Un tema domina el país, lo cubre, lo atenaza. Más que el fútbol y sus nuevas frustraciones, más que la política, más que la propia reforma fiscal, es el frío polar que azota el país y la región. Ya no es sólo el tema de conversación en un viaje relámpago en ascensor, se habla del frío en todos lados, en la sala de espera del consultorio, en el boliche, en la oficina, en la cola del cine, en el encuentro casual en el mercado. Y ni que hablar en las ferias al aire libre. Allí se habla y se respira frío. Este año más que otros años, simplemente porque hace más frío y además la sensación térmica es mucho más feroz.
Los uruguayos nunca nos acostumbraremos al frío, no lo hemos incorporado como una normalidad anual, como parte del paisaje meteorológico habitual. El frío siempre nos sorprende. Este año ya es el colmo. Nos deslumbró.
En el Uruguay el frío es una constante. Todos los años hay días donde el termómetro se precipita, pero sobre todo baja la sensación térmica y el vientito o el vendaval acompañado de la humedad nos cala hasta los huesos. No a todos los huesos de la misma manera.
Los uruguayos no estamos preparados para el frío. Ni en las normas de la arquitectura, en el espesor de las paredes, en las ventanas y en muchos otros detalles hemos incluido al frió como un visitante anual obligatorio. Los sistemas de calefacción han mejorado algo, pero no hay ninguna relación entre los sistemas tradicionales e históricos de calefacción de las casas y apartamentos o nuestras vestimentas y el frío, real, constante estadístico que nos visita en junio – a veces - y en julio y agosto seguro.
El frío nos tapa de ropa y desnuda muchas cosas. La pobreza con frío es una cruz insoportable. Si alguno de ustedes sufrió en algún momento de su vida mucho frío recordará que produce una sensación de muerte. El frío blanco y elegante de la nieve es una cosa, la helada de los ranchos y los pobres es otra. Muy distinta. Es una sensación de muerte. Es junto con el hambre la peor sensación de muerte.
Claro que podríamos refugiarnos en nuestras cuevitas calientes, en nuestras pequeñas porciones de bienestar familiar, mirando el frío detrás de los cristales que cae en forma de copos – como en Buenos Aires o en Nueva Palmira – en forma de agua nieve y de ráfagas heladas en nuestras calles, pero es difícil olvidarse de los otros, de los diferentes, de los que no tienen cuevitas.
Debería ser difícil olvidarse de los que miran el cielo y el termómetro con desesperación porque allí en su pedazo de tierra labrada tienen su vida en forma de acelga, de fruta, de uva, de tomates expuestos, irremediablemente expuestos a la helada.
Nosotros los que trabajamos adentro – aún en ambientes difíciles de calentar – no deberíamos olvidar a los otros, a los policías, a los repartidores, a los tripulantes de carritos, a los basureros y barrenderos, a los obreros de la construcción, a los paisanos y productores, a los pescadores y a los muchos más que corren la vida al aire libre. Seguramente ellos deben hablar menos del frío que nosotros. Nosotros no podemos hacer nada por ellos, pero al menos incorporémoslos a nuestra evocación helada.
El frío ayuda a pensar, a concentrarse, a refugiarse y en cierto sentido desnuda nuestras almas, nuestras sensibilidades. Y desnuda nuestros estómagos, porque el frío es profundamente clasista. De un lado las lentejas, los chorizos, las busecas, las buenas sopas, las tazas humeantes, del otro lo que se pueda, lo que se consiga. Nos hemos apiadado y los refugios, los comedores escolares y muchas instituciones benéficas recurren a sus grandes calderos de sopas y guisos colectivos y compartidos para aliviar el frío y las penas.
La novela más fría que recuerdo es "Hambre" del premio Nobel de literatura, el noruego Knut Hamsun (Knut Pedersen) El hambre es helada. No recomiendo leer esa novela en esta época. Es más sana y tibia en verano.
La radio está dando la noticia más importante del día, antes que los asaltos, que las interpelaciones, que los pases en el fútbol, anuncia que el termómetro llegó a los cinco grados y que un sol tímido nos regala sus favores. De todas maneras ¡que ofri!
(*) Esteban Valenti. Coordinador helado de Bitácora.