edilicio, de equipos, de material, de personal de apoyo. No puede haber una educación a la altura de lo que el país necesita sin una revolución a nivel del uso y acceso a las nuevas tecnologías. Es decir sin el plan Ceibal.
No puede haber una educación de calidad, a todos sus niveles sin órganos de conducción con la gente más capaz, más preparada, con capacidad de mando y de liderazgo educativo. Que es muy particular. Y esto a todos los niveles. Y no puede haber buena educación si uno de los ejes principales de la reforma no es el control permanente, constante de la calidad de la educación a todos los niveles.
La medición de calidad en la educación es algo muy delicado, no es una cadena de montaje industrial, no es una fábrica de profesionales aptos para la producción, es el delicado y complejo equilibrio entre la especialización, la capacidad de aplicar los conocimientos al mundo del trabajo y la formación de ciudadanos y de gente culta. Un equilibrio polémico que tiene una larga historia en el Uruguay, desde la controversia entre Batlle y Figari.
Y no puede haber una educación para un auténtico proyecto nacional sin una reforma integral, discutida con grandeza, con un sentido del Estado y de la Nación. El que pretenda apropiarse de esta reforma, no sólo no sabe nada de educación, sino que todavía no conoce al Uruguay.
Hay muchas formas de desvirtuar este proceso en que deberíamos poner tantas esperanzas y mucha inteligencia, una de ellas es reducirla a una disputa por el poder temporal y siempre pasajero y no comprender que la primera señal de un cambio debería venir del sistema político, de sus actores, de su búsqueda de las bases – que en el pleno respeto de la pluralidad y las diferencias – siguen definiendo la identidad y el encuentro de los orientales. Es el primer paso de una buena educación.